El Estado es la cuestión Luis García Montero
Desde Salobreña
Escribo desde Andalucía, concretamente desde Salobreña, localidad de la Costa Tropical granadina. Junto a Madrid, Tánger y La Alpujarra, he incorporado Salobreña a las actuales escalas de mi vida nómada. Su belleza natural y cultural aún no ha sido completamente devastada por la metástasis de construcciones feas e invasivas de tantísimos lugares del litoral español. Conserva su casco antiguo, que trepa por un cerro hasta el castillo árabe; sus playas, aunque mejorables, están razonablemente limpias; el coste de la vida sufre aquí la feroz subida de estos tiempos, pero sigue siendo abordable, y el espíritu de la mayoría de sus vecinos podría calificarse de liberal progresista. La izquierda gobierna el municipio y Federico García Lorca, Blas Infante y Dolores Ibarruri dan nombre a calles céntricas.
Pues bien, no me he topado nunca en Salobreña con Macarena Olona. No tiene aquí piso en propiedad ni en alquiler, ni tampoco pasa más de seis meses al año en casa de algún familiar o amigo. Como mucho, ha venido dos o tres veces a zamparse unos espetos o, últimamente, soltar un mitin a fans enfervorizados. Y, sin embargo, Olona usa un imaginario arraigo salobreñero para aspirar a la vicepresidencia y hasta la presidencia de Andalucía en las elecciones del próximo 19 de junio. Es todo un signo de la injusticia y el disparate de nuestra querida España el que, probablemente, la alcaldesa socialista de Salobreña vaya a pasar más apuros por verificar el falso empadronamiento de Olona que la propia estafadora.
Ya se sabe, esos jueces y juntas electorales que se pondrían exquisitos si yo me presentara a los comicios gallegos porque tengo un amigo en Vigo que me presta su dirección para empadronarme oportunistamente allí, creen que lo de Olona es de recibo. Pelillos a la mar de Alborán, sentencian. Y también es sabido que a los ultras andaluces les importan un carajo los conceptos de legalidad o regularidad si se trata de los suyos, los nacionales. También se las trae al pairo el programa, por supuesto. Los ultras votan a cualquier cosa que defienda los toros y la caza, se ponga una bandera rojigualda en los gayumbos o las bragas y despotrique contra los eternos enemigos de España: los rojos, los separatistas, los moros, las feministas y los maricones.
Macarena es buena en lo suyo, muy buena. Maneja el nacionalpopulismo tan bien como Isabel Díaz Ayuso lo hace en Madrid. Sabe que a los suyos les van las emociones, las pasiones incluso. Las más ranciamente identitarias, por supuesto. Se pone un clavel en el moño, se viste de faralaes y se va de ferias y romerías, a decir sandeces, a hacer andalucismo folclórico y españolismo tabernario. Y le funciona, vaya que le funciona. Supongo que obtendrá un buen resultado el 19-J.
Las derechas plantean estas elecciones andaluzas como un ensayo general de las próximas elecciones españolas. Desde Salobreña las veo en buen orden de batalla, tocando cada una las teclas que debe tocar: Bonilla las del centro, Olona las ultras
También lo obtendrá Juanma Moreno Bonilla. La izquierda andaluza está tan desaminada que hay quien, medio en broma, medio en serio, barrunta votarle para que obtenga una mayoría suficiente que le permita gobernar sin Vox. El sevillano Juan Espadas, el candidato que Pedro Sánchez ha querido para el PSOE andaluz, es tan soso que mucha gente le llama Cuchillitos. En cuanto al espectáculo de follón y cainismo a su izquierda, es cualquier cosa menos estimulante. Así que no es aventurado suponer que Moreno Bonilla repetirá en el palacio de San Telmo. Con o sin el apoyo de las huestes de Macarena.
No ninguneen a Moreno Bonilla. Lo ha hecho bien. No en el sentido de que haya mejorado el nivel de vida y los servicios sociales de los andaluces, no. Lo ha hecho bien en el sentido emocional, factor importantísimo en unas elecciones, aunque la izquierda no acabe de enterarse. Moreno Bonilla ha logrado dar en San Telmo una imagen de tipo educado y moderado, más próxima a la de Feijóo que a la de Ayuso. Y eso desactiva parte del deseo del electorado de izquierdas de votar en su contra. No se le percibe como un vándalo.
Por lo demás, y esto es importante, Moreno Bonilla ha mantenido buena parte del sistema de “paguillas” heredado de las décadas de Junta de Andalucía socialista. En estos últimos años, muchos andaluces de las clases populares han seguido cobrando unos cuantos euros por cosas como pintar balates o arrancar hierbas de las cunetas. Cosas de las que, recuerden, blasfemaban los neoliberales más bocazas del PP y ese engendro llamado Ciudadanos. Lo que daba mucho susto en los pueblos y barrios de mi comunidad natal.
Moreno Bonilla no ha creado auténticos nuevos empleos, les ha bajado los impuestos a los ricos y no a los pobres, ha aumentado el número de altos cargos y sus prebendas, ha proseguido el deterioro de la sanidad y la educación públicas en beneficio de lo privado iniciado ya en la época de Susana Díaz, como bien señala Juan Torres López en un artículo en Público. Siendo esto cierto —Moreno Bonilla es de derechas, no socialdemócrata—, él hace campaña estos días con una simple idea: que él no chilla. Lo que no es incompatible con que, si es menester, termine pactando con los que chillan.
Las derechas plantean estas elecciones andaluzas como un ensayo general de las próximas elecciones españolas. Desde Salobreña las veo en buen orden de batalla, tocando cada una las teclas que debe tocar: Bonilla las del centro, Olona las ultras. Sabiendo uno y otra que, si al final hay que entenderse, se entenderán. A las izquierdas apenas las veo.
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