Crisis del coronavirus

Las cloacas, el termómetro inesperado para anticiparse a una segunda oleada del covid-19

El criomicroscopio electrónico más avanzado de España, instalado en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), investiga el covid-19.

El mundo va saliendo de forma escalonada del duro encierro al que lo ha sometido la crisis sanitaria. Con una curva de contagios que poco a poco va controlándose, las autoridades han comenzado ya a abrir la mano con los restaurantes, las tiendas o los propios ciudadanos. Sin embargo, todo el mundo es consciente de que quizá en unos meses sea necesario volver a bajar las persianas y encerrarse en las casas. La posibilidad de una segunda oleada ha estado encima de la mesa prácticamente desde el principio. Lo han dado por hecho los expertos y lo han asumido los propios gobiernos. La pregunta no es, por tanto, si se producirá un nuevo rebrote. Más bien, la cuestión es cuándo. Y, sobre todo, si los países serán capaces de detectarlo a tiempo. Ante la lógica imposibilidad de hacer pruebas a toda la población, algunos expertos han recomendado mirar hacia las cloacas para anticiparse a nuevos brotes. En este sentido, ya son varios los estudios que han identificado la presencia de rastro genético del Sars-CoV-2 en las aguas residuales de varias ciudades antes incluso de notificarse los primeros positivos.

Con más de medio siglo de vida a sus espaldas, la virología ambiental puede aportar datos muy interesantes a la hora de entender la propagación de numerosas enfermedades. Y, en este sentido, los mensajes que salen de las casas a través de los desagües pueden ser realmente reveladores. “Cualquier virus excretado fecalmente indefectiblemente alcanza las aguas residuales, y su presencia constituye una prueba de la circulación de dicho virus en la población. A modo de ejemplo, la caracterización molecular de rotavirus detectados en aguas residuales permitió obtener una panorámica de la epidemiología de dichos agentes de gastroenteritis infantil en distintas áreas geográficas, con el fin de predecir la eficiencia de una futura vacunación para rotavirus sobre la expansión de las enfermedades”, explica en un artículo en The Conversation el catedrático de microbiología de la Universitat de Barcelona Albert Bosch. Sin embargo, estos testeos también pueden revelar “virus causantes de encefalitis, o meningitis, de infecciones respiratorias, o incluso de una fiebre hemorrágica como el ébola”.

Sobre el actual Sars-CoV-2, el Ministerio de Sanidad ha dejado claro que “no existe en esta epidemia evidencia hasta la fecha” de la hipótesis sobre la transmisión a través de las heces. Eso, sin embargo, no quiere decir que estos desechos no contengan rastro genético del bicho. De hecho, diferentes análisis realizados hasta la fecha han detectado la presencia de este material en las aguas residuales de varias ciudades. El Instituto de Investigación del Agua KWR, en Holanda, fue capaz de localizar estas trazas del coronavirus tomando muestras de las cloacas antes incluso de que se informara sobre los primeros casos de enfermedad. Un positivo que también se dio en los análisis que un grupo de investigadores del Instituto de Salud Pública y Medio Ambiente de los Países Bajos hizo de los desechos del aeropuerto de Schiphol. Resultados similares se han cosechado también en las últimas semanas en Estados Unidos, Suecia, Brasil o Israel, donde expertos de la Universidad Ben Gurión encontraron mayor concentración de estos rastros genéticos en barrios en los que el impacto del covid-19 había sido mayor.

Anticipa el aumento de positivos

Bajo esta misma línea comenzaron a moverse a mediados de febrero en España un grupo de investigadores del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universitat de València. “Cuando se empieza a hablar de que se están detectando rastros en heces, todos los que somos expertos en los virus en aguas y alimentos nos ponemos en marcha”, explica en conversación con infoLibre Gloria Sánchez, experta del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos (IATA-CSIC). Con la colaboración de varias plantas de aguas residuales, analizaron una quincena de muestras tomadas entre el 12 de febrero y el 14 de abril. Y los resultados obtenidos, publicados a comienzos de abril, fueron realmente interesantes. “Muestran que el virus probablemente estaba sufriendo una transmisión en la comunidad local cuando se declararon los primeros casos en la Comunitat Valenciana. Esto contrasta con la opinión previamente aceptada de que, a finales de febrero o principios de marzo, la mayoría de los casos de covid-19 eran importados o directamente rastreables a través de contactos”, apuntan.

