Nacido en los 50

Vienen los antisistema

El Gran Wyoming

El tratamiento que ha dado la derecha al éxito de Podemos se ha convertido en la mejor garantía de calidad posible para esa formación. Con sus descalificaciones e intentos de deslegitimación, transmiten la consigna de que esa formación esconde una verdad, algo que ellos ya no pueden ofrecer, porque perdieron el tren de la credibilidad y la decencia hace mucho tiempo.

Lejos de analizar su fracaso buscando las claves del rechazo popular, prefieren seguir instalados en la mentira y manifestar su rabia. En la apoteosis del ridículo surge María Dolores de Cospedal diciendo que han tenido un problema de comunicación con la ciudadanía que les ha perjudicado al no poder transmitir sus logros benefactores. El problema de comunicación lo tenemos nosotros, los ciudadanos, cuando vemos día tras día cómo pisotean nuestro derecho a la información, que es, a su vez, una de sus principales obligaciones con el sistema democrático: se niegan a rendir cuentas ante los medios de comunicación, mientras manipulan los que están bajo su poder de una forma impresentable. No conceden ruedas de prensa; no admiten preguntas en sus comparecencias tratando a los periodistas como meros difusores de propaganda a su servicio; el propio presidente se ha permitido el descaro de aparecer en un plasma con tal de no dar la cara, provocando la lamentable imagen de los cámaras agolpados, inclinados en torno a ese aparato, recreando la servil secuencia de aquel cantón suizo donde había que humillarse ante un sombrero colocado en un palo y que provocó la insumisión de Guillermo Tell.

Sí, señora de Cospedal, su problema de comunicación es que esas comparecencias, lejos de cumplir con la función propagandística prevista, les delatan, les definen, les muestran cómo son, lo que son, y esa percepción se convierte en una pesadilla insoportable para nosotros. Ustedes tienen un problema de comunicación, nosotros la constatación de una realidad que se convierte en un problema.

Una reacción contra Podemos tan homogénea, disparatada e histérica delata temor. No he escuchado, como suelen hacer con los partidos tradicionales, un solo mensaje de felicitación desde las instancias oficiales a esta formación por el espectacular éxito obtenido, sino soflamas de condena antes de permitirles dar el primer paso.

Los predicadores del fair play, el respeto a las normas y al cauce constitucional se emplean en la descalificación con los apelativos a los que nos tienen acostumbrados, ese lenguaje de intransigencia característico entre los demócratas reconvertidos, mientras exigen respeto para sí y los suyos.

Especialmente humillante ha sido el trato de indiferencia con el que la derecha ha recibido el incremento espectacular de escaños de Izquierda Unida, integrada en Izquierda Plural. Parece que no les preocupa lo más mínimo, no la ven como un peligro, deben entender que están, como ellos dicen, dentro del Sistema. ¿Qué Sistema es ese? Todos están dentro del Sistema Democrático, así lo exigen las reglas. Deben referirse, por tanto, a otro sistema, ese en el que ellos tienen siempre la sartén por el mango. Un sistema donde cada paso impuesto por decreto se convierte en dogma incuestionable, donde todo gira en torno a un ser superior que se llama Mercado cuya ira no conviene desatar. Ya nos advirtieron los mensajeros de la derecha: “Cuidado con el resultado de las elecciones porque si no ganamos nosotros, los mercados hundirán la economía”. Ya pasó en Grecia donde las altas instancias de la Comunidad Europea amenazaron con medidas excepcionales que incluían una especie de corralito si la izquierda obtenía la victoria. A esto lo llaman elecciones libres. Y si un hombre se revela contra esa tiranía, se convierte, de inmediato, en un loco totalitario, en un bolivariano, en un antisistema.

Al parecer nos convocan a un congreso de “pensamiento libre” donde la primera premisa para intervenir es aceptar que ese dios existe. Fuera de esa creencia sólo está el llanto y el crujir de dientes.

Es evidente que ese dios mercado es la causa de todos los males. Esa bestia a la que dieron suelta en su día Reagan y Margaret Tatcher, otorgándole todo el poder, trazando las normas que le liberarían de cualquier regulación, y restringiendo la capacidad de intervención de los estados, la capacidad de proteger a la ciudadanía de ese monstruo, desató su furia contra los ciudadanos generando el desastre que estamos pagando ahora y que pagaremos para siempre si no ponemos remedio. El mercado no cuida a sus hijos, los devora, trabaja exclusivamente para su señor. Su infinita avaricia ha fulminado el derecho fundamental de la ciudadanía a aspirar a una vida digna, al tiempo que se ha embolsado toda la riqueza que ha encontrado a su paso, condenando a los pueblos a una imposible recuperación, a una pobreza progresiva. ¿Irreversible?

Hay que volver a regular esa jauría desbocada

Derrocar a ese tirano no es el primer paso, es la esencia de la solución. Hay que volver a colocarle las riendas para que deje de destruir la economía productiva y de dirigir al mundo hacia la senda de la esclavitud, esa esclavitud a la que somete al Tercer Mundo para nuestra comodidad y que empieza a lamernos los dedos de los pies. Hay que volver a regular esa jauría desbocada que en su estampida lamina los pueblos.

Los que se planten contra este cruel dogma que impone la tiranía de los mercados como paradigma de la libertad, serán expulsados del paraíso. Condenados a las llamas, al fuego eterno, anatemizados, estigmatizados con el signo del “Antisistema”.

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Especialmente cínicas, por venir de quien vienen y haberse convertido en lo que se ha convertido, resultan estas palabras de Felipe González con respecto al éxito de Podemos: “Los más viejos del lugar recuerdan que ya hubo una reacción social similar en 1968, con una protesta global contra el sistema que aupó a sus impulsores, hasta que la ciudadanía descubrió su verdadera cara”, dice. Sí, los más viejos recordamos como usted, en compañía de otros jóvenes renovadores que se abrían paso contra lo establecido, se hizo, unos años después de aquella protesta global contra el sistema de 1968, con las riendas del PSOE desbancando a aquella “casta” de “socialistas acomodados”. Usted, que no quiso colaborar en la Junta Democrática que se preparaba ante la inminente muerte del dictador para quedarse con el poder en solitario. Es la cara que usted refleja en el espejo cada mañana la que pide al pueblo paciencia y resignación durante la impunidad del saqueo, mientras se derriban los pilares de la sanidad, de la educación, del futuro de nuestros hijos. La ciudadanía, como usted dice, ha descubierto la cara de los que pusieron el socialismo al servicio de los “otros”.

Tiene razón, se les vio, y yo digo que se les ve, su verdadera cara. En cada ocasión, cuando llega la hora de la verdad, de la gran verdad.

Ahora tocan otros tiempos, otras lluvias que limpien nuestras ciudades, nuestras casas. Tiempos, como decía Dylan, de aprender a nadar o hundirse como las piedras.

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