Que sí, que entiendo que hay que hacer obras y que tiene sentido que sean en verano porque parte de quienes residen en la ciudad se van y, por tanto, afectan a menos gente. Pero… ¿todas a la vez? ¿Con alternativas limitadísimas? ¿Y apostando más por los vehículos privados que llevan a una persona o a dos que por autobuses en donde cabemos decenas? Pues sí, eso es lo que ha sucedido en Madrid.
En Castilla y León el pasado fin de semana se enfrentaban a 27 incendios a la vez. El país se quema. El fuego no da tregua. Las llamas avanzan. Peligran los bosques de castaños y arden Las Médulas. Descontrol en un Patrimonio de la Humanidad. El principal recurso económico de la zona. Luego que si la España vaciada. Tragedia medioambiental. El calor aprieta. Los bomberos luchan. La ciudadanía aguanta. ¡No quiero abandonar mi casa!. ¡No quiero dejar mi pueblo! El humo llega. La extinción de los incendios comienza en invierno. Interviene el ejército. “¡Llevo tres noches sin dormir!”. Hay municipios confinados y mucha vegetación seca. Puro combustible para que todo prenda.
¿Y qué hay de la gente que se queda en las grandes ciudades en verano? ¿De la que tiene que seguir trabajando en estas fechas o de aquella que, pese a estar de vacaciones, no tiene dinero para irse a ningún sitio? Quienes estamos y nos desplazamos en transporte público hemos tenido que sumarle al calor y al cansancio, a estas alturas del año, el tener que hacer un esfuerzo extra si queremos llegar al trabajo o a cualquier otro sitio. En el caso de Madrid, las obras de soterramiento de la A5 han provocado que los autobuses que parten de Móstoles, Villaviciosa de Odón, Navalcarnero o Alcorcón –municipios que suman una población de alrededor de medio millón de personas y que antes llegaban al intercambiador de Príncipe Pío, céntrico, a cubierto, con sus dársenas y su información en letreros–, ahora tengan su meta en Cuatro Vientos. Un barrio madrileño que está pegado a Alcorcón y en donde te sueltan en la marquesina que hay en mitad de la carretera para que cojas el atestadísimo metro a falta de planes B.
Quince incendios en Asturias. Eviten actividades recreativas al aire libre. Se prohíben las rutas de transporte. Los mapas están en rojo. Nueve espacios forestales cerrados en Cataluña. Trenes cancelados. Cortes entre Madrid y Galicia. “¿Y ahora dónde me quedo?”. Buscar alojamiento en agosto. No hay coches de alquiler. Aviones de extinción. Ley De Montes: las Comunidades Autónomas gestionan los incendios forestales. Calor abrasador. Riesgo extremo de altas temperaturas. En Cataluña hoy ha sido el día con temperaturas más altas de lo que va de 2025. Aviso rojo y riesgo extremo. Calor abrasador. El valor más elevado en agosto desde hace más de 110 años. Noches tórridas. Mínimas de 30ºC.
La alternativa podría haber sido Cercanías, de no ser porque nos cortaron varios tramos durante semanas. También por obras, claro. Para llegar hasta Atocha, la única estación por la que pasan y se conectan entre sí todas las líneas de tren y punto de partida del AVE y derivados, a los usuarios del transporte público nos ha tocado bajarnos en la parada anterior y hacer colas eternas con el fin de subirnos a autobuses alternativos llenos desde el segundo uno. Yo soy de las que, llegadas a ese punto, preferí desplazarme a pie antes que apretar mi mejilla sudada contra la también sudada espalda de alguien. Así que trayectos de 20 minutos han durado más del doble y, por si eso no fuera suficiente, el metro también ha estado y continúa en obras. La línea 6, la circular, sí, la que recorre media ciudad, esa está cerrada.
Y en caso de que llegues tarde –porque como para ser puntual con todo en contra– y hayas decidido coger un taxi, ¡cuidado!, puesto que puede sucederte que en tu trayecto se encuentre la parte del túnel de la M30 que está clausurada por obras y que el camino sea más largo de la cuenta. Ya lo que nos faltaba, pagar un dineral para poder ir a trabajar.
En julio más de mil personas muertas por golpes de calor. Mucho cansancio. En cinco minutos el fuego estará aquí. “Notas que te falta el aire”. “Está todo descontrolado”. El 085. No cogen las llamadas. Personas del pueblo apagando el fuego con palos o con ramas. Golpe de calor. Fracasan los mecanismos de termorregulación. Hace falta hidratación. Pequeños sorbos de agua. Pañuelos húmedos en los pliegues del cuerpo: la nuca, ingles o axilas. Tres personas muertas, otras tantas heridas. Un detenido. Presunta imprudencia. Panorama desolador. Con 101 años lo ha perdido todo. “Yo no entiendo de brigada ni de bomberos, pero nos abandonaron”. Bomberos sin agua.
