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34,8%: la abstención es el éxito (de la política del fango)

A pocas horas del 28M, uno no puede evitar acordarse de aquella mítica viñeta de El Roto: “La derecha no vota, ficha”. Nadie pone en duda que el electorado que disputan y a la vez comparten PP y Vox está movilizado. ¿Cuándo no? Los números de los que partimos cantan (y preocupan). De los 35 millones largos de electores convocados a las elecciones municipales de 2019, más de 12 millones decidieron abstenerse, un 34,8% del censo (ver aquí). Resucitar a ETA durante la primera mitad de campaña o culpar al mismísimo Pedro Sánchez de capitanear una “trama generalizada de compra de votos” como está haciendo el PP estos días no sólo busca mantener encabronados a sus electores sino, sobre todo, desmotivar a los posibles votantes de las izquierdas. Lograr que se queden en casa. Que asistan en silencio al pretendido “cambio de ciclo” que lleve en volandas a Feijóo y Abascal a la Moncloa en las generales de fin de año. Y pueden conseguirlo.

Todas las encuestas conocidas (incluso las obligatoriamente desconocidas en los últimos días) dan por descontado que alrededor de un millón de los dos millones de votos que en 2019 fueron a parar a Ciudadanos están garantizados para el PP. Quizás más. Y también que Vox subirá, porque está pendiente de trasladar a territorios y ayuntamientos el buen resultado que obtuvo en las últimas generales. Sin embargo, ni siquiera esa suma impepinable sería suficiente para que las derechas logren instalar la idea de “ola de cambio” que vienen buscando. En términos de bloques, las formaciones progresistas estatales y las de ámbitos territoriales han mantenido posibilidades de sumar… siempre que sus potenciales electores no desistan del compromiso con las urnas.

Por eso no se ha escatimado esfuerzo alguno desde las derechas y sus potentes terminales mediáticas para impedir que en esta campaña electoral se hablase de política en el mejor sentido de la palabra. De la aportación de soluciones a los problemas de la ciudadanía: de vivienda, de sanidad, de educación, del transporte, de la fiscalidad, de la emergencia climática… No les interesaba en absoluto cuando en el ámbito económico, laboral o de protección de derechos, la coalición de gobierno y sus socios pueden sacar pecho con el respaldo de los datos y de las proyecciones de los principales organismos internacionales y gabinetes de estudio. 

Para quienes presentan como principal lema y objetivo de campaña “derogar el sanchismo” era mucho más rentable desenterrar el terrorismo de ETA la primera semana de campaña y aprovechar en la segunda los casos localizados de compraventa de votos para intentar ensuciar todo el sistema electoral y, por supuesto, culpar de esa supuesta falta de garantías al propio Sánchez, al PSOE o incluso al espionaje marroquí (ver aquí). Vomitivos esos episodios en los que individuos sin escrúpulos aprovechan la precariedad de sectores excluidos para nadar en las aguas fecales del clientelismo. Pero ¿en serio a estas alturas Feijóo no considera que debe desmentir el mensaje que pone en solfa las garantías del sistema electoral español?. (Escuchen aquí, por favor, al politólogo Víctor Lapuente o lean aquí al jurista Martín Pallín).

No ser malpensado a estas alturas del partido sería pecar de ingenuo, así que uno cree que no es casual que los tres ejes de campaña del PP para este 28M hayan consistido en la propagación masiva de tres trampas de tamaño elefantiásico: la de que debe gobernar (a partir de de ahora si así le peta) la lista más votada; la de que el Gobierno de coalición tiene pactos secretos con la difunta ETA; y, por último, aprovechando que unos cuantos golfos circulan por Melilla o Mojácar, la de que existe un entramado nacional de compraventa de votos (¡qué más da que algunos detenidos en Melilla los compraran para el PP!). ¿Qué objetivo común puede tener la masiva amplificación de las tres trampas citadas? Pues que ponen en duda la legitimidad de cualquier futuro gobierno que no esté compuesto por las derechas, ya sea porque el PP sea el más votado pero sin apoyos suficientes para gobernar, ya sea porque la izquierda reciba los votos de Bildu o, en el extremo más disparatado e irresponsable de todos, porque si los resultados (en municipales, en autonómicas o, por supuesto, en generales) son muy estrechos, conviene ir sembrando la duda sobre la garantía de veracidad y limpieza de los datos oficiales.

Sólo por estas tres razones, aunque habría bastantes más (entre ellas no es menor el permanente bloqueo de la renovación del Poder Judicial), conviene advertir que el PP se está comportando como un partido antisistema, dispuesto a socavar los mimbres fundamentales de la democracia con tal de ganar poder o mantener privilegios. En otros lares lo llaman trumpismo. Aquí utilizan el papel aún más hiperbólico de Ayuso para hacer pensar a una parte del electorado conservador que Feijóo representa una moderación razonable.

Suena a tópico advertir que enfangar la política busca sobre todo alejarnos de ella, y eso es lo que pretenden (como avisaba Machado en su Juan de Mairena) quienes prefieren decidir por nosotros y en beneficio exclusivo suyo. La práctica antisistema de quienes siempre han dominado sus resortes sólo tiene una respuesta democrática: acudir a las urnas. Si ellos no quieren hablar de lo que nos importa en las ciudades, en los gobiernos autonómicos, en la España abandonada, hablemos para empezar con una papeleta que no se compra ni se vende. La de cada una de nosotras y nosotros. Es quizás más necesario que nunca, por muy decepcionados que a menudo nos sintamos. Es mucho más arriesgado poner la democracia en manos de antidemócratas, por bien disfrazados que se presenten. Votemos.

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(Aquí puedes leer las entregas anteriores de 'El dato y el dardo')

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