La victoria de Javier Milei ha sido un regalo. Entiéndase, no un regalo porque presagie nada bueno, ni porque uno crea que el nuevo presidente vaya a rendir nobles servicios al pueblo argentino. Al contrario, cualquier pronóstico razonable deberá ser pesimista, más aun al comprobar que sus primeras medidas suponen un regreso corregido y aumentado al recetario de la Gran Recesión con dosis extra de clasismo autoritario y desprecio a las reglas democráticas. Si digo que es un regalo es por su poder clarificador, por la valiosa información que ha brindado a quienes queremos entender la política y pronosticar sus derroteros. Y me refiero a la política española. Porque la victoria de Milei ha aclarado más sobre la actual naturaleza del campo conservador español que cualquier ensayo de teoría política. Resulta que tenemos también una derecha motosierra, aunque ya sepamos que el artilugio se carga no sólo el Estado del bienestar, sino también el Estado de derecho.

El PP, tras algunos titubeos iniciales que recuerdan sospechosamente a un disimulo, se ha colocado en la estela de Vox para celebrar la llegada al poder de un candidato con un programa económico lindante con la sociopatía. ¡Claro que sé que Argentina no viene de ningún paraíso, ni político ni económico! Pero, ¿qué demócrata puede justificar esto? El respaldo del PP al disparate argentino es un fenómeno político de primerísima magnitud al que quizás no hemos sabido dar la debida importancia. Porque el mileísmo que el PP respalda no es sólo un regreso al neoliberalismo de siempre, por más que en la práctica esté aplicando ya su mismo manual de violenta utilización del Estado contra la clase trabajadora, escondiendo bajo su coartada liberal –hay que reírse– un proyecto de rígida jerarquización clasista. No es sólo eso. Hay algo más: también alienta el desmantelamiento o laminación no del Estado, como suele advertirse, sino de la sociedad misma, o de todo aquello que constituye el mínimo para poder llamar sociedad a una población que vive bajo un mismo régimen: reglas públicas, educación pública, sanidad pública, seguridad pública, ayudas públicas, infraestructuras públicas.

Todo ese entramado debe desaparecer para no obstaculizar la única interacción constructiva y creadora de riqueza: la que se celebra, en una feroz competición por los recursos, entre una infinidad de individuos aislados y ahistóricos, ninguno de los cuales podrá alegar una desventaja de partida por razones sociales en la contienda, ni esperar del Estado acción correctora alguna. Ese es el horizonte del proyecto. Un horizonte que, por su propia naturaleza, constituye una línea inalcanzable, pero que no por ello deja de indicar un rumbo.

El PP, tras algunos titubeos iniciales que recuerdan sospechosamente a un disimulo, se ha colocado en la estela de Vox para celebrar la llegada al poder de un candidato con un programa económico lindante con la sociopatía

Que la principal fuerza política de España, la más poderosa y más votada, el PP, haya tomado ese rumbo y se haya incorporado a toda velocidad al grupo de fuerzas que avalan estas aberrantes ideas es un auténtico escándalo, por más que aún no sea verosímil que el partido vaya a incorporarlas en plenitud a corto plazo a su acción de gobierno. Ni siquiera Milei lo hará todavía. Todo a su tiempo. Tampoco en los 70, cuando empezó el proceso de mutación ideológica de la derecha estadounidense que llevó a Reagan a la presidencia en 1981, parecía creíble que la primera potencia mundial acabaría encadenando décadas de fiscalidad a la medida del 10% y hasta el 1% más rico. Finalmente ocurrió.

Porque las ideas, antes de florecer, se siembran. Y ahora estamos en periodo de siembra. La llegada de Milei suscita "esperanza" y "entusiasmo", afirma/siembra Cayetana Álvarez de Toledo, que destaca que el PP y La Libertad Avanza tienen "cosas en común". ¿Cómo cuáles? "La política económica, sobre todo", afirma la portavoz adjunta. Precisamente la política económica. Y no es ya que nadie la desautorice. Es que nadie en el PP matiza o discute sus palabras, ni ofrece un discurso alternativo. Al contrario: en el PP de Madrid, ganador de todas las batallas ideológicas de la derecha española desde hace treinta años, el entusiasmo mileísta es comparable al de Vox, formación que ha vuelto a dejar claro que todos sus amagos proteccionistas son palabrería. Hasta el falangistoide Buxadé corre a rendirse a Milei y uno se pregunta por el sentido del ridículo de los miembros de ese pseudosindicato que llaman Solidaridad.

El radicalismo individualista y el 'sálvese quien pueda' ofrecen a las dos almas de la derecha española, si es que no son ya sólo una, un terreno infinito para el entendimiento y la colaboración

Mientras en Vox y en territorio Ayuso se proclama ya sin complejos el "Viva la libertad carajo", llama la atención la anuencia de lo que antes considerábamos derecha "moderada". ¿En serio nadie de ese viejo PP que se preciaba de ser sensato y predecible es capaz de articular objeciones a un programa económico que rompe con cualquier tradición que pueda llamarse conservadora, democristiana o liberal? Quizás la expresión máxima de la fagocitación de la vieja derecha por la nueva sea el apoyo expreso de Rajoy a Milei: el anodino conservador de provincias al servicio del histrión de los disfraces. No cabe evidencia más gráfica de absorción ideológica y rendición cultural.

El caso Milei evidencia que el radicalismo individualista y el sálvese quien pueda ofrecen a las dos almas de la derecha española, si es que no son ya sólo una, un terreno infinito para el entendimiento y la colaboración. Mientras la izquierda exacerba sus discrepancias, rompiéndose en pedazos, al otro lado del tablero se ha forjado una alianza de hierro sobre un modelo de sociedad salvaje. Podrá haber entre PP y Vox tensiones –siempre superables– sobre inmigración o género, o sobre cómo lidiar con el feminismo y la diversidad sexual, pero la coincidencia sobre un programa económico fanatizado tiende al 100%.

Podrá haber entre PP y Vox tensiones –siempre superables– sobre inmigración o género, o sobre cómo lidiar con el feminismo y la diversidad sexual, pero la coincidencia en un programa económico fanatizado tiende al 100%

Todo esto lo podíamos intuir pero ahora lo sabemos de forma descarnada gracias a Milei, el hombre que pregona una sociedad sin servicios públicos, unos negocios sin obligaciones fiscales, unos trabajadores sin protección social y un Estado que, lejos de desaparecer, funciona con un nivel de brutalidad que exige el derribo de sus contrapesos internos. Gracias a la validación de las ideas mileístas en España sabemos que los programas de rebajas fiscales a las grandes rentas y patrimonios de PP y Vox en las comunidades donde forman mayoría no son más que un acuerdo de mínimos. Y que lo que los une es mucho más: un horizonte compartido en el que desaparece cualquier capacidad igualadora del Estado. Sabemos que todas estas ideas ya están aquí y que han salido de la marginalidad. Que circulan con creciente normalidad en la conversación, con la aspiración de convertirse en sentido común. Y sabemos, también gracias a Milei, por dónde tendrá que empezar cualquier oposición. Por la defensa del flanco atacado con más dureza. Por la defensa de lo que es común, solidario, compartido. De todo lo que hace a una sociedad merecer el nombre de sociedad. De las reglas y servicios públicos, claro. Pero también de la cultura, de la ciencia, del periodismo.

Feliz año.

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