@cibermonfi
Ganó la tercera vía
Hoy, lunes 28 de septiembre, es uno de esos días en los que comprendemos por qué llaman “fiesta de la democracia” a las jornadas electorales. Menos Pablo Iglesias, Podemos y Catalunya Sí que es Pot, que reconocen sin tapujos que han pinchado en hueso, todos los actores políticos del 27-S comparecen en televisión para proclamar que han ganado (o han perdido por menos de lo que se temían; lo cual, añaden, es una victoria). De modo que resulta que, según cómo se barajen los datos, el domingo ganó el independentismo catalán pero también ganó el unionismo, y, por supuesto, triunfaron Junts pel Sí, Ciudadanos, el PSC, la CUP y, si me apuran, hasta el españolismo rancio del PP, que se apunta a los votos recibidos por otros.
Se trata de hacer una lectura en positivo, como mandan los manualillos de comunicación política. Voy a permitirme, pues, hacer la mía. La propongo como un ejercicio intelectual. Tan discutible, por supuesto, como las demás.
El domingo, les adelanto, ganó la tercera vía, aquella que desea la búsqueda de una fórmula entre una declaración de independencia unilateral y el mantenimiento empecinado del statu quo. Ya sé que los partidos que la sostenían de uno u otro modo –PSC, Catalunya sí que es Pot, la Unió de Durán i Lleida…– no arrasaron en las urnas, ni mucho menos. Pero fíjense en que el contencioso ha quedado en un callejón sin salida y piensen en que si en Madrid y Barcelona primaran el sentido común y la buena fe, políticos y juristas estarían desde hoy mismo dándole vueltas a la mollera para encontrar esa fórmula.
Los hechos probados son, creo, los siguientes.
1.- El independentismo explícito –Junts pel Sí y CUP– no ha obtenido la mayoría rotunda e inapelable que le permita iniciar un proceso unilateral que convierta a Cataluña en un nuevo Estado. Representa –más o menos, depende de cómo se hagan las cuentas– a la mitad de los votantes. Lo cual es mucho y tiene que ser tomado necesariamente en cuenta, pero no resulta suficiente para iniciar una andadura por un sendero tan incierto y estresante. Para hacerlo hubiera precisado de cientos de miles de votos adicionales.
2.- El penoso resultado del PP, el partido que gobierna en Madrid, supone una bofetada descomunal para el mantenimiento del statu quo. Las fuerzas que desean cambiar las cosas constituyen una amplia mayoría, dos de cada tres, como mínimo. Unos son independentistas explícitos –Junts pel Sí y CUP–; otros proponen el federalismo –PSC–; otros el derecho a decidir de los catalanes en el marco de un proceso constituyente español –Catalunya Sí que es Pot–… Hasta los de Ciudadanos aseguran que no quieren el inmovilismo, que aspiran a una regeneración.
Pongan estos hechos en conocimiento de un mediador racional y les diría que ha llegado el momento de hacer propuestas en la línea de ni para ti ni para mí; solucionemos esto sin vencedores ni vencidos. ¿Por qué no buscan ustedes una nueva relación de Cataluña con una nueva España, esa España más limpia y democrática a la que también aspiran millones de ciudadanos al otro lado del Ebro? Una nueva relación, por supuesto, decidida libremente por todas las partes. Sí, por todas: los catalanes y el conjunto de los españoles.
A estas alturas, me veo obligado a reiterar que no soy nacionalista. Ni nacionalista catalán ni nacionalista español ni de ningún otro sitio. Eso del Volksgeist –el espíritu o el genio de un pueblo– que predicaba Johann Gottfried Herder siempre me ha parecido una peligrosísima gilipollez. Mi territorio es el universalismo del Siglo de las Luces. No quiero más Estados y más fronteras; quiero, por el contrario, que los actuales vayan desapareciendo.
Catalunya Sí que es Pot sufre un batacazo
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Pero hay lo que hay y se trata de encontrarle una solución que evite angustias y dolores adicionales. Me parece que el PSC tiene razón al proponer el federalismo como la fórmula que puede permitir encajes sutiles. Pero también creo que Podemos la tiene al decir que no hace falta releer a los clásicos del federalismo para saber que no puede existir una verdadera unión en libertad –una en la cual una parte delega soberanía en un conjunto más amplio– si no se materializa desde el ejercicio del derecho a decidir.
El encaje en la legalidad actual de una reforma constitucional –o un proceso constituyente o reconstituyente– que reconozca la particularidad nacional de Cataluña en el seno de una España federal, nunca me ha parecido un argumento de peso para justificar el inmovilismo. Soy de la generación que vio pasar a España desde la dictadura franquista a la Constitución de 1978, ¡y ello sin saltarse la legalidad vigente! Los políticos y juristas de hoy bien podrían ganarse el sueldo buscando fórmulas como las halladas en aquel momento por Torcuato Fernández-Miranda: “de la ley a la ley a través de la ley”. Si se dedicaran a pensar, en vez de repetir como loros cantinelas dogmáticas, seguro que las encontraban.
Escribí arriba sentido común y buena fe y creo adivinar lo que muchos de ustedes están pensando: eso jamás ha abundado en España y mucho menos entre los nacionalistas de uno u otro pelaje. Los nacionalistas se mueven mucho mejor en la pasión y el odio; tal es su fondo de comercio: mi bandera contra tu bandera, mi tribu contra tu tribu. También escribí políticos y juristas y ya sé que carecemos de ellos, que tenemos, más bien, politicastros y leguleyos. Lo advertí de antemano: esto es un mero ejercicio intelectual.