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Una imagen, dos miradas

La mujer llora. Sin duda está angustiada. La vemos de perfil mientras se dirige a alguien que suponemos es el juez. Parece sufrir, gesticula, hace algún aspaviento. La cámara capta la imagen con tanta precisión que no deja espacio para la duda: el drama de Asunta sigue vivo en los juzgados.

De fondo, y también con nitidez incuestionable, escuchamos los comentarios de los periodistas que inesperadamente se encuentran con la imagen del día, de la semana, quizá del año. Sus palabras se sitúan en las antípodas del drama que presenciamos; indicarían desapego o hasta insensibilidad ante la tragedia que hay alrededor de esa declaración cuyas imágenes les regala la impericia de los funcionarios judiciales. Pero quizá no sea así.

Uno lleva suficientes años en el oficio como para ser capaz de ponerse en la piel de los indiscretos compañeros y me apuesto mi camiseta firmada del Atleti a que cualquiera de nosotros periodistas reaccionaríamos con esa visceral alegría ante el regalo de esas imágenes.

Obsérvese que permanecen casi en silencio, comentando apenas lo que ven, hasta que alguien cambia de posición a la mujer y cierra las cortinas para impedir que le sigan grabando. En ese momento, cuando ya han procesado la dimensión del trofeo periodístico, se dejan los colegas llevar por la euforia y sueltan lo que es innecesario reproducir aquí por escrito. A veces este trabajo parece deshumanizado, y algo de eso tiene, pero no crean todo lo que vean, escuchen o lean: hay alma en el oficio, y –como alguna vez he dicho aquí- más aún cuanto más lejos se está del poder o sus salones de influencia. Los mismos compañeros que nos conmovieron con las imágenes y los sonidos del accidente de tren, son los que celebran el triunfo de las imágenes que van a dar la vuelta a España.

Porque esas imágenes son noticia y es un éxito haberlas conseguido, aunque haya sido de rebote y por el escaso tino de que han hecho gala en el juzgado a la hora de ubicar a la detenida.

Y ahí es donde creo que hay que poner el acento: en el descuido judicial que priva a una detenida de su derecho a la intimidad. Como periodista, es mi obligación buscar la imagen y el testimonio donde quiera que esté, siempre que sirva al derecho ciudadano a la información. Y esta imagen de Rosario Porto, es, insisto, noticia de portada.

Ahora bien, el hecho de aplaudir y alentar su existencia no es incompatible con la inquietud y hasta el desasosiego que me provoca que ante la declaración de una persona cuyo caso se ha convertido en noticia de portada, los responsables del juzgado no tengan más luces que las de colocar a la declarante en una ventana que da a una calle llena de periodistas.

Rosario Porto declara ante el juez poco antes de ser enviada, junto a su ex marido, el periodista Alfonso Basterra, a prisión sin fianza acusada de homicidio que puede convertirse en asesinato si se confirma que la niña fue sedada antes de su muerte (lo que indicaría que hubo intencionalidad). Sobre ambos parece haber pruebas suficientes como para sospechar de ellos.

Así y todo, tienen el derecho a la presunción de inocencia, y del mismo modo que nosotros debemos captar las imágenes de la noticia, la Justicia debe garantizar que ese derecho no se viole.

Asumo mi contradicción y reconozco la imposibilidad de resolverla, pero la historia reciente tiene unas cuantas condenas de papel que luego la justicia y la verdad volvieron absoluciones. Y aunque ahora tengamos indicios y hasta puede que certezas de responsabilidades concretas, ni los periodistas debemos condenar ni la justicia descuidar su función de salvaguarda.

Aunque con ello nos den una noticia, aunque veamos el rostro de la tragedia.

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