Igualdad

El 'caso Sarah Everard' arrebata las calles a los acosadores y relanza el derecho de las mujeres a llegar a casa vivas

Mujeres protestan por el asesinato de Sarah Everard en Reino Unido.
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Cientos de miles de voces resuenan todavía por las calles de Londres. El mes de marzo se ha convertido en el de las protestas por la muerte de Sarah Everard, la joven secuestrada y asesinada el pasado 3 de marzo cuando regresaba a su casa por la noche. Las mujeres británicas llevan desde entonces repitiendo una consigna que trasciende lo simbólico: el derecho a ocupar el espacio público, sin que ello signifique pagar con sus vidas. Es lo que le ocurrió a la víctima, cuyo nombre aglutina otros muchos y arrastra el eco de las niñas de Alcàsser, Laura Luelmo o Diana Quer. Salir a la calle acarrea para las mujeres de forma casi inevitable asimilar una percepción constante de riesgo. Ese temor, prácticamente innato y común a todas forma parte de todo un entramado de violencia.

El Gobierno de Reino Unido enfrentó las concentraciones de repulsa con más violencia. La policía cargó contra los manifestantes y los homenajes organizados en memoria de la víctima acabaron en detenciones. Una respuesta que viene a engrosar la desconfianza de la población en las fuerzas y cuerpos de seguridad, pues el detenido como presunto agresor es Wayne Couzens, un agente de Scotland Yard. La marejada feminista en el país, sin embargo, ha hecho recapacitar a las autoridades. El Gobierno anunció el pasado 16 de marzo un paquete de medidas para enfrentar la violencia machista en las calles: más iluminación, mayor presencia policial y sentencias más duras.

En España el debate está abierto desde hace tiempo. Ha sido el movimiento feminista el encargado de ponerlo en el centro, primero cuestionando la inocencia de los piropos, cuyo rechazo ha despertado la furia de muchos. ¿Cómo va a ser el piropo, formulado para elogiar a las mujeres, algo que las intimide? Algo así debió pensar el hombre que acabó siendo juzgado por llamar reiteradamente "guapa" a una menor desde su coche, para pasar a insultarla y perseguirla después. "Cómo no iba a llamarla guapa con el cuerpazo que tenía", argumentaba. El juez terminó por absolver al acusado, al no existir ninguna tipificación que castigue el acoso en las calles.

En el año 2011, la entonces ministra de Igualdad, Bibiana Aído, amagó con crear un protocolo sancionador para evitar los comentarios sexistas hechos de manera puntual y en la calle, que sin embargo cayó en saco roto tras el abandono de su cargo. En enero de 2018, Unidas Podemos anunció una Ley de Libertad Sexual que proponía regular el acoso callejero. Una de las principales apuestas ahora del Ministerio de Igualdad. La norma, todavía en trámite, tiene previsto modificar el Código Penal para castigar a "quienes se dirijan a otra persona con expresiones, comportamientos o proposiciones sexuales o sexistas que creen a la víctima una situación objetivamente humillante, hostil o intimidatoria, sin llegar a constituir otros delitos de mayor gravedad".

Bárbara Tardón, doctora en estudios de género y asesora en el Ministerio de Igualdad, recuerda que el apartado que introduce la ley se aplicará "sólo cuando haya una situación objetivamente hostil" y una justificación de los hechos, mediante pruebas debidamente acreditadas como una denuncia o la presencia de testigos. Por tanto, se apresura, "no es verdad que cada piropo será objeto de una sanción, pero no podemos mantener políticas públicas que obvian el acoso". Más allá de las sanciones, recalca la experta, la norma integral contempla una serie de medidas de sensibilización cuyo objetivo pasa por prevenir esta forma de violencia.

Por la misma senda han avanzado países como Francia o Bélgica. El primero diseñó hace dos años una ley para castigar a los acosadores con sanciones de entre 90 y 750 euros, multas que se elevan a los 3.000 para los reincidentes. El Gobierno apostó por policía especializada y por medidas en el transporte público e introdujo además el concepto de "ultraje sexista y sexual". En suelo belga se desarrolló una norma hace siete años, también con multas de entre 50 y 1.000 euros y penas de hasta un año de cárcel. Portugal se sumó a la tendencia en el año 2016, tipificando el acoso callejero con multas de 120 euros como mínimo y penas de hasta un año de prisión.

Pero más allá de las medidas estrictamente legislativas, existen proyectos que buscan reforzar la seguridad en el espacio público. Ciudades como Madrid, Vigo y Bilbao llevan años desarrollando las conocidas como paradas a demanda, un proyecto por el que la red nocturna de transporte público, fundamentalmente los autobuses, ofrece la posibilidad de efectuar paradas alternativas para que las mujeres se aproximen lo máximo posible a su punto de destino.

