Cuando el dinosaurio se despierte Feijóo ya no estará allí

Es una buena noticia que Pedro Sánchez y Feijóo se hayan reunido un par de horas, tal vez signifique que el líder del Partido Popular asume por fin la derrota en su asalto a La Moncloa, que debe ocupar de nuevo su puesto al frente de la oposición y que su rival es el presidente legítimo del Gobierno porque así lo ha decidido el Congreso, que es lo que pasa en una democracia parlamentaria. Cualquier otra cosa, y sobre todo seguir con la pataleta que ha tenido hasta ahora, es más que sospechosa, porque, ¿es fiable como autoridad y guía quien no sabe ni ganar ni perder?

El siguiente paso en la carrera a la normalidad tiene que ser aceptar, por fin, las famosas reglas del juego, a las que suele apelar quien se las salta una y otra vez, y hacerlo con todas las consecuencias y sin dobles varas de medir ni dobles fondos en la maleta. Es decir, que no pueden seguir hablando de la Constitución mientras la vulneran bloqueando el Consejo General del Poder Judicial; ni pedir que tras unas elecciones se respete la lista más votada… sólo cuando es la propia; ni clamar al cielo porque el adversario se reúna y pacte con Junts per Catalunya cuando ellos también lo hicieron y estaban dispuestos a lo que fuese con tal de que su candidato fuese investido; ni sostener un día que la figura de un mediador es humillante y al siguiente pedir uno para negociar en Bruselas. De los contrasentidos a los cortacircuitos hay muy poca distancia.

La violencia no debe tener sitio en nuestras instituciones, tampoco la verbal, porque de los insultos a la agresión física hay un paso, y porque los discursos del odio se extienden como la pólvora por las calles

Pero lo mejor sería que el PP se librara del cepo en el que lo tiene atrapado la ultraderecha, que les espanta muchos votantes moderados y a cualquier persona que haya visto ese espectáculo tabernario que protagonizó en el Ayuntamiento de Madrid una de sus, digamos, cabezas visibles, de cuyo nombre no nos vamos a rebajar a acordarnos. Lo repito: si el precio a pagar para que ese individuo u otro de su formación —donde no es un verso suelto sino un prototipo—, no fueran ministros ha sido la amnistía, empieza a parecernos barata. La violencia no debe tener sitio en nuestras instituciones, tampoco la verbal, porque de los insultos a la agresión física hay un paso, y porque los discursos del odio se extienden como la pólvora por las calles, no hay más que ver la jauría extremista de las redes sociales, con tanto perrito faldero disfrazado de lobo que lo único que hace es seguir moviendo la cola a los que aúllan en las tribuna y pueden llegar a pedir que al presidente de su país lo cuelgue bocabajo el pueblo. Ojalá tuviera que asumir responsabilidades penales por ello, aunque suena a utopía.

Me temo que habrá quienes alabarán al energúmeno del Ayuntamiento precisamente por serlo, como le rieron la gracia de llamar a sus socios de la calle de Génova “gallinas ponedoras” o a su jefe calificarlos de “derechita cobarde.” ¿La valiente cuál es: la que se pone chula con la policía en la calle Ferraz? ¿La que se comporta como un macarra en un pleno y amenaza igual que un matón a los rivales? Se repite que tendría que dimitir, cosa que no hará porque fuera de la política volvería a ser un don nadie, cuando lo lógico sería que lo echaran: un tipo así no puede representar a Madrid ni a España. Igual se lo podrían entregar a Gibraltar, donde pesa sobre él una orden de busca y captura, como la hubo contra Puigdemont.

Está bien que PSOE y PP se reúnan. Estaría aún mejor que PP y Vox se separaran. Es por el bien de todos, pero más que nada por el suyo, porque esposados a esa gente no van a llegar a ninguna parte. Aunque cuando el dinosaurio se despierte Feijóo ya no esté ahí. 

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