El blog del Foro Milicia y Democracia quiere ser un blog colectivo donde se planteen los temas de seguridad y defensa desde distintas perspectivas y abrirlos así a la participación y debate de los lectores. Está coordinado por Miguel López.
La obediencia debida no exime de responsabilidades por asesinato
Como parece que el sufrimiento de los palestinos (no sólo de Gaza) apenas sale en las portadas de los medios, pues los impulsos bélicos de Israel “distraen” la atención atacando a otros vecinos que consideran una amenaza, conviene una vez más (siempre será insuficiente) recordar que cada día mueren hombres civiles, mujeres y niños, asesinados impunemente por las fuerzas armadas del Estado hebreo.
Llevamos mucho tiempo debatiendo si los responsables de la masacre continuada en Gaza pueden ser sujetos de acusación de un grave delito de lesa humanidad, crímenes de guerra o incluso genocidio. De lo que parece que no hay duda en las cancillerías es de que los ataques de Hamás del 7 de octubre sí constituyeron un abominable delito de carácter terrorista. En eso son unánimes. Por qué será.
La responsabilidad de los respectivos líderes israelíes y gazatíes sólo ha calado en las instancias judiciales internacionales: el Tribunal Penal Internacional (TPI) dictó orden de arresto, en noviembre de 2024, tanto contra el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y su entonces ministro de Defensa, Yoav Gallant, como contra el comandante de Hamás Mohammed M. Deif.
Las fuerzas políticas de los países occidentales aún discuten si Israel está o no cometiendo un genocidio y no es suficiente al parecer que nos sigan llegando noticias cuantitativas (varias decenas de muertos cada día) como cualitativas (reparto de víveres como cebo para concentrar mayor número de víctimas) del exterminio sistemático de palestinos en curso.
Hemos llegado a normalizar y asimilar el recuento diario de víctimas civiles, hombres y mujeres de todas las edades reventados, amputados, desangrados por efecto directo de las bombas y disparos de los militares israelíes, de la misma manera que los episodios de corrupción política patria, los estragos de la canícula o los resultados del fútbol. Una etapa más en la escaleta del telediario.
Tiempos vendrán en que nos preguntemos cómo ha sido posible, cómo hemos mirado con indolencia, cómo hemos permitido semejantes salvajadas con todo un pueblo inocente, desarmado, exhausto y famélico. Incluyo en esa gran ignominia a los líderes de los países árabes, que están mostrando una vergonzosa tibieza en la denuncia de la situación del pueblo palestino.
¿Tendremos una respuesta cuando nuestros hijos o nietos nos pregunten si hicimos algo para impedirlo? ¿Tendremos una respuesta ante nuestro espejo cuando hagamos balance de nuestras vidas?
Pero volvamos a las consecuencias del 7 de octubre, a la desproporcionada y cruel reacción de Israel frente al ataque de Hamás. El ejército israelí responde con fuerza con misiles lanzados desde plataformas en tierra, en vuelo y embarcadas. Todos hemos contemplado cómo demolían edificio por edificio, viviendas en su mayoría, a sabiendas de que no eran objetivos militares. Quedó claro desde el inicio que, al no ser fácil localizar y ejecutar a los militantes de Hamás y la Yihad Islámica, Israel decidió que el pueblo gazatí entero debía sufrir un castigo ejemplarizante.
Obediencia debida vs. derechos humanos
Quienes tenemos claro que los responsables políticos que ordenan este tipo de operaciones no deberán en ningún caso escapar a la rendición de cuentas ante la justicia, tampoco debemos olvidar que los escalones inferiores de decisión y ejecución de lo ordenado están sujetos igualmente a responsabilidades penales. Estamos hablando de la famosa obediencia debida en la que se escudan numerosos cuadros de mando para ejecutar ciegamente (a veces con entusiasmo) las órdenes.
La historia cuenta con numerosos casos en los que se ha invocado la obediencia debida para eludir responsabilidades ante la comisión de grandes crímenes, como son los citados contra la humanidad y los de guerra. Ya en el siglo XV, Peter von Hagenbach fue llevado ante un tribunal (y ejecutado) por cometer atrocidades en la ocupación de una ciudad renana por orden de Carlos el Temerario, duque de Borgoña.
Porque una cosa es el cumplimiento del deber, mandato que emana de la ley, y otra bien distinta es la obediencia debida, que procede de una orden del superior jerárquico, orden que debe atenerse siempre a la legalidad vigente, en forma y espíritu.
