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La tierra de nadie del periodismo español: la desregulación deja el código deontológico en papel mojado

El rey hormiguita

Su majestad nos ha enseñado el extracto del banco. ¡Viva el rey, nuestro señor! Los contables de palacio estarán extenuados: hay escasez de viseras verdes y manguitos en todo el reino. Un heraldo a caballo ha recorrido la patria soplando por una trompetilla: oíd, súbditos, las cuentas del gran capitán. Al dato: Felipe VI ha ahorrado veinticinco millones y medio en los últimos veinticuatro años. Los monárquicos están pletóricos: qué prudente don Felipe, qué humilde, qué constitucional.

Pero no todo es regocijo. Los astutos comentaristas políticos sospechan que la operación es un lavado de cara de la institución. «Los principios de ejemplaridad, transparencia, rectitud e integridad en sus comportamientos», dice el comunicado. O sea, ya no somos como papá. Voceros de toda ralea corean el dulce romance de lo barato que nos sale la monarquía. Atrás quedaron los diminutos errores de don Juan Carlos, pequeñeces que no conseguirán ensombrecer su talla histórica. (Digan conmigo: ¡gloria al timonel de la transición!) Ay. Se acabó cazar elefantes y osos borrachos. Ni coches, ni veleros, ni fortunas sauditas con las que agasajar a las amantes, ¡nunca más una comisión millonaria! Se abre una nueva y tediosa etapa: duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino de añadidura los domingos. El Seat Ibiza para llevar a las infantas al colegio y camisetas blancas del Zara.

Al ritmo al que van las cosas, en un semestre la Zarzuela comunicará a bombo y platillo que Felipe de Borbón y Grecia es de clase media alta. La noticia será acogida con gran algarabía y jolgorio y, con seguridad, Carmen Calvo nos felicitará a todos por mantener en herencia la Jefatura del Estado.

Una monarquía sin boato es una cosa tristísima, por muy marxista-leninista que uno sea. Ese señor con unos mocasines de ante y unos levis llevando a la heredera al aeropuerto, esas cenas con la vajilla de Ikea: qué lástima. Me malicio que esta versión tofu de la sacra majestad es un triunfo definitivo de los pérfidos republicanos: a los reyes hay que dejarlos desfalcar, si no se extinguen.

¿Qué pasaría si a don Felipe le brotase la borbonitud y se entregase a los lujos, las cortesanas y las fruslerías? ¿Qué le ocurriría a nuestro monarca si mañana mismo se puliese los dos milloncejos y pico esos que ha ahorrado en el casino de Torrelodones?

Pero algo huele a podrido en todo esto. Pido el comodín de la hipótesis. ¿Qué pasaría si a don Felipe le brotase la borbonitud y se entregase a los lujos, las cortesanas y las fruslerías? ¿Qué le ocurriría a nuestro católico monarca si mañana mismo se puliese los dos milloncejos y pico esos que ha ahorrado, centimillo a centimillo, en el casino de Torrelodones? ¿Tendría que pedir comida en Cáritas? ¿Las pasaría canutas si lo echasen del trabajo? ¿El banco le ejecutaría la hipoteca?

¡Nada en absoluto! Cada primero de mes, la nómina en la cuenta y los secretarios, chóferes, chambelanes y gentileshombres a cuenta del presupuesto general del Estado. Y si fuera por ellos, la hija igual, y la nieta otro tanto. A la luz de estos acontecimientos, mañana mismo iniciaré una gira propagandística en la que glosaré mis inauditas habilidades para no levitar. El público se emocionará con mi humildad. Dirán: «Qué gran tipo, Joaquín. Mirad cómo se aferra al suelo, cómo condesciende con las leyes de la gravedad». Pediré a mis escribanos que redacten un comunicado de prensa que entreguen solo a los partidos que me alaben, siguiendo la senda de Felipe El Constitucional. Si uno es quien es porque mamá y papá hicieron cositas, el raciocinio testicular está más que justificado. ¡He ahí la verdadera razón de (la jefatura) de Estado! Si usted no es gran maestre del Toisón es porque lo fecundaron con el gameto inadecuado.

Se jode.

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