Pero no solo eso. Otra de las conclusiones interesantes que arrojó el estudio fue que “la señal RT-qPCR en las aguas residuales aumentó y llegó a una meseta más rápido que los casos declarados”, lo que quiere decir que el incremento de la concentración de estos restos genéticos anticipaba el aumento de positivos en la zona. De hecho, explica Sánchez, en las investigaciones que también están llevando a cabo en Murcia a través del CEBAS-CSIC en colaboración con la empresa pública de saneamiento y depuración han llegado a encontrar la presencia de coronavirus en muestras recogidas antes de que se hubiera detectado un solo caso positivo en las localidades que vierten directamente a esas plantas depuradoras. “Las aguas residuales, por tanto, son un factor indicativo de la prevalencia del virus en la población”, señala, por su parte, Pilar Domingo-Calap, del Instituto de Biología Integrativa de Sistemas de la Universitat de València, que añade que acaban de firmar un convenio con la Generalitat Valenciana “para ir tomando muestras semanales” de lo que llega a través de los desagües.

Las cloacas pueden ser, por tanto, un indicador de alerta temprana de la presencia en la población de un virus que trae de cabeza a todas las autoridades sanitarias. Por eso, las expertas consideran que una vigilancia epidemiológica continua en estas plantas podría permitir que la tan nombrada segunda ola no nos pille desprevenidos. Eso sí, como un elemento de apoyo a las pruebas pertinentes. “Lo ideal sería que pudieran hacerse test individuales a toda la población, pero esto es muy complicado. Si al menos analizamos las aguas en poblaciones concretas podemos ir viendo en qué momento vuelve a reaparecer el virus. Cuando eso ocurra, ya sabremos que hay circulación en esos lugares y se podrían hacer los análisis para determinar qué personas son las que están infectadas y ponerlas en cuarentena. Mientras no tenemos tratamientos antivirales eficaces o vacunas disponibles, necesitamos anticiparnos y esto nos puede permitir hacer confinamientos un poco más localizados”, explica la investigadora del IATA-CSIC.

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¿Permitiría saber el número de afectados?

Esta vigilancia epidemiológica permite, por tanto, hacer detecciones rápidas para determinados núcleos poblacionales. Y podría identificar la presencia del Sars-CoV-2 tanto en personas con síntomas como asintomáticas, “que también se ha visto que pueden excretar rastros del virus en las heces”. Sin embargo, ¿podría cuantificarse el número de personas afectadas en una determinada zona? “Sabiendo cuántas poblaciones vierten a una determinada depuradora y cuánta gente hay en cada uno de esos sitios, además de cuántos virus puede transmitir una persona bien por heces o bien por saliva al lavarse los dientes, por ejemplo, sí que se podría tener al menos una subestima de cuánta gente estaría infectada”, apunta Domingo-Calap. En este sentido, Sánchez explica que están trabajando para ver si puede hacerse “un modelo matemático” que permita usar todos los datos que vayan recogiendo “de una manera más eficiente”. Principalmente, dice, “porque la concentración en agua y población que utiliza una planta de tratamiento no es tan directa” e influyen algunos otros factores que hay que tener en cuenta.

De los análisis realizados, culminan ambas investigadoras, también se puede extraer que los rastros de coronavirus desaparecen en esas depuradoras, lo que permite concluir que “los tratamientos que se utilizan son eficaces para la eliminación”. Es decir, que el agua que posteriormente se usa para riego o se vierte al mar no contiene ya esos restos genéticos. De todos modos, las dos expertas abundan en esto último. En que lo que han localizado en las aguas residuales es material genético. “Pero no sabemos si lo que detectamos es infeccioso o no, si está vivo o no”, señalan. En este sentido, explican que todo les lleva a pensar que el Sars-CoV-2 que se identifica circulando por las cloacas no lo es. “La mayoría de trabajos apuntan que lo que se excreta en heces es un virus que no es infeccioso. Además, hay que tener en cuenta que circula en aguas residuales con lejía y jabones, suficientes para inactivarlo. Es decir, y teniendo en cuenta que el riesgo cero no existe, a nivel de salud pública todo indica que la posibilidad de que se transmita a través del agua es muy muy reducida”, concluyen.

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