El derecho internacional humanitario establece que “la obediencia a la orden de un superior no exime a un subordinado de su responsabilidad penal si sabía que el acto ordenado era ilícito o debería haberlo sabido porque su ilicitud era manifiesta” (norma 155 del Comité Internacional de la Cruz Roja).
Quien reciba una orden manifiestamente ilegal tiene el derecho a no cumplirla, y además la obligación de denunciar e informar a las autoridades competentes sobre la ilegalidad de la orden
Ese mismo principio fue también aplicado por la Carta de Londres (1945), tratado constitutivo del Tribunal Militar Internacional de Nurenberg, que determinaba que “el hecho de que el acusado haya obrado según instrucciones de su gobierno o de un superior jerárquico no le eximirá de responsabilidad”. Sus reglas fueron posteriormente aplicadas en el enjuiciamiento de crímenes internacionales cometidos en la exYugoslavia y en Ruanda y sentaría las bases para la creación del Estatuto de Roma, origen del Tribunal Penal Internacional (TPI) actual.
Queda claro. pues, que cuando se trata de crímenes contra los derechos humanos, la responsabilidad de los delitos perpetrados se extiende tanto al superior como al subordinado que los ejecutó.
En el ordenamiento jurídico español, la jurisprudencia y doctrina han delimitado que la obediencia debida no justifica cualquier acción, sino que está limitada por la legalidad de la orden recibida. Es más, quien reciba una orden manifiestamente ilegal tiene el derecho a no cumplirla, y además la obligación de denunciar e informar a las autoridades competentes sobre la ilegalidad de la orden.
Pues bien, cambiemos la jerga jurídico-legal por el lenguaje sencillo para hacer más amena la lectura, y vayamos a ejemplos concretos.
Todo militar israelí, cumpliendo órdenes de su Gobierno o motu proprio, ya sea un mando que ordena disparar o un soldado que dispara él mismo contra la población civil, desarmada, acorralada y exhausta, es individualmente responsable de la comisión de un grave delito previsto por la legislación internacional.
Pienso en ese “valiente” piloto de caza que, sobrevolando con seguridad el cielo de la Franja de Gaza, pulsa sobre el joystick para lanzar un misil sobre un edificio de viviendas, una escuela, un hospital o un puesto de la UNWRA. También ese artillero que, a una distancia segura, lanza proyectiles contra personas famélicas que se han concentrado en un punto de suministro de víveres, ese piloto de drones que, desde el confort de su cabina de mando y su pantalla, lanza una carga mortífera contra tiendas de campaña repletas de familias, ese “gallardo” francotirador que, a modo de diversión o prácticas de puntería, fulmina de un disparo en la cabeza a un periodista, a un niño o a un caballo. Todo les vale.
Lo que no valen son las excusas de que están en guerra (oficialmente no lo están y aún así existen reglas de enfrentamiento) contra Hamás y por extensión contra los palestinos gazatíes. Tampoco que cumplen órdenes y como subordinados tienen que obedecer, pues saben perfectamente que el mundo entero contempla lo que hacen y en qué condiciones, que el derecho internacional, al que están sujetos, prohíbe esas actividades, y que las redes sociales y los medios así se lo recuerdan a diario.
Aunque los medios de comunicación israelíes estén censurados y presionados (con escasas y honrosas excepciones), todos y cada uno de los soldados de las fuerzas de defensa acceden cada día a las redes sociales globales, donde no pueden evitar que alguien les recuerde y recrimine sus acciones.
Extremismo religioso, nacionalismo excluyente, fanatismo y supremacismo son componentes nefastos que concurren en buena parte de la población israelí, apoyen o no a Netanyahu y su Gobierno extremista, y en la totalidad de los militares que participan en la campaña bélica.
Si pueden conciliar el sueño es porque están convencidos de que su dios y su Torá les arropa. Y –last but not least– porque daddy Donald no les va a regañar.
Como parece que el sufrimiento de los palestinos (no sólo de Gaza) apenas sale en las portadas de los medios, pues los impulsos bélicos de Israel “distraen” la atención atacando a otros vecinos que consideran una amenaza, conviene una vez más (siempre será insuficiente) recordar que cada día mueren hombres civiles, mujeres y niños, asesinados impunemente por las fuerzas armadas del Estado hebreo.
Llevamos mucho tiempo debatiendo si los responsables de la masacre continuada en Gaza pueden ser sujetos de acusación de un grave delito de lesa humanidad, crímenes de guerra o incluso genocidio. De lo que parece que no hay duda en las cancillerías es de que los ataques de Hamás del 7 de octubre sí constituyeron un abominable delito de carácter terrorista. En eso son unánimes. Por qué será.