El algodón de azúcar

Queridos lectores:

A punto de abandonar mis vacaciones para volver a la obligación, les envío mi último agostezo. Y para quitarle amargura a la despedida, la estampa de esta postal es dulce y rosa.

En 1897, un dentista llamado William J. Morrison y su amigo John C. Wharton inventaron la máquina que convirtió un dulce italiano del siglo XV en esa golosina icónica a la que ellos bautizaron con un nombre sugerente, “seda de hadas” y que ustedes y yo conocemos como “algodón de azúcar”.

Ese dulce me lleva inmediatamente a un paisaje emocional inolvidable, es la enseña de las fiestas del pueblo. Me lo compran mis padres en la feria después de haberles dado bien la tabarra y cuando, por fin, me salgo con la mía, lo paseo entre norias, tómbolas y coches de choque, más altanera y orgullosa que La Bikina de Rubén Fuentes.  

Alguna vez renuncio a ese suave manjar para morder una manzana tentadora y resplandeciente bañada en caramelo. Pero siempre resulta decepcionante, porque muerdo con la ilusión de encontrarme con algo que jamás he probado y eso nunca sucede. Debajo de la cobertura extraordinaria está la fruta que forma parte de mi rutina diaria, qué bajón.

En cambio el algodón, con su aspecto de nube de dibujos animados, es otra historia. Él sí es un compañero perfecto para endulzar una jornada llena de risas nerviosas, vértigo y velocidad. Con esa personalidad inconfundible, cuando él aparece en escena, es fiesta.

El algodón de feria representa lo efímero de las vacaciones, del verano, de la vida, es un sueño dulce al que nos aferramos. Y agarramos con fuerza el palito de madera como si ese gesto pudiera anclarnos a un territorio feliz que nunca abandonaremos

Y tiene además el encanto de lo eventual, eres tan consciente de que cuando terminen las fiestas no volverás a verlo, de que cuando tires el último palito de madera manchado de rosa a alguna papelera municipal te despedirás de tu compañero dulce hasta el año siguiente… Es lo mismo que ocurre con algunos de tus amigos veraniegos y eso aumenta el valor del momento en el que están junto a ti.

Puede que tengas algún encuentro furtivo con tu algodón favorito en invierno, si es que cae alguna visita a algún parque de atracciones, pero lo más probable es que no vuelvas a toparte con esa nube de azúcar hasta que el estío vuelva a quitarle el sitio al hastío.

El algodón de feria representa, nítidamente, lo efímero de las vacaciones, del verano, de la vida, es un sueño dulce al que nos aferramos. Y agarramos con fuerza el palito de madera como si ese gesto pudiera anclarnos a un territorio feliz que nunca abandonaremos… aunque en el fondo sabemos que eso no pasará.

Menuda lección aprendemos de niños, sin darnos cuenta. Esos bocados de algodón rosa que apenas nos da tiempo a saborear, porque el azúcar se desintegra rápidamente en nuestra boca, son como los buenos ratos, por eso conviene poner empeño en ser conscientes mientras los vivimos…

Acaba aquí mi viaje a aquellos otros agostos, mis agostezos, bostezos de agosto en forma de postal desde esos paisajes emocionales que, como muchos de ustedes me han hecho saber, también eran los suyos.

Muchas gracias por sus comentarios pero muchas gracias, sobre todo, por recoger mis postales del buzón y echarles un vistazo.

Con cariño:

Raquel

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