El lenguaje del síndrome postaborto

No, no es informar, sino mentir. El llamado “síndrome postaborto” no existe. Es un invento de las organizaciones contrarias al derecho de las mujeres a decidir cuándo ser madres. Y, como si se tratara del creacionismo frente a la teoría de la evolución, no hay simetría científica en la controversia. La ciencia no da lugar a dudas: los posibles efectos psicológicos de interrumpir voluntariamente un embarazo son los mismos que pueden producirse por llevar un embarazo no deseado a término.

Esto es una batalla contra el fanatismo religioso. El supuesto síndrome no es una invención española, sino de los extremistas cristianos del mundo entero, liderados por los estadounidenses. No hay otro motivo para no permitir a una mujer interrumpir un embarazo no deseado, dentro de un plazo razonable, puesto que todo el mundo entiende que un feto de ocho meses ya es un bebé, que la creencia religiosa –compartida por casi todas las religiones, por cierto– según la cual desde el momento de la concepción ya hay un niño… Es tan disparatado como cualquier otra creencia religiosa, pero mucha gente lo cree. Sin embargo, solo los más fanáticos –los Opus Dei, los Legionarios de Cristo, los del CEU, los Kikos, y sus terminales, como HazteOir o los Abogados Cristianos– van de vez en cuando más allá para presionar a las mujeres.

No es informar, sino coaccionar. Es obligar a las mujeres a ser madres en contra de su voluntad. Así de claro. Y así, en virtud de una creencia religiosa, se justifica plantarse delante de una clínica para presionar a las pacientes, o ahora, coaccionarla para que escuche el supuesto corazoncito del imaginario bebé, o bien lo que le espera –alcoholismo, suicidio– si no cumple con la Ley de Dios, escondida en pseudociencia. 

El llamado “síndrome postaborto” no existe. Es un invento de las organizaciones contrarias al derecho de las mujeres a decidir cuándo ser madres

Si impedir un embarazo es una tragedia para la mujer, entonces es normal que exista un síndrome posterior. Alguna izquierda bienintencionada ha estado defendiendo desde hace décadas que ya es suficiente para una mujer tener que pasar por la desgracia de interrumpir un embarazo como para que se le impida hacerlo en paz, es decir, que el aborto es una tragedia personal. Siguiendo esa lógica, lo normal sería que la buena mujer luego se diera a la bebida o le dieran ganas de morirse. Visitar el quirófano no es agradable nunca, pero la interrupción de un embarazo no puede plantearse como una tragedia para quien la decide, porque no lo es.  

El PP no es un actor secundario. No nos dejemos engañar. El Partido Popular no pasaba por ahí y se la ha colado Vox. El PP ha estado siempre –sin excepción, absolutamente siempre– a favor de forzar a las mujeres a ser madres en contra de su voluntad. Desde los años 80 hasta hoy se ha opuesto a todas las iniciativas relativas al derecho de las mujeres a decidir. Ha recurrido iniciativas de la izquierda y cada cierto tiempo dispara con alguna iniciativa como la de esta semana, la filfa de ese síndrome postaborto, para recordarnos con más o menos rubor, dónde está y lo que piensa. Tampoco debe sorprendernos lo sucedido estos días, puesto que el alcalde de Madrid se confiesa católico practicante, ha sido educado por el Opus Dei y su tradición familiar no es lo que se dice progresista. Lo que se ve es lo que es, y los demás ya sabemos a qué atenernos. Otra cosa es que esté pensando qué necesidad había de meterse justo ahora en este berenjenal.  

No, no es informar, sino mentir. El llamado “síndrome postaborto” no existe. Es un invento de las organizaciones contrarias al derecho de las mujeres a decidir cuándo ser madres. Y, como si se tratara del creacionismo frente a la teoría de la evolución, no hay simetría científica en la controversia. La ciencia no da lugar a dudas: los posibles efectos psicológicos de interrumpir voluntariamente un embarazo son los mismos que pueden producirse por llevar un embarazo no deseado a término.

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