Nos sobran ocho millones de personas. Lo han descubierto los de Vox, gente astutísima, llevando la cuenta con un ábaco. La portavoz de «emergencia demográfica» del partido fachoso publicitó el prodigio aritmético en una rueda de prensa: «Será un proceso complejo, pero tenemos derecho a sobrevivir como pueblo». A ver si me aclaro: el partido que preside la caricatura de Iznogud declara, por boca de la tal Rocío de Meer (el típico apellido de cristiano viejo), que nos sobran un porrón de extranjeros.
Lo de «extranjeros» lo pongo yo porque soy un bendito. Algo me dice que los finlandeses pueden estar tranquilos. ¿Los de las golden visa? No diga inmigrantes, diga inversores. Viendo el revuelo que se montó el lunes, el partido monosílabo cobardeó en tablas. «¡Mentira!», escribió la brava parlamentaria en su cuenta de Twitter. «Yo no he dicho que había que expulsar [a] ocho millones». En el vídeo, en modo selfi, decía que la cifra de ilegales solo la tiene el Gobierno, y que no la comparte porque van a medias con las mafias. La moderación, ay, duró un suspiro. Alentados por el frenesí evacuatorio de sus simpatizantes (lo de arreglar un país echando a gente es un eslogan de comprobada eficacia), la doña se plantó en el periódico de la Asociación Católica de Propagandistas para ciscarse en el mandato evangélico. «Fui extranjero y me acogisteis»: Jesucristo, la derechita cobarde. En fin, vamos con el entrecomillado: «Un tipo con chilaba que piensa que su mujer tiene que caminar cinco pasos por detrás es una persona que, por muchos papeles que tenga, no respeta nuestros usos y costumbres, y nosotros lo deportaríamos». ¡Por muchos papeles que tenga! Es que, de verdad, Mohamed, cómo se te ocurre. ¡Incultúrate! La «violencia intrafamiliar» hay que practicarla al volver de la taberna apestando a Soberano, como se ha hecho siempre.
Me encantaría discutir con su señoría de qué costumbres me habla. ¿Abrirse una cuenta con permiso del marido? ¿Ayuno en las fiestas de guardar? ¿Jugar al mus? ¿Poderte divorciar? Me encantaría, digo, porque imagino el follón que se le iba a montar en el cotolengo respondiese lo que respondiese. Cuando armas un partido con los desechos de Fuerza Nueva, unos cuantos calvos de Falange y tres centenares de arribistas a los que asombra el mecanismo de un botijo, la unidad doctrinal es un lujo que no te puedes permitir. Y sí, sé que podría esmerarme en explicar cómo eso de «lo español», ese otro invento del XIX apañado durante el auge de los nacionalismos, lo bien que nos ha venido que por este terruño pasasen tantísimos pueblos o en escribir unos vivas al ajonjolí, los alféizares, los cantes de ida y vuelta, la Alhambra, a Trajano, Maimónides, el garum y las acequias, pero miren, no serviría de nada.
Cuando armas un partido con los desechos de Fuerza Nueva, unos cuantos calvos de Falange y tres centenares de arribistas a los que asombra el mecanismo de un botijo, la unidad doctrinal es un lujo que no te puedes permitir
Estos patanes no van a echar a nadie porque no sabrían cómo hacerlo: les basta con soltar alguna gilipollez incendiaria de tanto en tanto para cargar de razones a sus huestes con cortinilla y para que la diputada de turno se pasee por un par de televisiones a ver si así nos acordamos de que existen. Luego, la paguita, la mamandurria y líbrenos Dios de gobernar, que es cosa cansadísima.
Nos sobran ocho millones de personas. Lo han descubierto los de Vox, gente astutísima, llevando la cuenta con un ábaco. La portavoz de «emergencia demográfica» del partido fachoso publicitó el prodigio aritmético en una rueda de prensa: «Será un proceso complejo, pero tenemos derecho a sobrevivir como pueblo». A ver si me aclaro: el partido que preside la caricatura de Iznogud declara, por boca de la tal Rocío de Meer (el típico apellido de cristiano viejo), que nos sobran un porrón de extranjeros.