"Les viene muy bien ahora aparecer como víctimas". No sé si hay maneras más feas de referirse a otras personas, en la vida en general, que llamarles "víctimas" de manera peyorativa. Insultar a alguien llamándole víctima, acusarle de victimizarse o de aprovechar su condición de agraviado o abusado, es uno de los ejercicios de poder más abyectos que existen. En cualquier esfera de las relaciones humanas. Si quien pronuncia esa frase es una ministra de Defensa en sede parlamentaria contra otro representante de la soberanía popular cuyos votos recibidos, nos dijeron, valen igual, se convierte en tiranía indisimulada.

Cuando Margarita Robles decidió dinamitar el bloque de la investidura con una munición, por suerte para el gobierno insuficiente porque carece del poder de cargárselo (aunque parece que ganas no le faltan; lo ha demostrado de sobra en estos años hablando de manera sistemática con más inquina de los supuestos aliados que de sus teóricos adversarios), nadie sabrá decir si lo hizo como parte de una estrategia colectiva o de un deseo individual, pero desde luego lo hizo siendo consciente de su poder. Del tirón electoral que le da al PSOE en ese permanente anhelo socialista de conquistar parte del voto conservador y de su propia figura, tan bien considerada entre gente que le vota y que no le vota. Diríase que el PSOE fía parte de su transversalidad a Robles. Y que ella sabe que es inestimable e insustituible.

Posiblemente no pueda el Partido Socialista prescindir de Robles ni quiera, pero las matemáticas y todas las encuestas dicen que será imposible que gobierne en el próximo ciclo electoral (un hecho que ahora mismo se antoja complicado) sin contar con el bloque de los espiados. No quiera Dios ni la providencia que una investidura se deba decidir por dos votos de la CUP, porque si había pocas opciones de que se bajasen un segundo de su hoja de ruta por, por ejemplo, evitar que el próximo ministro de Defensa fuera Ortega Smith, me parece que el intento de humillación de Robles ha echado paladas de tierra a la posibilidad. Toda vez que las iniciativas más de Estado de este gobierno se han aprobado por la responsabilidad de independentistas, no parece muy inteligente seguir tirando de una manta que es cada vez más corta.

No sé si esta legislatura está en peligro, puede que sí. Es verdad que hemos escuchado ese mantra más veces y ha terminado por no ocurrir, pero convendría dar valor a quien lo merece y Margarita Robles no es la persona más indicada para ello.

No sé si esta legislatura está en peligro; puede que sí. Es verdad que hemos escuchado ese mantra más veces y ha terminado por no ocurrir, pero convendría dar valor a quien lo merece y Margarita Robles no es la persona más indicada para ello. Aunque a ella, con la vida resuelta y su carrera política viviendo lo que en boxeo llaman el segundo aire, le dé igual, es bastante probable que la próxima legislatura no gobierne la izquierda por esta concatenación de desplantes, chulerías y ejercicios de poder innecesarios con partidos que bastante responsables están siendo viniendo de donde vienen y siendo sus objetivos políticos últimos los que son. Lo que hacen, a veces, también es electoralismo, y si entendemos que este apoyo inmisericorde a una ministra que claramente ha sido negligente en el fondo y la forma de la respuesta tiene un origen electoral, no podemos echarle en cara a los partidos independentistas que hagan lo mismo. No vale poner como escudo a la ciudadanía cuando Margarita Robles habla de víctimas como un insulto a diputados que, oh sorpresa, han sido votados por la ciudadanía.

No conviene que el PSOE escupa al aire de manera indefinida. Se debería respetar un bloque que ha dado una estabilidad a la legislatura que las urnas no concedieron. No vaya a ser que para que Margarita Robles siga siendo ministra sean indispensables los votos, ya no de Bildu o de ERC, sino los de la CUP. Entonces, quizá, las víctimas acabarían siendo los ciudadanos. Y no se podrá echar la culpa a los demás eternamente.

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