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Desde la tramoya

La memoria que se pierde

Un 20 de noviembre de hace 46 años murió el dictador. El 18 de noviembre del año siguiente, las Cortes franquistas aprueban la Ley para la Reforma Política diseñada por Suárez y por Torcuato Fernández Miranda. Un texto sencillo que sería aprobado en referéndum el mes siguiente, en la primera votación democrática tras 40 años de dictadura, con una participación masiva de la población.

Franco murió en la cama, en efecto, y la dictadura se fue liquidando despacio, progresivamente. El cambio se hizo sin revancha alguna. Tanto es así, que la familia Franco puede aún vivir de la herencia dejada por el sátrapa, previamente extraída del patrimonio nacional. Es realmente paradójico que el rey emérito esté en un suave exilio semi-voluntario y que la familia Franco siga campando a sus anchas por Madrid y alrededores.

Sin embargo, la divulgación sobre los crímenes del franquismo está quizá más fuerte que nunca. Una serie alemana en Netflix en cinco capítulos, La dura verdad sobre la dictadura de Franco, puede ser un buen ejemplo de cómo el mundo evalúa aquella dictadura atroz. Nosotros estamos demasiado cerca en el tiempo y en el espacio. Un buen complemento es el documental 15.613 días, memoria, reconocimiento y justicia, producido con enorme esfuerzo por Fran Jiménez y José Ramón Rebollada. El título es la cuenta de los días de represión, fosas comunes, exilio y cárceles. En una versión más popular y algo forzada a mi modo de ver, Almodóvar trae también el asunto a su última película, Madres paralelas.

La demonización de la II República

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Es, en resumen, un buen momento para la reivindicación de la memoria democrática. Y posiblemente sea el último, porque con el paso del tiempo, por su naturaleza, la memoria se desvanece. Ya no hay vivos entre los represaliados y los que lideraron la Transición pasan de los 75 años de edad. Por eso es imprescindible la Ley de Memoria Democrática que prepara el Gobierno con la oposición de los de siempre. Esa ley debe terminar con una de las mayores falacias de nuestra historia contemporánea. Aquella según la cual la memoria supone “reabrir heridas”.

Esas heridas nunca fueron cerradas. Tan solo anteayer salió el esqueleto de Franco de su mausoleo imperial y tan solo ayer el Pazo de Meirás fue devuelto al Estado. Aún hay miles de cuerpos sin desenterrar y probablemente no sea posible identificarlos ya nunca. Todavía hay quien defiende que la Guerra empezó no en el 36 con el golpe sino antes con las revueltas obreras, o que Franco hizo grandes cosas por España. El número de los revisionistas supera en ruido y con creces a la historiografía rigurosa. Y quedan pocos vivos para dar a los hechos la luz de la verdad y evitar la invención de narrativas que justifiquen o disculpen una guerra atroz, ensayo de la que sería luego la II Guerra Mundial.

Es necesario hacer ahora una ley que restituya la dignidad a las víctimas, aunque sea a título póstumo, y a sus familias, y que impida que se extiendan versiones edulcoradas de la que fue una de las dictaduras más sangrientas en Europa. Si no se hace ahora, ya no se hará. No queda tiempo.

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