Saber con quién te juegas los cuartos

Lo primero que se debería saber para estar en política es quién tienes enfrente. Lo segundo, qué tiempos te ha tocado vivir. Si no, se corre el peligro de quedar atrapado en la inutilidad, en un solipsismo que no te permite distinguir deseos de realidades, en una fascinación por el papel, que lo aguanta todo, y en un desprecio por las condiciones materiales en las que se desarrolla tu discurso. Quien quiera hacer política, que se atenga a estas reglas; quien las desprecie, que se dedique a los juegos de rol. 

En 2017, los independentistas pensaron que la derecha española equivalía a Mariano Rajoy, un señor que fingía no enterarse nunca de nada. Plantearon un choque de trenes, con la creencia de que en el último momento alguien daría marcha atrás, y se encontraron con el Estado profundo, un poder que en España tiene gravedad propia. Ese error, no saber con quién te estabas jugando los cuartos, les valió un curso acelerado de real politik, una que siempre se impone a la virtualidad de cualquier declaración que no tiene detrás ni financiación, ni apoyos internacionales, ni control de las fronteras. 

“Es una buena ley, no es la ley que habría hecho ERC, pero era la ley posible para ser aprobada y superar los filtros de las jurisdicciones europeas y el Tribunal Constitucional”. Las palabras son de Oriol Junqueras, a la salida del Congreso, tras una votación donde Junts ha impedido que la norma que regula la amnistía siguiera adelante. Algunos aprendieron algo desde 2017, otros no se atreven a asumir lo que en el fondo saben. Algunos se dedican a hacer política, otros a hacer declaraciones con pretensión histórica. Algunos acabaron en la cárcel. Otros huyeron.

No, el Gobierno no cede en todo, no está secuestrado por nadie. Hoy, una ley vuelve a la comisión en la que debe ser negociada. Dejemos de retorcer los argumentos para que encajen en la fatua diaria de las derechas. Hoy el PSOE podría haber transigido pero lo que ha querido es preservar la constitucionalidad de un texto al que Junts, como el resto de los socios, dio su visto bueno hace apenas un mes. Si Puigdemont no busca soluciones personales, tal y como ha declarado en alguna ocasión, debe asumir que hay que saber cuándo coger el tren o quedarte en tierra para siempre.

No, el Gobierno no cede en todo, no está secuestrado por nadie. Hoy, una ley vuelve a la comisión en la que debe ser negociada. Dejemos de retorcer los argumentos para que encajen en la fatua diaria de las derechas

La amnistía es algo más que una ley para el olvido penal de unos delitos, es un proyecto para la normalización política en Cataluña y, por ende, para el resto de España. Algunos, los que asumieron el choque de trenes como algo rentable, los que denunciaron el Estatut y promovieron boicots, los que hicieron el ambiente irrespirable desde sus columnas, querrían que Cataluña fuera el Belfast de los setenta. No hay nada más rentable para las derechas que el fantasma del enemigo interior. Eso es lo que nos jugamos en esta legislatura, acabar con la principal coartada de los reaccionarios para amordazar a todo un país.

La cuestión es que hay algo mucho más profundo que la amnistía en juego. Dirimir a quién pertenece España. Si a los cuarenta y siete millones de personas que la habitan, y que ejercen su soberanía mediante el voto, o a esa minoría exigua pero con mucho poder que ni siquiera tiene que presentarse a las elecciones para ejercerlo. Cuando Aznar tocó a rebato, ungido representante de esa minoría, unos cuantos se cuadraron. Entre ellos algunos jueces expertos en ficciones y fabulación. Maestros en admitir a trámite prefabricaciones para que cuando se dicte sentencia absolutoria, años después, el daño reputacional sea irreparable. Especialistas en manejar los tiempos de las causas para que las imputaciones coincidan con momentos relevantes para los imputados. 

La división de poderes se pone en riesgo cuando se utilizan las causas judiciales como una herramienta de desestabilización política. Cuando se asume que el poder judicial tiene capacidad para cuestionar desde lo ideológico las decisiones del Gobierno y el Congreso. Y si eso es lo que nos está pasando, lo que nos lleva pasando desde el año 2020, los partidos que componen el Legislativo y que no estén dispuestos a entregar la soberanía nacional a los intereses de la minoría deberían colocarse en formación de tortuga y pensar en términos realistas.

Hace unos días conocimos que España batía su récord de empleo con 783.000 nuevos ocupados más en 2023. Este martes hemos sabido que el PIB escaló hasta el 2,5%, en su tercer crecimiento anual consecutivo. Cifras que se producen en un entorno de inestabilidad internacional y de cambios profundos en el proceso productivo que ya han afectado a otros países de nuestro entorno. Cifras que merecen una política social audaz para que sean extensibles hasta el último de los ciudadanos. Un momento que no debería tomarse en vano ni entregarse a la derecha en bandeja de plata.

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