En Transición

Los jóvenes líderes políticos españoles, ante el metaverso

Cristina Monge nueva.

Los políticos de ahora no tienen el nivel de los de antes, y tú entonces tenías cuarenta años menos. Esa tendencia que tenemos los humanos a idealizar el pasado choca de bruces continuamente con la realidad, pero debe formar parte de algún instinto de supervivencia o algo así.

Un gabinete joven dedicado a la incidencia pública, BeBartlet, acaba de difundir un informe sobre lo que llaman “líderes emergentes”, es decir, jóvenes líderes que forman parte del Parlamento Europeo, del Gobierno de España, del Congreso, el Senado, los parlamentos autonómicos y los ayuntamientos y gobiernos de las diputaciones provinciales. En total, casi 6.000 jóvenes que están desempeñando ya labores relevantes en las principales instituciones del país. La fotografía final no encierra demasiadas sorpresas. El perfil medio de un líder emergente según este trabajo sería un joven entre 36 y 39 años, procedente de Cataluña, Andalucía, Castilla y León, la Comunidad de Madrid o la Comunidad Valenciana. Si fuese de izquierdas, habría estudiado Derecho, Relaciones Internacionales y/o Ciencias Políticas. Si fuese de derechas, tendría un grado en Derecho, Ciencias Políticas y/o ADE. En ambos casos se dedicaría a temas relacionados con instituciones, servicios sociales o cultura, y se mantiene la tendencia de ellas a optar por carreras de humanidades y de ellos por las ingenierías.

Es evidente y muy interesante comprobar cómo, tras la incorporación en 2015 de líderes de nuevas formaciones en las instituciones de todo el país, con perfiles diferentes y más disruptivos, en una década el sistema ha tendido a recuperar las claves anteriores con la mínima actualización que el tiempo impone. El momento del cambio disruptivo pasó y ahora el sistema se regenera sobre sus mismos principios.

Sin embargo, la disrupción cotiza al alza en otros mercados. No en el político como vemos, pero sí en el tecnológico. Si empezábamos a intuir que las redes sociales pueden hacer saltar por los aires la propia idea de sociedad, ahora toma cuerpo un viejo proyecto, el de la construcción de un tecnoespacio total y global en el que cada persona se convertirá en “tecnopersona”, en expresión de Javier Echeverría y Lola S. Almendros, y podrá elegir quién es, qué hace y con quién se relaciona. Nace de la mano de Zuckerberg y su anuncio se enmarca en su estrategia de cambiar el nombre a Facebook para lavar la crisis de reputación que le han acarreado las polémicas por las filtraciones sobre el uso de datos privados y el funcionamiento del algoritmo, que curiosamente beneficia siempre a las ideas de ultraderecha. Quien nos escandalizaba por usar nuestros datos y manipular lo que vemos y lo que no, ahora puede gobernar el espacio total global. Lo de menos es que sea virtual o no; lo relevante es que está llamado a convertirse en un espacio total, donde realizaremos cada vez más aspectos de nuestra vida mediante unas gafas de realidad virtual; y global, o al menos de la parte del mundo que consideremos como tal. No me imagino ni a China ni a Senegal, por ejemplo, formando parte del metaverso. Los primeros tendrán el suyo propio; los segundos, bastante tienen con sobrevivir al cambio climático que arruina día sí y día también sus cosechas, de las que dependen para vivir.

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La tecnología y las posibilidades que brinda la red abren oportunidades infinitas a la creatividad y el conocimiento, pueden facilitar relaciones que de otra forma serían imposibles, y abren un universo de desarrollos potenciales. También crean un espacio de relación nuevo, y no precisamente público como es sabido, con reglas del juego por crear, y nada apunta a que vayan a ser muy democráticas. En realidad, habría que hablar no de “metaverso” sino de “pluriversos", ya que cada uno de esos espacios estará construido a la medida de las decisiones que cada cual vayamos indicando. ¿De verdad podremos seguir hablando de una sociedad, de un espacio de comunicación? Si quieren continuar el análisis de lo que este espacio puede suponer les recomiendo este texto de Andrés Ortega Klein.

La pregunta emerge por sí sola: ¿Están los nuevos líderes y lideresas de las que hablaba al principio preparados para gobernar este nuevo espacio global total, claramente privado, y cuya vocación no es otra que sustituir a ese viejo, aburrido, gris e imperfecto espacio público?

Cabe anticipar, al menos parcialmente, una respuesta: El liderazgo político, renovado generacionalmente pero sujeto a unos componentes “clásicos”, habrá de chocar de manera inevitable con una realidad, mejor dicho, unas realidades –en plural– que no sabremos si son tales, construidas por algoritmos opacos según decisiones de cada cual. Unas transformaciones de carácter esencial que pondrán a prueba –¡y de qué modo!– todas sus supuestas habilidades.

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