Desde la tramoya

La demonización de la II República

Luis Arroyo nueva.

Para los niños de mi generación –que estudiábamos Historia de España a principios de los años 80– y por lo que he visto en mis hijos también para los de las siguientes, la II República, de 1931 a 1939, fue solo un paréntesis violento previo al Franquismo. Las referencias a las quemas de conventos e iglesias ya se han aliviado, pero en el relato oficial, pareciera que a años de conflictos “revolucionarios” solo pudiera sucederle un golpe militar que pusiera orden. Algunos revisionistas de la extrema derecha incluso van más allá. La Guerra Civil no comenzaría en 1936, con el golpe de Estado, sino en 1934, con la llamada "Revolución de Asturias”.

40 años de dictadura y de adoctrinamiento, y un régimen democrático posterior que quiso pasar página anulando en buena medida la memoria histórica, y aceptando como heredero al rey Juan Carlos, están logrado la tarea: que se olviden los grandes logros sociales que tuvieron lugar durante aquel periodo.

El miércoles 14 de abril se celebró sin pena ni gloria el 90 aniversario de la proclamación de la República, tras la huida de Alfonso XIII. La celebración ha servido a algunos para recordar algunos de los logros sociales y culturales de aquellos años.

Por ejemplo, la apuesta por una educación universal, liberal, mixta, pública y laica, que de hecho elevó las tasas de escolarización desde el 56% en 1931 al 69% solo cuatro años después. Se construyeron 10.000 nuevas escuelas y se contrató a 7.000 maestros. Las llamadas Misiones Pedagógicas llevaron el cine, la música, los libros y el teatro a las zonas rurales, en las que vivía más de la mitad de la población española. Tamaño avance, si no tuviera mérito por sí solo, se produjo en mitad de la Gran Depresión, con un Producto Interior Bruto en caída la mitad del periodo.

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La II República instauró el sufragio universal y –la gran herejía del momento– declaró que “el Estado no tiene religión oficial”. Eliminó también los títulos nobiliarios y promulgó la primera ley del Divorcio, que reconocía también los derechos de los hijos hubieran nacido o no dentro de un matrimonio. Puesto que se eliminó como figura penal, la homosexualidad no estaba perseguida. Incluso, bajo el mandato, ya durante la Guerra, de Federica Montseny, la primera ministra de un Gobierno en España, se aprobó la primera ley que regulaba la interrupción voluntaria del embarazo, aunque apenas pudo ser aplicada.

Nada de eso se cuenta en las escuelas, y los libros de texto tampoco lo detallan, porque el Franquismo, y sus inercias posteriores durante la Transición, dibujaron la II República como un periodo oscuro de la historia en el que las garras soviéticas pretendían atrapar también al Sur de Europa. Lo que sucedió es bien sabido. El Sur de Europa cayó en realidad bajo las garras del fascismo. En el caso español, además, tras una guerra atroz, que generó un impresionante retraso económico y social, y una tragedia política que impidió que nuestro país fuera libre hasta 1977.

Es cierto que en España no hay, al menos por ahora, una pulsión republicana mayoritaria. Pero más allá del debate sobre la forma de nuestro orden constitucional y la conveniencia de cambiarlo, es obvio que aún queda por hacer un trabajo de memoria histórica, no sólo con las víctimas de la Guerra Civil y el Franquismo, sino también con las nuevas generaciones. Yo no creo que la historia la deban escribir solo los vencedores. Por eso no creo que la podamos dejar sólo en manos de quienes, 90 años después, han ganado finalmente y han echado a Franco de su tumba. Pero sí reclamo que, además de los eruditos y los historiadores, también los maestros y los redactores de los libros de texto de nuestros hijos empiecen a contar toda la verdad de la República. También sus luces, que fueron muchas.

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