Han tenido que pasar cuarenta años para que, por fin, un documental aborde de forma seria y honesta el caso del Rainbow Warrior, un momento fundacional en la historia del periodismo de investigación y de impacto en Francia. Producido por Mediawan, será emitido en tres episodios en France 2 el próximo 23 de septiembre (a partir del 19 de septiembre en France TV). Ha sido dirigido por Julien Johan y Frédéric Ploquin.
Junto con otros colegas que participaron en nuestra carrera de relevos del verano de 1985 contra la mentira del Estado (Jean Guisnel de Libération, Georges Marion de Le Canard enchaîné y Jean-Marie Pontaut de L'Express), soy uno de los periodistas que dan testimonio en ella, cuando entonces trabajaba en Le Monde (ver caja negra).
Breve resumen de los hechos: el 10 de julio de 1985, el buque insignia de Greenpeace, que se preparaba para llevar a cabo una campaña contra los ensayos nucleares franceses en el Pacífico, fue hundido por la explosión sucesiva de dos minas cuando estaba atracado en el puerto de Auckland, al norte de Nueva Zelanda; un joven fotógrafo del movimiento ecologista, el portugués Fernando Pereira, murió ahogado intentando salvar sus cámaras; aunque todo apuntaba a Francia, sobre todo tras la rápida detención por parte de la policía de Auckland de dos agentes de la DGSE –el falso matrimonio Turenge (Alain Mafart y Dominique Prieur)–, el poder lo negó rotundamente, admitiendo únicamente una misión clandestina de vigilancia.
Dos meses después del atentado, las revelaciones de Le Monde en su edición del 17 de septiembre de 1985 (fechada el 18 de septiembre), difundidas posteriormente por L'Express, obligaron al Gobierno, a través del primer ministro Laurent Fabius, a reconocer la responsabilidad de Francia, mientras que el ministro de Defensa, Charles Hernu, y el jefe de la DGSE, el almirante Pierre Lacoste, se vieron obligados a dimitir.
“Actuaron siguiendo órdenes”: esta frase, pronunciada entonces por Laurent Fabius en referencia a los ejecutores de la misión de sabotaje, en una declaración que validaba la información de Le Monde, ha quedado desde entonces en suspenso. Los guardianes del templo mitterrandiano, ya fueran cínicos o sinceros, y los periodistas del Gobierno, conformistas por función y por costumbre, se encargaron de que esa “orden” nunca se aclarara, identificara o atribuyera a nadie.
François Mitterrand, jefe de las Fuerzas Armadas y, como tal, de los servicios secretos, que siguió siendo presidente durante los diez años siguientes al atentado, nunca fue preguntado por los medios de comunicación sobre este asunto. Por imperativo del presidencialismo, incluso el Parlamento prefirió abstenerse de cualquier curiosidad y no creó ninguna comisión de investigación.
Nunca me habría embarcado en una operación de este tipo sin la autorización personal del presidente de la República
Teniendo como hilo conductor el relato de su misión por parte de los agentes secretos del servicio Action de la DGSE, en particular del oficial de buceo de combate que colocó los explosivos, el coronel Jean-Luc Kister, que salió de la sombra en Mediapart en 2015, el documental ¿Quién hundió el 'Rainbow Warrior'? tiene el mérito de disipar la niebla que desde hace cuatro décadas se esfuerza por proteger al principal responsable de este crimen de Estado: el presidente de la República Francesa, François Mitterrand.
Además de los hechos ya conocidos, entre los que se encuentra el informe escrito en 1986 por el almirante Lacoste, revelado por Le Monde en 2005, añade a esta larga investigación el testimonio inédito de Patrick Careil, en aquel momento director del gabinete del ministro de Defensa, antes de pasarse al sector bancario y financiero.
Convertido en el culebrón del verano de 1985, el caso Greenpeace tuvo como motor periodístico la búsqueda de la verdad: al no poder identificar a los autores del atentado, que, de hecho, no podían ser los dos equipos de agentes secretos ya identificados —los falsos esposos Turenge, encargados de la coordinación, y la tripulación del velero Ouvéa, responsable de transportar el material—, el poder podía mentir como un bellaco, a pesar de todas las sospechas.
De ahí el efecto explosivo de la revelación, en las columnas de Le Monde, de un tercer equipo de nadadores de combate, directamente responsable del atentado. Era la pieza que faltaba en el rompecabezas. O, en otras palabras, la carta que había que jugar para derribar el castillo de naipes de la mentira.
Pero hoy, el testimonio de Patrick Careil confirma que esta mentira no era la de todo el Gobierno, sino la del ministerio de las Fuerzas Armadas y, en particular, de la Presidencia de la República: François Mitterrand, que fue informado de antemano de la operación de la DGSE, también mintió a su primer ministro, Laurent Fabius, explica Careil en esencia.
Comprometido a tope con Charles Hernu, hasta el punto de liderar él mismo la campaña contra los periodistas que investigaban, Patrick Careil no oculta sus remordimientos retrospectivos, ya que esta mentira (en el corazón del poder político) dentro de la mentira (a todo el país y al mundo entero) favoreció el impacto final de las revelaciones periodísticas, ayudadas por las divisiones dentro del aparato estatal.
Porque, en aquella época, lejos de ser un testigo pasivo, Patrick Careil fue un protagonista activo de esta operación clandestina montada contra Greenpeace. Fue él quien, el 19 de marzo de 1985, pidió explícitamente al jefe de los servicios secretos “que utilizara los medios de la DGSE para impedir que el movimiento Greenpeace llevara a cabo sus proyectos de intervención contra la campaña de ensayos nucleares franceses en Mururoa, en el verano de 1985, ya que el ministro estaba firmemente decidido a oponerse a ellos”.
