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Cada vez más cansados

Puede que yo sea cada año más viejo y que la sensación que trataré de explicar en esta columna sea fruto de eso, eh. No lo niego. Quizá, por lo tanto, lo que trata de ser un texto para la reflexión colectiva solo sea el capricho de un señor de mediana edad aburrido de casi todo. Pero creo que no.

Siempre que llega mayo o junio veo a la gente de mi alrededor, independientemente de su edad o del trabajo que hagan, muy cansada. La conversación tipo de la primavera, que debería ser la de que llega lo bueno, que el clima, el aire y la vida abren la ventana para que respiremos, suele ser lo cansados y cansadas que estamos. Las pocas ideas que nos quedan. Las ganas de que llegue el verano no para desfasar, sino para dejar atrás el trabajo. Las pocas fuerzas que quedan de seguir cuando el depósito está tan seco. Lo hartos que estamos de una vida que, creo, nos arrastra más que la empujamos.

La precariedad que veo a mi alrededor, entre gente con la que trabajo que no puede construir vidas sólidas, esta especie de huida hacia adelante permanente, tengo la sensación de que nos hace vivir, o al menos trabajar, con una pesa de 10 kilos en la coronilla. Y esta losa vital que ya es atávica la sufre la gente joven. Veo a gente a la que el mundo laboral ya le está comiendo cuando debería ser al revés: eso de que cuando eres joven te comes el mundo me parece que está desapareciendo cada vez más de la esfera laboral. Nadie quiere zamparse un mundo que no te ofrece más que un horizonte obtuso y farragoso. Quién querría matarse por algo que no ves que vaya a llegar. Si el trabajo no nos ofrece una vida mejor, ya nos la buscaremos haciendo lo menos posible. 

No creo que los millennials, una generación a la que se le dijo que si hacía lo correcto tendría una vida decente y que ya se ha dado cuenta de que le mintieron, estén dispuestos a dejarse maltratar a cambio de nada

Estos días se ve a empresarios a los que, sin miedo, se puede llamar explotadores indignados con el mundo porque la gente no se deja explotar. El problema no es que ahora se abuse más o menos que antes, la cuestión es que en este tiempo se percibe que el atropello no va a parar. Que el ser explotado no es una fase que te llevará a un futuro espléndido, sino que ese porvenir no existe. No creo que los millennials, una generación a la que se le dijo que si hacía lo correcto tendría una vida decente y que ya se ha dado cuenta de que le mintieron, estén dispuestos a dejarse maltratar a cambio de nada. Así que o se les trata bien desde ya o se buscarán la vida de otra manera. La gran dimisión llegará tarde o temprano si el mercado laboral no se da la vuelta.

Por mucho que haya una ministra que haya visto este panorama desde hace mucho y no deje de añadir la palabra "decente" al vocablo "trabajo", si no hay un cambio radical en la mentalidad de la clase empresarial española, que francamente es bastante deficiente, la desconexión entre el tejido productivo y las personas que han de vender su fuerza de trabajo será cada vez mayor. Puede que no les importe estar fabricando personas cansadas, hartas y refractarias (con razón) a trabajar, pero sí sus beneficios. Nada se puede sin personas que trabajen. Nada.

En cualquier caso, a mí lo que me apena es este cansancio colectivo. Esta desafección, aunque parezca fuerte decirlo así, por la vida. Esta visión del trabajo como una condena aún mayor de la que ya es. Ver a gente joven queriendo simplemente que el mundo no le coma, percibiendo el verano como una escapatoria en vez de como una oportunidad, es profundamente triste. Yo ya tengo 43 años, dos hijos y demasiadas cosas hechas. Ellos no deberían estar igual de cansados que yo. Pero lo veo y me angustia. No es la vida que merecen vivir. Y, cuando puedan, dimitirán de ella. Y a ver cómo salimos todos adelante.

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