¡A la escucha!
Cuando ver fotos no es algo tan inofensivo
“Tus vacaciones son maravillosas hasta que entras en Instagram y piensas que son una mierda”. Esto se lo oí decir a una amiga no hace mucho. Y me pareció terrible. ¿Cómo puede ser que una foto de alguien conocido o no, muchas veces retocada, estudiada y en ocasiones hasta irreal te pueda tirar por tierra la percepción de lo que tú has vivido, sentido, recorrido y experimentado? Bueno, pues pasa. Hay gente a la que le ocurre. Adulta y no tan adulta.
El problema no está en la foto o en la aplicación, sino en la madurez de quien se asoma a esa ventana. Cuando mis hijos nos pidieron permiso para abrirse una cuenta tuvimos una larga charla con ellos. Primero para que supieran preservar en la medida de lo posible su intimidad y la de su entorno, su familia y amigos. “Cuelga aquello que no haga sentir incómodo a nadie, ni siquiera a ti cuando veas esa foto dentro de un mes, un año o al día siguiente”. Lo segundo fue que, lo que iban a ver en esa aplicación, iba a ser muchas veces irreal y tramposo. Les hablamos desde nuestra propia experiencia. Tú has sido feliz pasando el domingo contando conchas (aquel día habíamos estado en la playa) y de repente entras en Instagram y ves un post de alguien nadando, bailando, en otra ciudad y crees que tu plan, tan maravilloso, no lo es tanto. Incluso te llegas a convencer de que, realmente, hasta te has aburrido. Te olvidas de las risas, del chapuzón en el agua, del placer de comerte un bocadillo mirando la orilla…Y solo por mirar una foto.
Esta semana la prensa americana publicaba un informe interno que Facebook manejó durante meses y que se guardaron astutamente para ellos. En él constataban lo que muchos intuían: que el uso de la aplicación provoca problemas de autoestima y de ansiedad en los más jóvenes. Uno de cada cinco reconocía sentirse mal tras entrar en la aplicación. Es la paradoja en su esencia: aplicaciones que se crearon para hacernos la vida más llevadera, más fácil, para entretenernos y conectarnos, consiguen justo lo contrario entre un gran grupo de sus usuarios. Su propio dueño, Mark Zuckerberg, decía hace unos meses en una charla que era positivo ver y aprender contenidos a través de la red. Pero él sabía, su compañía sabía, que no es para todos así.
"Rentabilizar el viaje"
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Ver fotos de forma continua de algo o alguien que sé que nunca podré tener o ser genera ansiedad y tristeza entre los más jóvenes. O trastornos de alimentación y de imagen. Quiero ser algo imposible de alcanzar. Y si no lo consigo con los maravillosos filtros lo intento conseguir de otro modo. O haciendo ayunos o dietas sin ningún tipo de control. O acudo a hacerme cirugías innecesarias.
En ese informe los adolescentes británicos echaban la culpa a Facebook de haberles creado la necesidad de buscar una imagen perfecta y exitosa. Una “necesidad” que en algunos casos acabó derivando en un trastorno. Un 13% reconoció haber tenido pensamientos suicidas.
Según los últimos datos, el 40% de los usuarios de Instagram tiene menos de 22 años. La solución pasa por exigir restricciones reales de edad para darse de alta en este tipo de plataformas. Porque es evidente que ver fotos no es algo tan inofensivo como pensábamos.