En Transición

¿Acaso somos ranas cocidas?

El filósofo y escritor franco-suizo Olivier Clerc escribió en 2008 el libro La rana que no sabía que estaba hervida...Y otras lecciones de vida. Si metemos una rana en una olla de agua hirviendo, la rana saltará y escapará de inmediato. Sin embargo, si introducimos la rana en agua tibia y vamos incrementando su temperatura poco a poco, la rana se dormirá y acabará cociéndose sin ser siquiera consciente. A la luz de algunos acontecimientos de esta última semana no he podido evitar preguntarme ¿seremos ranas cocidas?

Hace ocho días, La Sexta y El Confidencial anunciaban una exclusiva mundial: Los Paradise Papers desvelados por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación sacaban a la luz una nueva lista de políticos, artistas, empresarios y mandatarios cuyo patriotismo acaba en la cuenta corriente y en sus obligaciones fiscales. Cuando en abril de 2016, en la primera entrega bautizada como Panama Papers, el primer ministro islandés Sigmundur Gunnlaugsson apareció en la lista del escaqueo fiscal, la presión de la ciudadanía y de sus compañeros de coalición en el gobierno provocó su dimisión. Qué lejos quedó aquella imagen, qué poco tiene que ver con otras reacciones de otras sociedades y otros retratados, y sobre todo, qué poco se ha hecho desde entonces –año y medio ya–, para terminar con esa anomalía ya tan habitual que han creado las élites para organizar un mundo paralelo donde proteger su riqueza. ¡Los ricos se han independizado!

Unos días después el inspector jefe de la UDEF, contestando a Carolina Bescansa en el Congreso de los Diputados, afirmaba tener "indicios" de que destacados dirigentes del Partido Popular habían estado cobrando sobresueldos, incluido el actual presidente del Gobierno. El sentido común –ese que tanto gusta a Rajoy y al que ahora también apela Pedro Sánchez–, no hubiera dudado un minuto en anunciar la dimisión del propio presidente y del resto de implicados. O al menos una comparecencia donde contara su versión y dijera aquello de "vamos a dejar trabajar a la Justicia". Sin embargo, más allá de unos cuantos comentarios más o menos escandalizados e indignados en algunos medios de comunicación, no ha habido mayor reacción. Quizá por eso Aznar se permitía decir en una entrevista en la SER, en la que se le preguntaba si una democracia podía soportar esto, que la española, "de momento, lo está soportando".

Podríamos seguir con Ignacio González y sus aventuras colombianas, con la intervención del Ayuntamiento de Madrid, con los desmanes de la gestión de la crisis territorial, y un largo etcétera. La cuestión es que la temperatura sigue subiendo y nos vamos acostumbrando a que las cosas sean así.

El problema de todo esto es que estamos –están– jugando con fuego. La sociedad y la democracia hunden sus pilares en unos cimientos muy delicados: la confianza. Según diferentes índices y termómetros de índole muy diversa, ésta lleva ya unos años descendiendo en el conjunto del mundo. Según el Barómetro de Confianza Edelman, que mide este aspecto en 28 países, la confianza ha descendido el último año afectando tanto a gobiernos, como a empresas, medios de comunicación e incluso, por vez primera, a las ONG.

En España esta bajada es especialmente notable desde el inicio de la crisis de 2008, pero, según ha venido reflejando la Encuesta Social Europea, a medida que la crisis hacía crecer la desconfianza, también se incrementaba el interés por la política. Tanto, que en mayo de 2011 explotó la indignación en las plazas del 15-M, abriendo un nuevo periodo en la política española.

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Quizás, en ocasiones, a alguien se le va la mano y sube la temperatura de un plumazo más grados de la cuenta, y entonces la rana salta.

Han pasado ya unos cuantos años de aquella indignación y hemos sacado todos lecciones y aprendizajes. Entre otros, como dice Naomi Klein en su último libro, que Decir No no basta. Aún no he podido leerlo, pero no dejaré pasar mucho tiempo.

Puede que lo que nos diferencie de las ranas es que, saltemos o no, somos conscientes de que nos están cociendo. Más valdrá que empecemos a preparar y tensar las piernas (o las ancas).

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