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No somos todos iguales

Raquel Martos nueva.

Mi amiga Keka Brona–nombre artístico– adoptó un perro hace dos años. Yo lo había hecho tan solo dos meses antes. Fue muy chulo vivir al tiempo aquella experiencia, hemos compartido tantos trabajos, confidencias, risas y lágrimas

Keka y yo éramos nuevas en la “maternidad canina” pero teníamos clarísimas algunas cuestiones antes de decidirnos: queríamos adoptar, no comprar, y nos daba igual cómo fuera él o ella, salvo alguna cosa, el tamaño, por aquello de los metros habitables en piso de ciudad.

Las dos estábamos de acuerdo en casi todo (nos suele ocurrir) salvo en un detalle vital: ella buscaba un perro que tuviera muchos años, un abuelito perro, una de esas vidas que no todo el mundo quiere adoptar. Yo, por ejemplo.

No. Yo no había superado todavía la pérdida de mi gato, Manolín. Habíamos pasado juntos catorce años de mi vida y toda la suya. Y, a pesar de que llevaba vividos más de tres años sin él, no me sentía preparada para empezar a querer a un ser del que, con toda probabilidad, tendría que despedirme demasiado pronto y ya sabía cómo de jodido era ese dolor…

Por eso me pareció asombrosa y admirable la generosidad de Keka, ella había escogido de entre toda la baraja una de esas cartas de corazones que te avisan de que vas a dejarte el tuyo en el intento.

Lo dijo y lo hizo. Lo hizo porque mi amiga, lo que dice lo hace. Y no lo hizo por ella, lo hizo por él, esa fue su primera prueba de amor por Funky, luego vinieron todas las demás.

Funky había dado mil vueltas antes de llegar a su verdadera casa, con su verdadera familia. Con Keka inició una vida que vale por diez de las anteriores, porque no es el tiempo que vivimos, sino cómo lo hacemos y cómo de queridos somos mientras estamos.

Funky y ella.

Keka y Funky han sido compañeros de un camino que en dos años ha tenido de todo… y qué importantes han sido el uno para la otra y viceversa, parece mentira que cuatro kilos de ser vivo puedan darte tanto calor, tanta alegría y tanto apoyo.

El pasado miércoles, Funky murió junto a ella, con la que vivió de verdad, la que le echa de menos, la que le llora, la que sabe lo jodido que es ese dolor.

Y da igual que ella supiera que se dejaría el corazón al elegir esa carta, nadie está preparado para la pérdida, por prevista que esté en el plano racional.

Caray con el de Orbán, que se apunta a una gang bang

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Keka Brona es un nombre artístico  –ella se lo pone para la risa y yo se lo he puesto aquí para proteger su intimidad, es una especie de hermana pequeña que yo tengo– pero el pseudónimo no la define, para hacerlo habría que llamarla Keco Razón, Keco Raje o Keco Jones –aunque esto último suene cero femenino– porque todo eso es ella. Qué afortunados los que la tenemos cerca.

No, no somos todos iguales, Funky llegó a su vida porque otros le echaron de la suya. Ella lo eligió porque otros lo desecharon. Ella lo pudo cuidar porque otros decidieron descuidarlo.

No, no somos todos iguales. El mundo se divide entre los piensan en los demás y los que solo piensan en ellos mismos. No hay más.

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