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Deshumanización

Jorge Bravo (FMD)

La reciente cumbre de la OTAN en La Haya, a finales de junio, nos ha dejado una imagen inaceptable para la Europa del siglo XXI. Hemos conocido cómo el presidente de Estados Unidos se arrogaba el derecho a exigir, cual señor feudal, un cambio de una relación contractual entre iguales a un puro y simple vasallaje, con pasajes esperpénticos televisados. Pero más allá de las formas maleducadas e irrespetuosas en la comunicación, lo verdaderamente alarmante es la flagrante falta de rigor en la defensa de los verdaderos intereses del Tratado pues, en definitiva, se trata de una organización cuyos acuerdos atienden a la posibilidad de la guerra, o sea, de la muerte y destrucción, resultando por ello una obscenidad la puesta en escena de comedia sin respeto a los componentes de la organización y a lo que ésta entraña. Pero, siendo inquietante la pantomima, hay que puntualizar que al margen de este indigno episodio continúa siendo un desprecio, acentuado por dicha puesta en escena, la absoluta desatención hacia el elemento más crucial de los ejércitos: sus hombres y mujeres, los militares.

La alianza militar, y quienes la dirigen, tienen la obligación ineludible de priorizar la dignidad y el bienestar de las personas que arriesgan sus vidas

Un porcentaje del PIB es la base del debate y posicionamiento acerca del gasto en defensa y seguridad que deben asumir los países miembros de la OTAN. Un número sobre el que pivotan conceptos como los de defensa, seguridad, necesidades básicas, objetivos de capacidades, aliados, amenazas, gasto, infraestructuras crítica, industria de defensa, y, esporádicamente, número de efectivos, o sea, militares.

Es hora de reivindicar que la alianza militar, y quienes la dirigen, tienen la obligación ineludible de priorizar la dignidad y el bienestar de las personas que arriesgan sus vidas. No podemos permitir que la geopolítica o los intereses de poder, incluido el económico, sigan relegando a los militares a meros peones, ignorando su humanidad y el inmenso sacrificio que realizan, sin dejar de lado que no solo son objeto de arriesgar sus vidas, sino, también, de adquirir la responsabilidad de obedecer órdenes que conllevan destrucción y muerte.

Esta cumbre ha sido un crudo recordatorio de que la cosificación del militar debe terminar, y que su protección y respeto deben ser el centro de cualquier debate sobre defensa y seguridad. No pueden primar los intereses económicos de la industria de defensa o la posición de poder, sobre el respeto a las personas.

Mientras, el escenario global se encuentra actualmente marcado por dos conflictos de significativa envergadura. En Europa, la invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa representa un conflicto bélico de alta intensidad. Simultáneamente, en Oriente Próximo, la situación en Gaza se caracteriza por lo que diversas instancias internacionales y organizaciones de derechos humanos están calificando como un exterminio, más que un conflicto armado convencional, perpetrado por el gobierno de Israel contra la población palestina. En ambos contextos, los militares son los protagonistas centrales de las acciones bélicas. En Ucrania, su intervención se enmarca principalmente en un enfrentamiento entre fuerzas armadas estatales. Sin embargo, en ambos escenarios, y de manera especialmente preocupante en Gaza, las operaciones militares también tienen un impacto devastador sobre la población civil, que se convierte en objetivo o sufre las consecuencias directas de las hostilidades. Unos escenarios de destrucción y muerte donde los militares, personas cosificadas, son números, como así continúan tratándose en el marco de la OTAN.

Resulta obsceno un debate que, tratando los conceptos mencionados, pasa por alto la realidad de los militares. Son ellos quienes están sometidos a condiciones de trabajo extremas, soportan graves penurias, ven vulnerados sus derechos, asumen un elevado riesgo de morir y, en última instancia, cargan con la abrumadora responsabilidad de tomar decisiones que pueden implicar la pérdida de vidas. Esta obscenidad, tristemente, ha sido tolerada y normalizada desde mucho tiempo atrás, revelando la incapacidad y la irresponsabilidad de los políticos para, en el ejercicio de sus funciones, tener siempre presente el factor humano, proteger la vida y evitar la destrucción, incluidas las muertes de "civiles".

Un conflicto político se convierte en guerra efectuada entre personas, a las que es imprescindible deshumanizar para que puedan matar y entregarse a morir

En el entramado de intereses económicos, de defensa y de seguridad, la industria de defensa emerge como el verdadero eje eludiendo la trascendencia de las vidas humanas. Poco importan aquellos que, como militares, están expuestos a la muerte, o quienes, sin serlo, la sufren como "daños colaterales".

La cosificación del militar continúa, una realidad tristemente normalizada a lo largo del tiempo. Parece que el valor de estas personas se ha reducido a sus meras capacidades y al número de efectivos que componen los ejércitos, dejando de lado su dignidad humana y su individualidad, algo que solo queda para las víctimas "civiles".

Es una verdad repugnante que un conflicto político se convierte en guerra efectuada entre personas, a las que es imprescindible deshumanizar para que puedan matar y entregarse a morir.  Este elemento deshumanizado no necesita de derechos y valores que lo puedan reconvertir en "persona". Se dotan de herramientas para destruir y se usan como brazo ejecutor a seres humanos a los que se reduce a meros objetos. Tratarlos como números es parte de su deshumanización, desnudarlos de derechos es la lógica necesaria para el fin que se pretende.

La guerra, como consecuencia del fracaso de la política y la incompetencia de quienes la manejan, es posible porque se utiliza como herramienta imprescindible a la persona desposeída de una parte importante de su humanidad. Los conflictos bélicos empezarán a desaparecer cuando en lugar de transformar personas en militares se forme a éstos como personas garantes de la paz, y para ello el factor humano debe ser el eje principal sobre el que han de pivotar las organizaciones militares.

La reciente cumbre de la OTAN en La Haya, a finales de junio, nos ha dejado una imagen inaceptable para la Europa del siglo XXI. Hemos conocido cómo el presidente de Estados Unidos se arrogaba el derecho a exigir, cual señor feudal, un cambio de una relación contractual entre iguales a un puro y simple vasallaje, con pasajes esperpénticos televisados. Pero más allá de las formas maleducadas e irrespetuosas en la comunicación, lo verdaderamente alarmante es la flagrante falta de rigor en la defensa de los verdaderos intereses del Tratado pues, en definitiva, se trata de una organización cuyos acuerdos atienden a la posibilidad de la guerra, o sea, de la muerte y destrucción, resultando por ello una obscenidad la puesta en escena de comedia sin respeto a los componentes de la organización y a lo que ésta entraña. Pero, siendo inquietante la pantomima, hay que puntualizar que al margen de este indigno episodio continúa siendo un desprecio, acentuado por dicha puesta en escena, la absoluta desatención hacia el elemento más crucial de los ejércitos: sus hombres y mujeres, los militares.

La alianza militar, y quienes la dirigen, tienen la obligación ineludible de priorizar la dignidad y el bienestar de las personas que arriesgan sus vidas

Publicado el
18 de julio de 2025 - 06:00 h