En Transición

Si la pandemia remite, las movilizaciones avanzan

La huelga del metal en Cádiz, el controvertido anuncio del paro de los transportistas, las manifestaciones por la financiación autonómica en Valencia, e incluso el anuncio por parte de la España Vacía de su intención de concurrir con candidaturas propias a las próximas elecciones generales. ¿Estamos ante un nuevo ciclo de descontento y movilizaciones?

Ya en enero de este año el Fondo Monetario Internacional avisaba en este informe de que el descenso de conflictos sociales provocado por la pandemia no duraría mucho. Las restricciones y confinamientos habrían sido una especie de congelador de los conflictos, pero ni mucho menos los habían solucionado ni hecho desaparecer. Tal como ha venido ocurriendo en otras ocasiones, y como la Historia ha documentado, conforme la pandemia va remitiendo, los conflictos sociales surgen y resurgen con fuerza. Unos, retomando asuntos que habían quedado pendientes antes de que el virus acechara; otros, provocados por la crisis económica, el incremento de la desigualdad y la gran protagonista de estos tiempos, la incertidumbre.

En este caso, y como se documenta en este informe sobre protestas mundiales, cuando la pandemia llegó se estaba viviendo ya un momento de incremento de la conflictividad social en todo el mundo, de manera especial en los países de mayores rentas. En las primeras dos décadas del siglo XXI las calles vieron un aumento de las luchas sociales. Factores estructurales, como los cambios económicos generados a raíz de la crisis de 2008 o la regresión en las democracias, subyacían a estos conflictos. Según los autores del estudio, el número de movilizaciones creció a partir de 2006 y las protestas adquirieron contenidos más políticos motivados por el descontento con los propios sistemas y la pérdida de confianza en los gobiernos. Los principales participantes en estas acciones, mucho más numerosas en países desarrollados, son personas de clase media y en muchos casos ajenas a organizaciones políticas. Se unen a ellas movimientos de base o comunitarios, jóvenes y personas mayores. Entre sus temas, por orden de prioridad, los fallos del sistema político, la reivindicación de justicia económica y la protesta contra la austeridad, los derechos civiles y la justicia global (asuntos ambientales incluidos).

Otras políticas

Si antes de la pandemia ya se dejaba sentir el malestar en muchas de las calles del mundo desarrollado, todo apunta a que en España se puede estar gestando una nueva ola de movilizaciones tanto de conflictos antiguos (lo de Cádiz, desde luego, no es nuevo), como de otros que han aparecido a raíz de la pandemia. Elementos de riesgo no faltan. Desde posibles despidos o reducciones temporales provocadas por la crisis de suministros hasta la merma de poder adquisitivo generada por la inflación, sin perder de vista los malestares territoriales como los que subyacen en la reivindicación de la España Vacía, o los conflictos que van a recrudecerse a raíz de la crisis climática.

En Estados Unidos buena parte de este descontento ha tomado un cariz diferente dando lugar a eso que se ha llamado “La Gran Dimisión”, el fenómeno por el que cuatro millones de trabajadores y trabajadoras cada mes deciden dejar su puesto porque no aguantan más las condiciones en las que viven. Robert Reich, en The Guardian, se pregunta si esto no es una “huelga general no oficial”.

De todos los indicadores que vamos teniendo, hay tendencias que empiezan a estar claras. En primer lugar, que los sindicatos tienen ahora un papel renovado para ser actores esenciales en la defensa de los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Por otro lado, que la conflictividad social va a requerir de buenas dosis de negociación y resolución de conflictos, y finalmente que nada de todo ello va a ser ajeno a la política. Ni a las próximas elecciones.

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