Mira a Casado haciendo carne en una parrilla apagada y verás que da la brasa, pero lo tiene crudo

Los únicos árboles que le interesan al truhan son los que no dejen ver el bosque.

Siempre me ha llamado la atención la tendencia de los políticos al disfraz, a buscar votos no a través de la seducción sino de la imitación, queriendo convencer a quienes los escuchan o miran de que son uno de ellos, alguien en quien confiar por su cercanía. Luego, ganan las elecciones de turno y, si te he visto, no me acuerdo. Lo que no puedo saber es qué pensarán hoy los taxistas que se paseaban por Madrid con la fotografía de Isabel Díaz Ayuso en el parabrisas, casi a modo de santa, cuando la hayan visto posando para la competencia, en este caso Uber, y dándola su apoyo; y lo que no puedo entender es que cualquier trabajador, del ramo que sea, pueda creer que alguien que defiende las ideas neoliberales que defiende la presidenta de la Comunidad de Madrid pueda al mismo tiempo defenderlo a él. O se mira hacia arriba o se mira hacia abajo, pero es imposible hacer las dos cosas a un tiempo.

De cada diez cargos públicos, once sobreactúan, quizá porque todo estrado es un escenario, eso no se puede negar, o porque no están seguros de que presentándose tal y como son y expresando sinceramente sus ideas, pudieran barrer algo para casa. Pero uno de los actores más habituales de esta tragicomedia es el líder del Partido Popular, Pablo Casado, al que ya hemos visto haciendo de biólogo, tractorista, vendimiador, pastor de ovejas, voluntario quitanieves… El problema es que en esa última instantánea se le veía meter la pala en el montón de nieve ya apartado de la calzada; que el tractor estaba parado y que en otra, la más reciente, que forma parte de su campaña rural invierno-primavera, se le ve ataviado de cocinero, preparando carne a la parrilla, pero sin fuego…. O sea, como lo del máster, solo que cambiando el disfraz de abogado por el de Arguiñano, que suenan parecido. Da la brasa, pero lo tiene crudo, lo cual podría ser una metáfora inquietante para él.

Hace poco, el aspirante de la derecha a la Moncloa se fue a seguir atacando al ministro Garzón a una granja de las que defiende Garzón, extensiva, familiar, donde a las vacas “se las llama por su nombre”, según dijo a la prensa, rodeado de cencerros, quién sabe si no dándose cuenta del contrasentido de su presencia allí, cuando lo que él defiende es las macrogranjas, o porque esté convencido de que la gente no se entera. Cuando se le preguntó por qué no había ido a uno de esos negocios de ganadería intensiva que él quiere usar de palanca contra el Gobierno, como los vaqueros de las películas que causan una estampida para arrasar la propiedad del enemigo, empezó a balbucear, se le vieron los nervios como se les ven los cables a esos robots transparentes que enseñan en las ferias tecnológicas. La pregunta de fondo es la misma: ¿de verdad alguien cree que le preocupa algo el campo y que volvería a pisarlo si llegara a presidente? ¿No ve nadie lo que hace al respecto el aspirante de su partido a repetir mandato en Castilla y León, a quién avala sin vacilar? Me temo que los únicos árboles que les interesan a los dos son los que no dejen ver el bosque, porque ahí hay mucho que ocultar y alguna causa pendiente con la Justicia.

Gran parte del debate en los medios de comunicación es idéntico: falta objetividad y sobra militancia; faltan argumentos y sobran consignas; faltan razones y sobra ruido; por no hablar ya de cuando, sencillamente, se pierden los modales.

El de Casado es ahora mismo el ejemplo de moda, pero hay muchos más, tantos que lo que resulta verdaderamente difícil es pensar alguna o alguno de nuestros representantes institucionales que transmita una sensación de ser ella o él mismo, y cuando así es da la impresión de que el resto de la clase política se le lanza al cuello, separados por las siglas y unidos por los intereses: no hay más que ver a ciertos barones e incluso ministras y ministros quitándose la camiseta de su equipo a mitad del partido y poniéndole la zancadilla al de Consumo, que además de ser un compañero se ve que es un adversario. La política no es que haga extraños compañeros de cama, es que los dos duermen con un cuchillo bajo la almohada.

Gran parte del debate en los medios de comunicación es idéntico: falta objetividad y sobra militancia; faltan argumentos y sobran consignas; faltan razones y sobra ruido; por no hablar ya de cuando, sencillamente, se pierden los modales. El coronavirus no se sabe, pero la famosa crispación sí que ha salido de un laboratorio, el de quienes no aceptan la democracia nada más que cuando ganan y el resto del tiempo se dedican a deslegitimar a quienes los han vencido con sus votos o con la suma de los suyos y los de sus aliados. A base de verlo todos los días, lo hemos normalizado, pero es una anomalía, tanto lo uno como lo otro. Por suerte, hay algunos indicios de que la tendencia cambia, las y los ciudadanos están aburridos de escuchar gritos vacíos y empiezan a preferir los espacios donde el diálogo es posible y los puntos de vista felizmente distintos se pueden defender sin transformar los estudios o los platós en circos. Ojalá, porque si alcanzamos el momento en que se exija a quienes se acercan a un micrófono que sea para decir algo, ellos, nosotros, el país y el mundo podrán mejorar mucho.

Hay personas que no quieren conocer a los demás por sus hechos, sino dejarse engatusar por sus discursos. Hay quienes prefieren creer lo que les cuentan que lo que ven con sus propios ojos. Están en su derecho. Pero, eso sí, cuando después los engañen, que le echen una parte de la culpa a su propia ingenuidad. O que vuelvan a meter la misma papeleta en la urna. El sistema es ése: cada uno elige lo que quiere, incluso a aquellos que no lo quieren a él. Pero la política-ficción y el discurso populista están por todas partes y lo aprovechan todo: por si había alguna duda, aquí viene el alcalde Almeida a decir que Djokovic, recién expulsado de Australia, sería un gran reclamo para el Abierto de tenis de la ciudad de Madrid y que, si no juega, será porque no le deje el Gobierno. Justo lo que hace falta ahora, traerse a la ciudad al antivacunas más famoso del planeta, a dar ejemplo. De donde no hay, no se puede sacar.  

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