Sobre las iniciativas municipales, pero especialmente sobre el diseño de las ciudades, habla Eva Álvarez, arquitecta y profesora en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). La arquitecta profesional comparte con su compañero Carlos Gómez años de investigación sobre urbanismo y perspectiva de género, cuyas conclusiones son sólidas. Las acciones puntuales son importantes, recalca, pero lo verdaderamente concluyente está en los cambios a largo plazo. "Tú puedes imaginar un aparcamiento de noche perfectamente iluminado y sigue sin ser seguro", dice al otro lado del teléfono. Se detiene en un punto clave: la percepción subjetiva del riesgo. Desde la perspectiva de género lo que se busca "no es tanto la seguridad objetiva, peleamos por la sensación subjetiva de seguridad porque es lo que hará que la gente ocupe la vía pública en igualdad de condiciones". Pone un ejemplo: si una mujer recibe una oferta de trabajo en horario nocturno y debe regresar a las doce de la noche a su casa en la periferia, es probable que la rechace por miedo. 

¿Cómo se consigue desde la planificación del espacio urbano? La respuesta tiene que ver con una combinación de los usos: "Si haces parte de la ciudad con sólo oficinas y sin viviendas, el resultado es distinto a si ambas están mezcladas". Lo mismo si tenemos "una zona de viviendas sin bares, donde habrá menos gente". Es una cuestión compleja, reconoce la arquitecta, pero hay formas de resolverla. Otra de las maneras es rechazar espacios con rincones que queden fuera del campo de visión del individuo o calles sin vías de salida a mitad de camino. Pero lo fundamental es que "haya gente en la calle" para poder "ver y ser vista, oír y ser oída, solicitar socorro y recibirlo".

Una encuesta de la ONG Plan Internacional determina que el 84% de jóvenes madrileñas afirma haber sufrido acoso sexual en las calles. De acuerdo a los datos de la misma plataforma, sólo el 10% de las mujeres que han sufrido acoso callejero presenta una denuncia. Los estudios desarrollados por la organización determinan que la solución al acoso callejero se encuentra en una fórmula que intercale las medidas urbanísticas con las herramientas legislativas. Los enfoques que proponen pasan por campañas de sensibilización para acelerar hacia un cambio de conducta. Que el problema sea objeto de debate es el primer paso. La organización sugiere además pasos que vayan hacia un diseño distinto de las ciudades.

Pero el problema no quedará resuelto sin un enfoque legislativo. "Cuando existe una ley, el mensaje que se traslada a la sociedad es que el acoso no es tolerable: cambia la mentalidad y deja de ser algo sin importancia", argumenta Julia López Duque, portavoz de Plan Internacional. La experta cree que incorporar esta perspectiva es clave no sólo en la Ley de Libertad Sexual, sino también en la Ley contra la Violencia en la Infancia y la Adolescencia.

Llegar a casa sin miedo

Sarah Everard cumplió a rajatabla todas las normas no escritas que cualquier mujer conoce: había evitado calles oscuras y había llamado a su pareja antes de regresar a casa. Pero la responsabilidad de poder transitar por las calles de una forma segura no era suya. Es uno de los mandatos contra los que pelea el movimiento feminista desde hace años: el de responsabilizar a las mujeres. No hace tanto tiempo, en el año 2014, el propio Ministerio del Interior español difundió un protocolo dirigido a las mujeres con una serie de consejos para evitar violaciones: "Por la noche, evite las paradas solitarias de autobuses", sugería el texto, "no pasee por descampados ni calles solitarias, sobre todo de noche", añadía e insistía en que "si se ve obligada a transitar habitualmente por zonas oscuras y solitarias, procure cambiar su itinerario".

Aquello fue objeto de severas críticas, pero no difiere del argumentario interiorizado por las mujeres, quienes conviven casi de forma innata con un miedo permanente a recorrer las calles solas. Ellas tienen una serie de "medidas aprendidas para protegerse de la violencia sistémica", completa Bárbara Tardón, y lo más probable es que no suelten amarras hasta sentirse "plenamente seguras".

Tardón apuesta por deslizar el foco hacia el marco de la responsabilidad colectiva: "No se puede permitir que sean las mujeres las que tengan que protegerse de ese acoso y violencia". Para la experta, resulta evidente que el acoso callejero "forma parte de un continuo de violencia que se ejerce contra las mujeres desde hace siglos" y que hasta hace pocos años "estaba naturalizado y normalizado" como consecuencia de "la característica de neutralidad que concede el patriarcado a lo que es una forma evidente de violencia". Conviene recordar, en ese contexto, que una de las estrategias del patriarcado es "atenuar los efectos de la violencia sexual con el objetivo de que no parezca tan evidente". Pero la violencia, también la simbólica, forma parte de una estructura. La base de una pirámide que sólo desaparecerá sacudiendo sus cimientos.

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