¡A la escucha!

Aprendiendo a salir de la cabaña

Helena Resano

Olvidar es correr el riesgo de cometer de nuevo los mismos errores. Olvidar a quienes ya no están es volverles a dejar solos cuando más nos necesitaron. Recordarles, honrarles, homenajearles era imprescindible y sobre todo era necesario escuchar a estas alturas de julio a Aroa López, la enfermera del hospital del Vall D´Hebrón que participó este jueves en el homenaje a las víctimas del covid. Recordó lo que pasó en los hospitales no hace tanto, apenas unos meses. El sufrimiento y la impotencia de los sanitarios, acompañando a los enfermos, cogiéndoles la mano, “tragándose las lágrimas cuando alguien nos decía ‘¡no me dejes solo”. Aroa quiso hablar en su nombre y también en nombre de todas esas personas que durante los peores días estuvieron en primera línea luchando para mantenernos sanos, seguros, alimentados y libres del virus. En su caso dando el último adiós de las familias, siendo mensajeros de las peores noticias. Aquellas semanas salíamos a los balcones a aplaudirles, pero también a animarnos y a sentir el calor de nuestros vecinos para aguantar un día más confinados. Entonces soñábamos con recuperar nuestras vidas como antes de la pandemia. Aunque en el fondo supiéramos que lo que estaba ocurriendo ahí fuera lo cambiaría todo para siempre. Pero somos de memoria corta y lo estamos comprobando ahora.

Sabíamos que este verano no iba a ser igual pero no creíamos que lo íbamos a comprobar tan pronto. Sólo hemos completado la primera quincena de vacaciones en esta nueva y extraña realidad y todo parece haber saltado por los aires. Los brotes eran parte de esta nueva etapa, pero empiezan a ser demasiado continuos. En algunos puntos han vuelto los confinamientos, las restricciones y las peticiones de ayuda de los sanitarios.

Repasar cada día ese mapa de nuevos brotes se ha convertido casi, casi en una rutina. Ver dónde hay más casos, y planificar de nuevo hacia dónde te vas a mover en tus vacaciones. Anular ese plan que tenías programado para el próximo fin de semana o cambiar la fecha de la cena de tus amigos en el Norte.

Por primera vez desde el Estado de alarma he salido más allá de mi barrio y de mi ciudad. He salido fuera de Madrid y estos primeros días he podido comprobar que soy una de las afectadas por el síndrome de la cabaña. Han sido muchos meses repitiendo más o menos las mismas rutinas, moviéndome en mi misma burbuja de convivencia como aconsejan las autoridades y ahí sentía que, efectivamente, tenía la situación más o menos controlada. Ahora todo me da miedo, salgo a la calle y no sé con quién me cruzo, con quién coincido en la cola del supermercado que no es el de mi barrio; me obsesiono con la desinfección de manos, no me quito la mascarilla excepto para lo imprescindible y no acabo de sentirme cómoda si hay mucha gente cerca. Sentirte responsable de poder contagiar a quien más quieres supongo que es parte del problema. Ya no se trata sólo de si me contagio yo, es si yo les contagio a ellos, a las personas cercanas más vulnerables y que estos meses han vivido y siguen viviendo con mucho miedo.

Lo peor es que esto no es cuestión de acostumbrarse. La responsabilidad de proteger a los tuyos pesa tanto que no sé si con el paso de los días esto mejora. Hemos suspendido los planes que teníamos para estos días. La máxima es mantenernos limpios al menos hasta que dejemos de convivir con ellos, con las personas mayores y vulnerables de nuestra familia. ¿Después? Después puede que empiece a sentir que arrancan las vacaciones y que puedo moverme con más libertad. Aunque según vaticinan los que más saben de esto, este proceso va a durar años.

El profesor de microbiología de la Universidad de Medicina de Cambridge Ravindra Gupta asegura que vamos a tener que acostumbrarnos a vivir así: “Durante unos cuantos años la vida no va a volver a ser igual”. Por mucho que este verano queramos recuperar las rutinas de siempre, las cenas de amigos en una terraza, las escapadas a la playa, los campamentos de verano, cada una de esas rutinas que nos traían julio y agosto se están viendo alteradas por los rebrotes. Una simple comida en casa es ya un riesgo.

El microbiólogo de Cambridge nos da una clave para poder adaptarnos a todos los que hemos arrancado esta etapa un tanto bloqueados: los confinamientos totales no serán de nuevo la norma. El virus tendrá altibajos, y las vacunas, al menos las primeras que lleguen al mercado, no serán la solución definitiva. Habrá que darles un tiempo de prueba, ése que por la urgencia de la situación se han saltado prácticamente todos. Los laboratorios trabajan acortando los tiempos pero esto también supone un peligro: los tiempos, los procesos, los protocolos para la investigación y obtención de una vacuna eficaz se han obviado y muchos no están dispuestos a asumir las consecuencias de los efectos secundarios que pueda tener la nueva vacuna.

El consejo es ir día a día, dicen. Aprender a vivir cada momento, disfrutándolo. De eso leímos y estudiamos mucho durante el confinamiento. Es ahora cuando hay que aprender a ponerlo en práctica. En ello estoy.

Más sobre este tema
stats