“Si vives en la muy poblada periferia sur, no tienes vacaciones y no vas a tu oficina en coche, debes saberlo: no importas”. Ese iba a ser el título de mi columna este mes. De verdad que yo lo que quería era quejarme de la manera en la que se han planificado las obras en la Comunidad de Madrid, sin embargo, se me ha alterado el orden de prioridades.
La dolorosa actualidad se impone. No puedo pensar ni escribir sabiendo que el campo arde por muchos sitios o que el riesgo para la salud de la población debido a las altas temperaturas es extremo. Especialmente, para la infancia y la vejez. Tengo la tele puesta y en los informativos le dedican casi el 100% del tiempo de emisión al fuego que está asolando el Estado, así que he salpicado este texto con las frases que voy escuchando.
En la ciudad dormitorio en la que resido, el humo de los incendios llegó en diferentes momentos. Desde el norte, el de Tres Cantos y por el sur, el de Méntrida. De noche el cielo se puso gris, en lugar de negro y de día, pese al calor, tuvimos que cerrar las ventanas para no intoxicarnos. Aquí, la gente mayor está confinada en su vivienda, no tanto por el riesgo a quemarse por el fuego como porque las altas temperaturas les enferman y les dejan sin fuerzas.
Tres personas muertas. Algunas por tratar de salvar a los animales. A esa cifra hay que sumarle los heridos y la destrucción. Agricultores que van con tractores a abrir cortafuegos. Resignación. Brigadistas. En Ourense más de 40.000 hectáreas han ardido. Evacuación. Eviten desplazamientos innecesarios. Sin cobertura y sin suministro eléctrico. El fuego ha quemado una extensión equivalente al tamaño de la isla de Gran Canaria. Viento, sequedad. Impotencia. Sin medios. Un detenido que hizo labores de desbroce. Ovejas y cosechas calcinadas. Abandono.
En cada plaza, en cada calle, en cada vivienda hay historias, recuerdos, pasado y también un presente por el que merece la pena apostar
Buena parte de quienes residimos en los extrarradios y tenemos familia española, en mi caso, la mitad, tenemos pueblo. Nuestras madres y/o padres migraron desde ahí para encontrar trabajo en la gran ciudad. Somos conscientes (porque lo hemos visto, vivido y disfrutado) de que en el ámbito rural es donde brota la vida, donde pare la tierra, donde los seres humanos viven en casas en lugar de en colmenas. Es ahí donde el teleclub es lugar de encuentro y quitapenas, donde el acervo cultural comunitario, ya sean las recetas antiguas, las distintas formas de riego o de siembra, las canciones, los instrumentos o las danzas con solera, se mantienen como una forma bella de resistencia. En cada plaza, en cada calle, en cada vivienda hay historias, recuerdos, pasado y también un presente por el que merece la pena apostar. Es bonito hablar y resaltar cada una de sus cualidades, volver en verano y lanzarle flores, dormir a gustito, sin tanto ruido y echarse unos bailes en las fiestas… Ahora bien, la realidad es que el que el campo se ha abandonado y se quema mientras las ciudades están llenas.
Agentes forestales. Sindicatos que advierten de fallos en la coordinación. Viejo problema. El coste de extinción es de 30.000 € por hectárea, el de prevención entre 300 y 3.000 €. “Qué bonito venir al pueblo solo en verano, heredar la casa del abuelo y quedarse con las tierras pero, luego, la mayor parte del año se quedan abandonadas”. Tormenta seca en Extremadura. Vecinos que se niegan a dejar sus hogares. Infierno. Rescoldos. Lecciones. Cenizas. “Nosotros nos tenemos que salvar a nosotros mismos”. “Ayudadnos”. “Vergüenza que esto pase en 2025”.
Que sí, que entiendo que hay que hacer obras y que tiene sentido que sean en verano porque parte de quienes residen en la ciudad se van y, por tanto, afectan a menos gente. Pero… ¿todas a la vez? ¿Con alternativas limitadísimas? ¿Y apostando más por los vehículos privados que llevan a una persona o a dos que por autobuses en donde cabemos decenas? Pues sí, eso es lo que ha sucedido en Madrid.