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Qué ven mis ojos

Feliz sanidad

Benjamín Prado nueva.

 

“La democracia debe tener su orden: primero los derechos y después los privilegios, primero la Seguridad Social y luego el Ibex 35”.

El título es un juego de palabras fantástico, pero no es mío, sino de un dibujo callejero del artista urbano TV Boy, donde se ve a un Santa Claus, pintado de espaldas, que sobrescribe con su aerosol rojo, encima de las tres primeras letras de la palabra navidad, una ese, una a y una ene: feliz sanidad. Aparte de ser una expresión ingeniosa, es el lema al que tendríamos que recurrir para afrontar de un modo seguro estas fiestas y conseguir que las noches buenas no acaben mal y no se multipliquen las cifras siniestras del virus, que ahora nos amenaza con una nueva variante a la que los científicos identifican como linaje B.1.1.7. Cuánto miedo cabe en una inocente combinación de letras y números. Tanto, que en un abrir y cerrar de ojos ha descendido del cuarenta y siete al veintiocho por ciento el número de personas que no quieren ponerse la vacuna para la covid-19 en cuanto se les ponga a tiro. El monstruo está a punto de ser vencido, pero morirá matando.

Este mundo es el mismo para todos, pero no es igual para unos que para otros. Algunas personas se quejan amargamente porque les dicen que se queden en casa, disfrutando de sus cenas en la intimidad, y otras no tienen ninguna casa en la que vivir, ni nada que llevarse a la boca. En peligro estamos todos, pero la tragedia está más cerca de las segundas, porque además de flotar a la deriva se las quiere hacer invisibles o se las deja a su suerte, enredadas en la tela de araña de la burocracia, un sistema que ya nos enseñaron que podía ser una trampa mortal las novelas de Franz Kafka, un escritor tan adelantado a su tiempo que cada día escribe mejor.

Mientras la Junta de Andalucía concede, sin haber convocado antes un concurso público, la distribución de las vacunas contra el covid-19 a Bidafarma, una firma que ya se vio favorecida con casi siete millones y medio de euros públicos cuando se le encargó el reparto de mascarillas a la población, y cuya gerente de Relaciones Institucionales es la mujer del presidente Moreno Bonilla, cientos de inmigrantes duermen al raso en la provincia de Jaén, donde fueron a trabajar en la campaña de la aceituna, porque no existe ninguna ley que obligue a los empresarios que los contratan, si es que lo hacen, a ofrecerles un alojamiento. No es un problema moral, sino político, porque la supervivencia de algunos no puede depender de la buena voluntad de otros, ni mucho menos de la caridad: debe estar garantizada por el Estado, cuya función esencial es que se respeten los derechos de todos, sin distinción.

Mientras la DAC, derecha antiguamente civilizada, trata de impedir que se promulgue una ley contra los desahucios –que luego no revocará si regresa al Gobierno, lo mismo que el PP votó en contra al divorcio, el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo y después no los derogó ni ostentando una mayoría absoluta– o su mano ultraderecha, los diputados de Vox, degradan el ingreso mínimo llamándolo paguita, al tiempo que se embolsan cada mes su sueldo público y sus dietas o cobran jugosas subvenciones, en Collado Villalba, Madrid, muere de frío en un parque uno de sus vecinos, un hombre que perdió su empleo en una empresa de cemento, al que le quitaron la casa donde vivía con su madre y que se vio de pronto sin nada, sin un techo bajo el que ampararse, sin ayuda, a la intemperie. Se repite a menudo que la democracia no deja a nadie atrás, pero a veces no es cierto.

Mientras en Alicante el Partido Popular y Ciudadanos montan y publicitan “el Belén más grande del mundo”, que ya puede serlo, dado que ha costado ni más ni menos que ciento treinta y ocho mil euros, la otra cara de la moneda, que es una cruz, está representada por los más de cuatrocientos seres de carne y hueso que cada noche duermen en túneles, portales o dentro de una caja de cartón. El único albergue municipal con que cuenta la ciudad tiene una capacidad para sesenta personas y a día de hoy está saturado, y lejos de buscar algún tipo de remedio a ese drama, la corporación anuncia multas ejemplarizantes para las y los indigentes. La cosa no tiene ni pies ni cabeza, pero, sobre todo, no tiene corazón. Cualquier día, vuelven a proponer que se rehabilite la ley de vagos y maleantes que imperó en la dictadura, algo que sería muy coherente en algunos, dado su escaso nivel de coherencia: ¿acaso no quería resucitar el servicio militar Santiago Abascal, que se lo saltó a base de pedir prórrogas, lo mismo que daba gritos en el desierto contra los chiringuitos, cuando a él le puso uno Esperanza Aguirre, con un sueldo de más de ochenta mil euros al año, unas ayudas de casi doscientos mil y ninguna actividad conocida? La única ley que les interesa es la del embudo y la única regla que quieren ellos y sus aliados es la doble vara de medir. La que usa, por ejemplo, el actual gerente de la EMT en la capital, que ahora reclama para la empresa los mismos ciento veinticinco millones que se negó a darle cuando él era director del Consorcio Regional de Transportes y la alcaldesa era Manuela Carmena. A esta gente sí que le gustaría implantarnos un chip que nos borrara la memoria de forma selectiva, pero hasta que eso pase, su cinismo los perseguirá, vayan donde vayan.

Como no nos leeremos hasta después de Nochebuena, les deseo, a aquellas y aquellos que se lo puedan permitir, una celebración familiar precavida, en la que se cuiden tanto como disfruten. No es una renuncia, es un aplazamiento, porque queda muy poco ya para salir de este laberinto. “Cada uno es como Dios lo hizo, y a menudo peor”, vino a decir Miguel de Cervantes. A ver si le quitamos en eso la razón y, digan lo que digan, digan lo que digan los demás, al final sí que conseguimos aprender algo de todo este dolor y, al volver a abrir la puerta, salimos mejores, sean cuales sean nuestras ideas, porque hay cosas en las que tendríamos que estar de acuerdo y que no deben taparse con ninguna bandera ni ningún discurso. La primera, es que primero son las personas y después todo lo demás. O si lo prefieren: primero la Seguridad Social y luego el Ibex 35, primero los hospitales y ambulatorios y después los cajeros automáticos. Feliz sanidad, feliz Navidad.

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