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¿Puede una justicia que no es independiente ser imparcial?

Hay cosas que decimos que existen, pero no está tan claro. Hablamos de la comunidad internacional, y si hay una guerra en Ucrania parece que existe, pero si la hay en Palestina o no digamos ya en Níger, parece que no existe. Hablamos de los poderes de un Estado y no está siempre claro que sean varios o uno que se disfraza de cosas distintas. Pone el grito en el cielo el PP cuando se duda de la imparcialidad del juez empeñado en imputar a Puigdemont por terrorismo y le recuerdan cuando su diputado Rafael Hernando decía en 2018 que “el juez De Prada está en sintonía con el mundo de ETA.” Claro, es que ese magistrado estaba en el tribunal de la Gürtel, esa cosa que M. Rajoy, con toda su plana mayor tras él, decía que no era "una trama del PP, sino contra el PP” y calificó el proceso judicial que se le venía encima de “cacería.” Por eso también le han acusado desde el partido de la calle de Génova de haber "derribado el Gobierno del propio Rajoy”. Lo hizo el hoy senador Monago, que cuando era presidente de Extremadura viajaba a las Canarias a ver a una amiga, dos veces al mes… con cargo al Senado.

La Justicia, lo sabemos e incluso admitimos todos, no puede ser neutral cuando tiene ideología, cuando hablamos tranquilamente de jueces progresistas y conservadores, y la siguiente pregunta cae por su propio peso: ¿puede ser independiente lo que no es imparcial?. La respuesta también parece obvia.

El bloqueo del CGPJ sería un escándalo de proporciones bíblicas si no fuese porque en una parte significativa de la prensa ocurre lo mismo que en los tribunales: todo depende del color de la bandera y de si las piedras van a caer en tejado propio o ajeno

El vete y ven de las opiniones sobre la Justicia de los partidos es tan obvio que no hace falta ni tirar de hemeroteca para recordarlo, porque es el pan nuestro de cada día, y las acusaciones de unos y otros a quienes dictan sentencias contrarias a sus intereses pueden consultarse sin problema. El bloqueo persistente del Consejo General del Poder Judicial sería un escándalo de proporciones bíblicas si no fuese porque en una parte significativa de la prensa ocurre lo mismo que en los tribunales: todo depende del color de la bandera y de si las piedras van a caer en tejado propio o ajeno. Cuando es en el primero, se sacan las uñas y se marcan algunos números de teléfono: "Mientras investigaba la Gürtel —declaró en su día el propio De Prada— he sufrido en un año más ataques como juez desde la política y desde los medios que secundan determinados planteamientos políticos que en los otros casi treinta restantes que llevo trabajando como juez en la Audiencia Nacional."

En nuestro país, a los jueces del Tribunal Supremo o la Audiencia Nacional se les trata como a árbitros de fútbol, quizá porque tendemos a confundir la realidad con la Liga y el Parlamento con un estadio, pero muchos de ellos juegan a eso, tal vez sin darse cuenta de que los usan y de que casi todo lo que se puede usar también se puede tirar. Que se lo pregunten a Baltasar Garzón, que oyó los cantos de sirena que le lanzaba Felipe González, le hizo una campaña y el ex presidente le dejó tirado cuando todo el mundo le daba como seguro ministro de Justicia. Después lo volvieron a tirar, pero esta vez de su propia carrera y sus propios colegas, expulsándolo de la magistratura. Es que se había puesto a investigar los horrores del franquismo, a quién se le ocurre, hombre.

Lo contrario de la Justicia es la injusticia. Lo contrario de la independencia es la dependencia. A ver si así, diciendo verdades del barquero, lo entienden quienes lo tendrían que entender, que, antes que nadie, son los protagonistas de la película, un poder del Estado sin cuya ecuanimidad no se puede decir que la democracia esté completa

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