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Grandes Testimonios

José Luis tiene cincuenta y cuatro años y vive en un pequeño pueblo de La Mancha. Es programador de videojuegos en excedencia y ortodoncista aficionado. Pide que le distorsionemos la voz y lo grabemos a contraluz. "Siempre he querido ser una sombra chinesca", nos confiesa, mientras le explico que la entrevista se publicará impresa. Noto la decepción en su mirada. Le digo que podemos hacerle unas fotos marcando silueta, si le hace ilusión, y que ya veremos si las publicamos. José Luis asiente, feliz como un perrete.

–¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí?

–No, hombre, no. Yo me mudé cuando la pandemia. Antes vivía en un piso compartido en Lavapiés.

–En su libro Yo fui el primero cuenta cómo se le ocurrió comprar todo el papel higiénico del supermercado de su esquina.

–Sí, sí. Soy muy humilde, pero también un visionario. Las cosas como son. En cuanto escuché que nos iban a confinar me dije: José Luis, tú acumula. Lo que pasa es que la gente es muy envidiosa, y en cuanto me vieron cargando los primeros ochentaisiete rollos de papel…

–¿Empezaron a imitarle?

–Eso, eso. Mi obra se ha entendido muy mal. Mi plan no era solamente comprar todo el papel de baño. Era comprarlo todo. Pero ya sabe usted, de nuestros imitadores son nuestros defectos.

–Pero…

–Sí, sí. Había pedido un préstamo a Cofidis y todo. Diez mil euros tenía yo, calentitos. Ese día desabastecí un Eroski, dos Alcampo y media docena de bazares chinos. Comprar por pánico es mi verdadera pasión. Es triste que haya tenido que venir una pandemia para darme cuenta, pero bueno.

–Usted compró doscientos sesenta y ocho flanes de huevo aquel día.

–No, no. No tanto. Yo creo que fueron doscientos veinte nada más.

–Ah.

–Pero sí, y a mucha honra.

–¿Y le dio tiempo a comérselos?

–La verdad es que prefiero no contestar a esa pregunta.

Tuerzo el gesto y me dispongo a repreguntar. Me han dicho que insistir sin cortesía es lo que te convierte en un periodista de raza. Imaginando el Pulitzer en mi mesilla de noche, presiono.

–José Luis, ¿qué hizo con tanto flan?

Baja los ojos, avergonzado, mientras juega con los pulgares.

–¿Ve usted ese muro de carga? Pues está hecho de flan. ¿Y el sillón donde está usted sentado? ¡Flan! ¡Hasta la mampara del baño!

Noto en su expresión el gesto grotesco de la locura. Quiero salir de aquella gruta de perversión con olor a vainilla, pero recuerdo que la prensa es un servicio público y que hay que combatir a los poderosos. El cuarto poder, carajo. Internamente, me recompongo.

–Creo que también estuvo detrás del desabastecimiento de pilas y estufas de camping gas de hace unos meses. ¿Le decepcionó que el gran apagón fuese un bulo?

No se sabe si es un bulo. Que no haya pasado no significa que sea mentira.

–Entiendo.

Tengo pilas suficientes como para alumbrar una pedanía, entre finas y gordas. De botón tengo menos, la verdad, pero estoy solucionándolo.

–¿Y cómo está viviendo la carestía a causa de la guerra en Ucrania?

–Con mucha ilusión, la verdad. Yo ya había ido comprando aceite de girasol, poquito a poco, para no levantar sospechas. Lo dije en Telegram: el aceite va a ser el nuevo oro. ¿Me hicieron caso? Ellos sabrán.

–¿Y el combustible?

–No tengo coche, pero echo un paseo a la gasolinera de tanto en tanto y relleno las botellas de cocacola que se me quedan vacías. Hay que reciclar, ¿no?

–Le veo optimista.

–Hombre, pos claro. Toda crisis es una oportunidad.

Sorteamos varias cajas precintadas de lo que parecen ser bombillas con filamento de tungsteno y nos despedimos de José Luis en la puerta de su domicilio. La semana que viene entrevistaremos a un taxidermista que asegura haber descubierto una alternativa al botox.

Viva el periodismo.

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