Los puntos sobre el ‘whatsapp’

Mi primera bronca por whatsapp, hace ya muchos años, fue por ofender a una niña a la que adoro.

– Eres una borde –me escribió–. Poner el último punto en whatsapp es señal de bordería.

– No, es señal de haber acabado una frase.

– ¿Lo ves? Eres una borde.

Desde entonces, todos los días me enfanga algún whatsapp, y eso que –con mucho esfuerzo y una tremenda torpeza– he consolidado aprendizajes básicos:

– no poner el punto final si hablo con nativos digitales

– utilizar el interrogante de apertura si hablo con editores

– silenciar los grupos

– contestar rápido a mi madre para que no se angustie

– no esperar respuestas a las preguntas esenciales (y no hacerlas)

– evitar la descarga automática de vídeos y fotos…

Y callarme: en cuanto me gritan por whatsapp, lo dejo y me silencio.

***

Un día, seguro, que no es tan difícil, alguien inventará el modo phone del SmartphonephoneSmartphone, una mejora anacrónica del “modo avión” para los que queremos aislarnos de las redes, los mails y los mensajes, pero no de las necesidades de nuestra gente, nuestros hijos, nuestros padres. Queremos ser localizados por quienes nos importan y renunciar, de vez en cuando, a que nos salpique la irrelevancia.

Mientras tanto, el whatsapp lo carga el diablowhatsapp.

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Y eso que la aplicación ha salvado, salva y salvará muchas separaciones, muchas ausencias, muchos veranos.

Basta con ir a la estación a mediados de julio. Toca cambio de custodias y en el párking de urgencias un niño llora inconsolable. Quiere quedarse con su padre y también quiere irse con su madre. El niño está dividido porque tiene dos casas, dos vidas, dos vacaciones y apenas siete años para construir un puente entre ambas orillas y edificarse.

Bajo la atenta mirada de la abuela, su exsuegra, el padre traga saliva, controla y cuida:

– Lo vas a pasar de maravilla, sabes que te encanta el plan, hace días que no ves a tu madre y además están tus primos…

El niño asiente y llora.

– Al llegar, me mandas un whatsapp de audio, ¿vale? Que te oiga esa voz de felicidad que se te pone en la playa…

El niño llora y asiente.

– Y cada día una foto: quiero verte crecer y ponerte moreno…

La abuela mira el reloj y se lleva al niño.

El padre los ve alejarse y, cuando desaparecen, se gira, me ve y me reconoce: acabo de hacer exactamente lo mismo; sólo que yo disimulo agarrada a la cachorrita. La perra es anarquista y cariñosa, y aprovecha ese cruce de miradas para saltar encima de un policía municipal. El padre y yo hablamos de lo nuestro:

– En unos años tendrá su propio móvil…

– Y no me lo cogerá.

– Pero no tendrás que escribir al de tu ex.

– Eso ya no es problema: el whatsapp nos ha salvado la vida y la custodiawhatsapp. Por whatsapp no discutimos.

El municipal se sobresalta y deja de acariciar a la perra.

– ¿En serio? Tengo que separarme, porque mi mujer y yo no hacemos más que discutir por whatsapp.

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Lo miramos espantados.

– Vale, vale. No me separo, pero sacad ya los coches de aquí, cojones, que esto es para un minuto y en los cambios de custodia siempre conseguís ablandarnos…

Abandonamos la estación cuando nadie buscaba pokémons y aún se besaban las parejas en los parques; cuando a Albert Rivera todavía le quedaba alguna promesa de regeneración por incumplir. Hace una semana, hace un siglo. Dentro de quince días, toda una vida, volveremos.

Mi primera bronca por whatsapp, hace ya muchos años, fue por ofender a una niña a la que adoro.

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