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Muros sin Fronteras

¿Nos hemos olvidado de la guerra contra el nazismo?

¿Qué hemos aprendido en estos 80 años, desde el 1 de septiembre de 1939 al mismo día de 2019? Además de crear organismos como la ONU y sus múltiples agencias, firmar convenios internacionales, hoy en desuso como el que protege al refugiado, y proclamar el “nunca jamás” ante el horror de los campos de exterminio, ¿qué acciones concretas hemos emprendido en los últimos años, desde la crisis económica de 2008, para evitar que el odio, el fanatismo, el nacionalismo y la xenofobia vuelvan a presidir las relaciones internacionales?

No creo que la historia se repita, aunque a veces se parece demasiado. Algunos países están presos de una circularidad desesperante, como si nunca terminaran de avanzar, una impresión falsa en nuestro caso si comparamos la España actual con la de los años 30 del siglo XX. Puede que haya circularidad mental en nuestra política debido a falta de ventilación.

Europa desarrolló poderosas vacunas contra el nazismo (y el fascismo) generadores de la gran catástrofe de 1939-1945. Hablamos de la muerte de 15 millones de personas en los frentes de batalla y de otros 45 millones en la retaguardia entre civiles y militares, cifras que podrían ser mayores porque las reales de la URSS fueron un secreto de Estado.

Eso sin sumar los asesinados en las purgas estalinistas y en el sistema de los gulag, una consecuencia indirecta. No sé si quedan negacionistas en este asunto en la izquierda española, pero les recomendaría tres lecturas: Relatos de Kolimá, de Varlam Shalámov; Un día en la vida de Iván Denísovich de Aleksandr Solzhenistyn y La facultad de las cosas inútiles, de

Yuri Dombrovski.

Se han cumplido 80 años de la invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi, una acción que desencadenó la Segunda Guerra Mundial. Un año y medio antes, Adolf Hitler se había anexionado Austria en un referéndum con tropas en las calles, pero fue considerado un asunto interno, el célebre Anschluss (reunión). También había logrado el control del territorio de los Sudetes, en Checoslovaquia –y de Bohemia-Moravia más tarde–. Las otras dos grandes potencias europeas, Reino Unido y Francia, claudicaron ante los nazis en el Acuerdo de Múnich. Los primeros ministros Neville Chamberlain y Édouard Daladier consideraron que la reclamación era legítima. Les pudo más el miedo a la guerra que la suerte de las personas afectadas. Churchill lo resumió el 5 de octubre de 1938, en el debate parlamentario que siguió en Westminster: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, y elegisteis el deshonor. Ahora tendréis la guerra". Tenía razón.

Estamos en tiempos de fragilidad económica. Aún no nos hemos recuperado de la crisis de 2008, la más importante desde la Gran Depresión (1929), decisiva para el ascenso de los nazis, y ya se nos anuncia la siguiente. Cuando escribo que “no hemos superado” me refiero a nosotros, al 99%, a los paganini, no al 1% que juega al casino, sea en Wall Street o en el Brexit y que jamás abona las cuentas de sus juergas.

La guerra comercial de Trump contra China cae sobre un entramado económico que no ha terminado de recuperar el crecimiento de antes de la crisis. Andamos al ralentí, sin arrancar de verdad. Cualquier viento en contra, y Trump es un vendaval, puede mandar a economías como la alemana a una nueva recesión. La lógica dice que al presidente de EEUU no le interesa esa crisis, y más en 2020, su año electoral.

Pero la lógica nunca ha sido demasiado útil para analizar unas relaciones internacionales, que en tiempos de crisis se rigen más por las emociones que por la razón. En eso estamos cerca del periodo de entreguerras, el que transcurrió entre 1919 y 1939. Los alegres años 20 no fueron más que una ficción lúdica que negaba una realidad, la que estalló en 1929. Deberíamos refrescar lo aprendido. El “Nunca más” se ha repetido en Camboya y en Ruanda. Sucede de otra manera en Siria y Yemen, dos guerras en las que no somos inocentes.

Siempre ha existido una diferencia entre la actitud de Alemania para enfrentarse a su pasado nazi, y hasta en la de Italia, con la española instalada en los tres partidos de la derecha en un negacionismo, que antes fue patrimonio de Alianza Popular y del PP. La tumba del dictador y las cunetas son la prueba de que existe un franquismo sociológico y político que salió inmune e impune de la Segunda Guerra Mundial, de la derrota de Hitler y de sus aliados.

Es cierto que no participamos de manera oficial, con una entrada formal en guerra, pero sí hubo alianza ideológica, y muy entusiasta en los primeros años como demuestran el envío de la División Azul y las numerosas portadas de la prensa española de entonces. Hay algunas tan memorables como la felicitación de ABC a Hitler en el día de su cumpleaños. El régimen fue hábil y ante la marcha de la guerra, que ya no era un paseo como demostró el frente ruso, fue recortando su entusiasmo con señales políticas hacia los aliados.

Hitler perdió la guerra, y con él la perdió Alemania. Este es el hecho diferencial entre la memoria histórica alemana y la española. Aquí, Franco ganó su guerra civil, y gobernó como dictador hasta 1975. La Transición no supo alterar el relato, primero por miedo y precaución; después por dejadez, para no meterse en líos. De alguna manera, compró el discurso franquista de no abrir heridas.

Hablaba al principio de fanatismo, nacionalismo y xenofobia, tres formas perversas que fueron motores de los odios de los años 30 del siglo XX, y que vuelven a presidir la política en países tan importantes como Estados Unidos y Reino Unido. Las extremas derechas han ganado presencia en los siempre bien ponderados países escandinavos, al parecer un exceso admirativo por nuestra parte, en Holanda, Bélgica y Alemania, todos ellos vacunados contra el fanatismo tras padecer en sus carnes la Segunda Guerra Mundial. Algunos medios han titulado con demasiado optimismo sobre un supuesto revés de Alternativa para Alemania (AfD) en el antiguo Este excomunista. La realidad es que son la segunda fuerza en Sajonia y Brandeburgo en solo seis años de existencia.

¿Qué es Afd en sus siglas en alemán? Es anti UE, anti inmigración, propone la eliminación del islam en las escuelas y expulsar a un millón de personas. Su sector más extremista coquetea con algunos movimientos pro nazis, un creciente problema en la actual Alemania, no por su número, sino por su visibilidad.

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Ya sabíamos de la existencia de movimientos de extrema derecha en Europa del Este, y de la reconversión de la racista Liga Norte en un partido racista y de extrema derecha, todos con una fuerte implantación electoral. Los partidos tradicionales, tanto de derecha democrática como de izquierda socialdemócrata han establecido cordones sanitarios (menos en Austria) para impedir el acceso de esas extremas derechas al Gobierno.

En España, debido a lo anteriormente descrito, no estamos en este juego porque la presunta derecha democrática, el PP, no terminó nunca de dejar de lado su franquismo original. Eso les permite ver a VOX como un partido hermano. Lo de Ciudadanos es diferente, forma parte del peaje suicida del ego de su líder, que ya no sabe quién es con tanto cambio de estrategia.

El Brexit es otra manifestación de este clima tóxico de intolerancia y fanatismo, en el que está en juego la democracia misma como se ha comprobado con los movimientos de Boris Johnson, más propios de un autócrata, como el de cerrar el Parlamento para evitar que le impidan por ley un Brexit sin acuerdo. Unas elecciones anticipadas poco antes de la fecha de ruptura serían una excelente oportunidad para la oposición y los tories moderados. Habrá que ver si prima la altura de miras, o la pequeña política. No sean optimistas.

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