En Transición

Rubalcaba y la aluminosis

Quedaban pocos días para que cumpliera el plazo en que tenía que entregar mi tesis doctoral cuando recibí un email concretando día y hora para poder entrevistar a Alfredo Pérez Rubalcaba. Estaba investigando la idea y la práctica de la participación en el 15M, en una tesis dirigida por la profesora González Ordovás, del departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Zaragoza. Había hecho entrevistas en profundidad a activistas del 15M, de las mareas, a analistas, estudiosos, y pensé que era importante incorporar la visión de aquellos a los que se les gritaba “no nos representan”. Uno de cada partido, por supuesto, por aquello del rigor académico. El caso del PSOE estaba claro: Alfredo Pérez Rubalcaba no sólo era el ministro del Interior cuando se ocuparon las plazas, también era una de las personas cuya opinión más curiosidad me despertaba.

Me recibió en su despacho de la Facultad de Química de la Universidad Complutense, a la que ya había regresado tras dejar la secretaría general del PSOE. Me encontré a un profesor extremadamente delgado, con las marcas en la cara de quien ha vivido todo intensamente. Pantalón vaquero y una rebeca de punto. Música clásica y un cortado encima de la mesa.

La entrevista duró lo que el resto, poco menos de una hora. Pero la conversación se alargó otro tanto o más. Cuando dejé de grabar, el debate se elevó. Nueva y vieja política, la encrucijada en la que se encontraban –y se encuentran– todos los partidos, el desafío de la globalización, su pasión por la educación y su interés por los temas de terrorismo y seguridad global, para acabar con una crítica impecable al papel de los medios de comunicación mientras le acompañaba a dar una conferencia a los alumnos de Periodismo en la facultad.

Alfredo Pérez Rubalcaba se ha ido esta semana en que se cumplen ocho años de aquél 15M. Con una sinceridad y altura de miras poco habitual, reconoció las dificultades que tuvo en aquel momento como ministro del Interior para entender realmente qué era y qué significaba la indignación. Se debatió –contaba– entre la necesidad de garantizar el derecho a la libertad de expresión y manifestación de una movilización nueva... y la protección de vecinos y comerciantes de la zona. “De repente se llenaba la puerta del Sol con 30.000, 40.000 o 50.000 personas, algunas de las cuales se instalaban allí y montaban los campamentos. Todo esto generaba una situación novedosa. Eran miles de personas en la calle, no una manifestación, ni dos ni tres. No sé qué sábado fue por la noche, que eran 80 plazas las que estaban llenas de manifestantes”.

Al preguntarle sobre cómo interpretaba aquel famoso “No nos representan”, no dudó: “Había una parte común a todos los que iban a las manifestaciones, que era el rechazo de algunas cosas que tenían un epicentro  en la crisis económica, pero esto se fue extendiendo a la aluminosis de nuestro sistema institucional”. En efecto, con la crisis como desencadenante, el 15M y la indignación dejaron ver que nuestro sistema sufría aluminosis, la fatiga de un material defectuoso. En esta expresión concentraba el conocimiento de quien ha vivido décadas en el corazón de ese sistema y el talento de quien en los últimos años había dedicado horas de debate y pensamiento a intentar entender lo que aquello significaba.

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Comprendió, además, que el cuestionamiento era de fondo y que poco más se podía hacer que observar, tomar nota y entender “un estado de ánimo del conjunto de los ciudadanos”. Era consciente de la dimensión del desafío: “... quien piense que cuando la economía vuelva a ser lo que fue –si eso pasa– todo esto va a quedar superado, se equivoca. Algunos elementos perderán el carácter de tensión que tienen ahora, pero hay que cambiar algunas cosas”.

Sorprende ahora releer esa entrevista –publicada íntegramente con su permiso en el libro que recoge buena parte de la investigación–, y ver cómo analizaba en perspectiva el devenir de la sociedad española: “En general, la sociedad se ha movido hacia la seguridad del bienestar del Estado. (…) La gente cuando ve en riesgo sus grandes servicios públicos es cuando más los valora, sobre todo la sanidad y la educación”. Bien podría ser ésta la valoración de los últimos resultados electorales, pero era el año 2016 y muchos ni siquiera habían empezado a preguntarse qué había sido aquello –algunos no lo harán jamás–.

“Hombre de Estado” ha sido la expresión más utilizada estos días para definirle. Yo diría, además, que pocos como él combinan la acción política con la reflexión y el pensamiento crítico como parte de una conversación permanente. Ahora que se cumplen 8 años de aquel 15M, que la indignación ha pasado pero el descontento y el desencanto permanecen, y que los retos globales exigen de más y mejores ideas, necesitamos referentes que nos ayuden a cuestionarnos las certezas y a formular nuevas preguntas. Aquella mañana en la que tanto aprendí y disfruté comprobé que Rubalcaba era uno de ellos.

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