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Amaral, lo amoral y la música celestial

Cuando Eva Amaral se rajó la camisa, como quien dice, sobre el escenario del Sonorama, algunos sólo vieron una mujer desnuda, pero otros vimos octavillas, banderas, un megáfono que sí que estaba allí, guerreras librando una batalla, mártires y heroínas, luchadoras, persecuciones, cárceles, policías de la moral, víctimas que fueron invencibles porque sus opresores podían matarlas a ellas pero no su dignidad, gente que se levantaba al caer u ocupaba el sitio de otra que había sido derribada… Aquello no era sólo un cuerpo, y además bonito, era un día del orgullo de una sola manifestante pero que representaba a millones de seres; era una consigna política capaz de resumir en un acto simbólico lo que debe ser la democracia; era un manifiesto que rimaba como lo hacen amor y dolor con la letra de la canción que interpretaba y que se llama, naturalmente, Revolución: “Somos demasiados / y no podrán pasar / por encima de los años /  que tuvimos que callar. / (…) Siento que llegó nuestra hora / esta es nuestra revolución, /somos demasiados / y no podrán pasar / por encima de la vida que queremos heredar, / donde no tenga miedo / a decir lo que pienso.”

A un lado Amaral, al otro lo amoral, ese código reaccionario que pretenden imponer quienes ven el pecado siempre en Eva, nunca en la manzana

En un mundo y en un país donde por las mañanas nos sirven a diario el zumo de rata de la ultraderecha con mucho azúcar; donde los neofascistas han entrado en las instituciones como una estampida de ganado a un museo, porque así lo ha querido por interés y cobardía el Partido Popular; donde esos demagogos con poco que decir, siempre entre la patria y la patraña, se dedican por igual a soltar estupideces y a hacer barbaridades que van desde eliminar concejalías de Igualdad o negar que exista la violencia de género hasta prohibir o censurar libros, obras de teatro y actos culturales como si ya hubiéramos retrocedido a los tiempos de la dictadura que añoran porque la cabeza no les da más que para embestir; o donde un municipal se siente con autoridad para interrumpir un concierto y ordenar a la artista cubrirse, bajo la amenaza de ser detenida si desobedece; en este contexto donde los extremistas, con sus socios mirando para otra parte y tirando balones fuera, quieren pintar delante de cada mujer una línea roja, a partir de aquí sólo pueden pasar los hombres, el puñetazo en la mesa / que ha dado Eva Amaral / suena a rayo que no cesa / y a música celestial. Y lo pongo así, en un ripio en consonante, por si la musicalidad pudiese ayudar a las y los más duros de oído a entenderlo y a que no se les olvide.

A un lado Amaral, al otro lo amoral, ese código reaccionario que pretenden imponer quienes ven el pecado siempre en Eva, nunca en la manzana, y que desde luego encuentran normalísimo que un cantante, los hay por cientos, muestre su torso frente a su público y un escándalo que lo haga una mujer. Esa gente tiene un problema, o un trauma, o simplemente son oportunistas cuyo plan es aprovechar la inercia de los bobos para darse impulso y que los saquen en procesión. No, lo que pasa es que los reaccionarios las atacan porque les tienen miedo y porque saben que son imparables: el feminismo no hay quien lo detenga salvo si es como los talibanes en Afganistán, que son la peor versión posible de quienes aquí ya dicen que lo ocurrido en Aranda de Duero ha sido una estrategia comercial ideada para promocionarse, para vender más discos y más entradas. Se puede ser más necios, pero sólo entrenándose mucho.

Yo, por mi parte, creo que además de todo lo anterior, Eva Amaral ha trazado una frontera: a un lado quienes se hayan sentido ofendidos por su desnudo; al otro, la gente con la que uno se tomaría una cerveza y bailaría una de las maravillosas canciones de Juan Aguirre y Eva Amaral.

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