QUÉ VEN MIS OJOS

Politizar la democracia

La democracia debería estar al margen de la política. Puede sonar raro, pero es pura lógica: entendida como un sistema de convivencia, un modo de organizar la vida de las personas y una búsqueda de la justicia social, es decir de una forma de gobierno que pueda consentir que unos puedan tener más y otros menos, pero no que todo esté en poder de unos cuantos y no haya casi nada para los demás. El neoliberalismo no piensa igual, sino lo contrario, es un sistema en el que ni se quieren repartir los beneficios que no existirían sin el esfuerzo de los trabajadores a quienes se les quiere negar su parte del pastel que ellos mismos cocinan. Que en España la gente normal tenga que dedicar casi un cuarenta por ciento de su salario a la compra de una vivienda explica lo mal que se le paga y lo caro que se le cobra todo, algo que los condena a existir, ocho años de media, con el agua al cuello. Son datos del Banco de España y dibujan un panorama sombrío.

La maquinaria publicitaria del neoliberalismo ha impuesto una visión distorsionada de la realidad donde lo inaceptable se da por inevitable e incluso por razonable, pero no lo es si se piensa dos veces y no se confía en los cantos de sirena que traen las ondas. No es razonable que las hipotecas suban y los bancos multipliquen sus ganancias –el Santander 2.571 millones de enero a marzo; el BBVA, 1.846; el Sabadell, 205…– y amenacen solapadamente con hundir la economía porque el Gobierno les pone un impuesto solidario. ¿No es acaso de los mismos clientes a los que exprimen hasta el infinito de donde sacan el capital con el que se llevan millones?

La maquinaria publicitaria del neoliberalismo ha impuesto una visión distorsionada de la realidad donde lo inaceptable se da por inevitable e incluso por razonable

No es razonable tampoco que, como denuncia Oxfam Intermón, en el mismo plazo de tiempo en el que los salarios de las y los españoles se han desplomado un 5,5%, los dividendos de las empresas se hayan disparado un 26,8%: aquí siempre disparan y se desploman los mismos, y por eso la inflación nuestra de cada día sirve para empobrecer a los pobres y enriquecer a los ricos, porque las subidas de precios desproporcionadas y mayores que en el resto de Europa que sufrimos en nuestro país a unos les vacían la nevera y a otros les llenan aún más la caja: en 2022, Carrefour ganó 1.348 millones de euros netos y Mercadona, 718, por citar a dos gigantes del sector. No parece equitativo, pero hay por ahí voces que consideran que sumar dos y dos y que te dé cuatro es “criminalizar a los empresarios”, hay analistas que hacen juegos de manos para hacer pasar los números verdes por rojos. Será que a veces donde hay hambre también hay estómagos agradecidos.

El caso es que hablamos de derechos constitucionales, como el que supuestamente tenemos a una vivienda digna, y la pregunta es obvia: ¿tener que dedicar el 36% del sueldo a adquirir un piso, o el 43% si optamos por alquilar, favorece ese derecho? ¿Que los bancos suban las hipotecas en plena crisis, mientras se están haciendo de oro, también lo favorece?

La democracia no debería tener casi nada que ver con la ideología, en su esencia; se entiende que haya modelos diferentes, en la pluralidad está el sentido de todo esto, pero su fin debería ser idéntico: asegurarse de que nadie queda atrás y repartir un poco mejor lo que hay para conseguirlo. Si los últimos estudios en este terreno afirman que aquí un empleado medio necesitaría cuatro vidas, y de las largas, para obtener lo que logra en un año el empresario para el que trabaja, es que las cosas no están bien. Hay que cambiarlas, pero, para que eso ocurra, las y los ciudadanos deben de recordar que tienen el poder de hacerlo. Al menos, lo tienen una vez cada cuatro años. La democracia no es una bandera, es una filosofía.

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