Esas son las primeras líneas del informe del almirante Pierre Lacoste, fechado el 8 de abril de 1986 y redactado a petición del nuevo ministro de Defensa, en el seno del Gobierno de cohabitación del que Jacques Chirac era primer ministro. Revelado veinte años más tarde en Le Monde por el periodista Hervé Gattegno, quien lo retomó en un reciente libro, ese informe no deja lugar a dudas sobre la implicación directa de François Mitterrand en esta operación.
“Nunca me habría embarcado en una operación de este tipo sin la autorización personal del presidente de la República”, escribe el exjefe de la DGSE, que relata con detalle su decisiva entrevista con el jefe del Estado, el 15 de mayo de 1985 a las 18 horas, en el palacio del Elíseo:
“Le pregunté al presidente si me autorizaba a poner en marcha el proyecto de neutralización que había estudiado a petición del Sr. Hernu. Me dio su consentimiento, manifestando la importancia que concedía a los ensayos nucleares. No entré entonces en más detalles sobre el proyecto, ya que la autorización era suficientemente explícita. [...] No me pareció anormal no recibir una orden por escrito para iniciar una acción clandestina. Ya había ocurrido lo mismo anteriormente, y era la norma en este tipo de actividades”.
Luego, examinando de nuevo la debacle final que pagaron los agentes secretos implicados sobre el terreno —encarcelados durante un tiempo en Nueva Zelanda como falsos esposos Turenge, identificados públicamente por la mayoría de los demás—, el almirante Lacoste hizo este comentario: “Nos perdimos en una maraña de mentiras e intrigas que acabó en un auténtico desastre.”
Las otras dos lecciones que se pueden extraer de este crimen pasado se refieren, evidentemente, al presidencialismo y al periodismo
Gracias a este laberinto de mentiras, François Mitterrand logró, mientras vivió, eludir su responsabilidad personal en este crimen de Estado. En materia de ocultación, el poseedor del récord de duración presidencial —catorce años, de 1981 a 1995— fue sin duda alguna incomparable, lo que no dejó de tener repercusiones para la familia política socialista a la que se había unido.
La tardía revelación, a pesar de sus persistentes negativas, de sus compromisos juveniles, maurrasianos y petainistas, no ayudará a la lucidez ante el ascenso electoral e ideológico de la extrema derecha. Lo mismo que su talento para hacer olvidar su compromiso en los años 50 contra la independencia argelina y a favor de la presencia francesa en África no ayudó a afianzar el anticolonialismo en el PS: François Mitterrand fue un feroz defensor del Imperio francés, incluso reducido a la mínima expresión, hasta el punto de haber sido, como ha demostrado recientemente Thomas Deltombe, el precursor del neocolonialismo.
Las otras dos lecciones presentes de este crimen pasado se refieren, evidentemente, al presidencialismo y al periodismo. Además de su talento para despistar, François Mitterrand estaba protegido por el búnker institucional de la V República, que pone al jefe del Estado fuera del alcance de las protestas y las revelaciones, e incluso de las elecciones, como demuestra hoy la práctica antidemocrática de Emmanuel Macron con respecto a la Asamblea Nacional.
En cuanto al periodismo, el caso del Rainbow Warrior recuerda una época en la que, en el seno de un sistema mediático en el que Le Monde era el periódico de referencia, existía una prensa totalmente independiente, tanto económica como políticamente, que podía asumir el riesgo de las revelaciones del 17 de septiembre de 1985.
Un riesgo, por supuesto, porque, al tratarse de operaciones clandestinas de los servicios secretos, no hay documentos, rastros escritos ni testimonios públicos. “Teníamos que proteger a toda costa lo que constituía nuestra última seguridad: la identificación de un tercer equipo”, escribirá el almirante Lacoste en sus memorias, publicadas en 1997.
Solo un periódico sin ataduras, sin vínculos de subordinación ni dependencia, como lo era entonces Le Monde, dirigido por André Fontaine y cuyo accionariado estaba controlado por su redacción, podía arriesgarse, basándose en una investigación cuyas fuentes eran necesariamente confidenciales, a titular en portada la existencia de ese “tercer equipo”, compuesto por dos nadadores de combate de la DGSE, autores materiales del atentado contra el Rainbow Warrior.
Así se logró arrojar luz sobre esta mentira de Estado, demostrando la fuerza del impacto de un periodismo al servicio del interés público y del derecho a saber. El mismo que Mediapart, desde su creación, se esfuerza en defender e ilustrar.
Caja negra
Como protagonista de la investigación sobre el Rainbow Warrior, me solicitaron que participara en el documental emitido por France Télévisions, al igual que en julio, con motivo del cuarenta aniversario del atentado, por el INA. Participé también en una serie de podcasts de Mediapart realizados en 2024, con motivo de mi salida de la presidencia.
Traducción de Miguel López
Han tenido que pasar cuarenta años para que, por fin, un documental aborde de forma seria y honesta el caso del Rainbow Warrior, un momento fundacional en la historia del periodismo de investigación y de impacto en Francia. Producido por Mediawan, será emitido en tres episodios en France 2 el próximo 23 de septiembre (a partir del 19 de septiembre en France TV). Ha sido dirigido por Julien Johan y Frédéric Ploquin.