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Quince años de desafección ciudadana hacia la política: cómo empezó todo y quién es el gran beneficiado

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El método Toninsky

Miguel Sánchez Romero.

Isabel Díaz Ayuso ha creado la Oficina del Español. ¡Bien hecho! Estaba TripAdvisor llenito de reseñas de turistas que, más o menos, venían a decir que sí, que Madrid muy bien, pero que echaban de menos una oficina del español. Por ejemplo, Dimitar Velikova, un búlgaro que tras pasar dos días en la capital se marchó asegurando que no volvería a Madrid si no se creaba la citada oficina. Pues bien, Dimitar acaba de confirmar que llega el martes. Lo hizo a través de una reserva en el Hotel-Fonda José Luis, un elitista establecimiento que ha manifestado al señor Velikova que le acogerán con los brazos abiertos siempre y cuando le acompañen en su vuelta las dos toallas que se llevó.

La decisión de crearla fue anunciada en rueda de prensa por Enrique Ossorio –consejero de Educación y portavoz del gobierno autonómico–, quien afirmó que la intención de tal medida era "convertir a Madrid en la capital europea del español", lo cual no parece difícil habida cuenta de que es la única capital europea donde se habla. Personalmente, creo que en Düsseldorf lo tendrían más complicado, pero no puedo asegurarlo.

Ossorio, preguntado por el cometido de la institución, pudo dar la equivocada impresión de que podría tratarse de un chiringuito a través del cual compensar a Toni Cantó –su futuro director– por haberse quedado fuera de las listas del PP. Sobre todo cuando dijo que la oficina se entregaría a la búsqueda de "sinergias" con "entidades culturales internacionales" para "realizar acciones de puesta en valor" del idioma y la gestión de "informes" y "encuentros" que "fomenten" el "debate" en torno a la "potencialidad" del español. Ossorio debería saber que, en comunicación política, si juntas en un mismo párrafo términos como "sinergias", "puesta en valor", "potencialidad" e "informes", no hace falta tener la nariz del perfumista de Dior para percibir el aroma a chiringuito.

Afortunadamente, la sospecha carece de fundamento si tenemos en cuenta que Ayuso expresaba manifiestamente en el programa electoral con el que concurría a las elecciones –página 64, punto 108–, su intención de fomentar "el estudio del español […] potenciando la Comunidad de Madrid como destino para aprender español y espacio de referencia del Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española". O, lo que es lo mismo, Ayuso pretende que en un par de años los turistas extranjeros que acudan a Madrid sepan pedir hasta quince bebidas alcohólicas en castellano.

¿Podemos culparla por cumplir algo que anunciaba en su programa? No. Aunque habrá quien se pregunte por qué el punto 108 adquiere de repente una prioridad que no parecen tener los 107 restantes. Me temo que es una pregunta sin respuesta. La privilegiada cabeza de Ayuso o, como yo la llamo, la Hipatia de Chamberí–forma parte de un universo libre, conservadoramente anárquico, donde no son bien vistas las imposiciones, ni siquiera la del orden numérico. Lo que Ayuso nos está diciendo es "puede que en tu vida el 7 vaya antes que el 8, pero la verdadera libertad es ponerlo después". Inapelable.

En todo caso, descartada la hipótesis de que la Oficina del Español sea un chiringuito, la segunda cuestión que preocupa a medios como este donde escribo mientras encuentro algo mejor es: ¿ha acertado Ayuso poniendo al frente de la oficina a un actor en lugar de un filólogo? Plenamente.

Quienes critican en Toni sus veleidades ideológicas y la facilidad con que cambia de partido buscando figurar en un puesto de relevancia ignoran, precisamente, que es actor. No persigue el cargo, sino el personaje. Nadie se hace actor para interpretar a Reinaldo, el criado de Polonio. Ni siquiera para hacer de Polonio. Uno se hace actor para dar vida a Hamlet. O a su equivalente en la vida real, el director de la Oficina del Español. Toni ha luchado como nadie por conseguir ese papel.

Otra vez me dejan fuera

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Los castings son duros. Y en política mucho más porque trascienden el entorno cerrado de una sala. El aspirante tiene, además, que emplearse a fondo en la esfera pública. Así lo ha hecho Toni desde hace meses. Consciente de que ni sus aptitudes, ni su formación, ni su currículum son los más indicados para optar al papel en juego, se ha decantado por ese otro método que, en ocasiones, te facilita entrar en el elenco: la perseverancia. En este caso, perseverancia en la adulación.

Toni se ha volcado en el elogio a Díaz Ayuso. No había día en el que en Twitter no piropeara su gestión, no celebrara una declaración de la presidenta o se entregara sin pudor a enaltecerla. Toni hubiera matado por el papel de director de la Oficina del Español. Ayuso lo sabía y se lo ha dado para evitar la muerte de un filólogo.

Hay quienes afean a Toni que vaya a embolsarse algo más de setenta y cinco mil euros anuales por desempeñar el cargo. En julio de 2016 tuve ocasión de asistir al Festival de Teatro de Mérida (capital europea del calor) y verlo en el montaje de Aquiles, el hombre. Créanme, si logras mantenerle alejado del teatro, setenta y cinco mil euros no es dinero. Yo llegaría a los cien mil.

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