El PP no da con la tecla

No creas a quien vende la traición como un ejercicio de libertad

El espectáculo de la votación y aprobación de la reforma laboral no ha sido edificante, no merecía el precio de la entrada. En eso, todo el mundo está de acuerdo. El problema llega a la hora de valorar el papel en la obra de los dos diputados de Unión del Pueblo Navarro, UPN, que pretendían darle un golpe de gracia a la ley y asestar con ello un revés al Gobierno de coalición del que quién sabe si se hubiera recuperado. Para algunas y algunos son héroes y para el resto son los malos de la película. Hay quienes dicen que representan la libertad de conciencia ante el control de los partidos sobre la voluntad de sus representantes y la férrea norma no escrita de la obediencia ciega y la disciplina de voto, y hay quienes los consideran unos simples traidores, dos personas que han quedado para la historia con la marca del desertor, del Judas que se vende por unas monedas, empezando por su propio partido, que si no se produce alguno de los vuelcos característicos del mundo de la política, los va a expulsar.

La primera pregunta es la siguiente: ¿se los puede enaltecer a pesar de su estrategia de silencio y puñalada por la espalda tanto a propios como a ajenos? Porque una cosa muy distinta habría sido si salen a la palestra y explican que sus convicciones les impiden avalar una norma en la que no creen. Sería raro, porque lo es el discurso del Partido Popular, que hubiera sido, junto con la ultraderecha, el gran beneficiado del descarrilamiento, y que consiste en decir a la vez que la reforma es desastrosa para España y que no cambia prácticamente nada de la que impusieron ellos cuando tenían mayoría absoluta. ¿Están confesando algo o se les escapó la verdad, como a M. Rajoy cuando volvió a trastabilllarse y dijo en el Congreso aquello de “nosotros estamos aquí para engañar a los españoles”? Ninguno de los dos argumentos que sostienen en la calle de Génova para decir una cosa, la contraria y que en ambos casos tienen razón, es cierta: la primera verdad es que la reforma laboral del PP sólo sirvió para hacer más ricos a los ricos y más pobres y con menos derechos a los pobres, y ahí están las grandes fortunas, que se han duplicado, o los beneficios de miles de millones de la banca, para demostrarlo; la segunda verdad es que con el cambio, que podría haber sido más profundo si la situación post-pandémica fuera otra, se avanzará mucho en aspectos como la temporalidad de los empleos, que mantenía a la gente siempre en las arenas movedizas de la inseguridad, al borde de un abismo y con una espada de Damocles sobre sus cabezas. La tercera verdad es que la reforma ha llegado no impuesta con la mano de hierro de 2012, sino a través de un acuerdo entre el Gobierno, los sindicatos y la patronal, y bendecida por la Unión Europea, que sin duda jugaba un papel muy importante en la estrategia de la derecha, que no era otra que hundir el barco y dificultar la entrega de los fondos de ayuda continentales a nuestro país, algo que obsesiona al desleal Pablo Casado y su equipo, a quienes se les hace la boca agua sólo de imaginar lo bien que privatizarían ellos esa fortuna.

Para conseguir su objetivo, el PP intentó lo que intenta siempre que no le queda otro recurso: la trampa, el engaño, la puñalada trapera. Pero estas cosas las hacía mejor Esperanza Aguirre. Su “tamayazo” fue un éxito, robó con la compra de dos tránsfugas del PSOE la presidencia de la Comunidad de Madrid, que había ganado en las urnas Simancas. Los votantes apoyaron en el segundo capítulo de aquella historia para no dormir a los malos y castigaron a la víctima del atropello, como si un fraude y una hazaña fuesen lo mismo. En esta ocasión, demostrando que el equipo dirigente actual del PP no sabe hacer bien ni las maldades, les ha salido mal el ardid por el error de uno de sus diputados, que apretó la tecla equivocada. En realidad, es lo de menos, el fallo humano es lo que nos hace humanos y le puede ocurrir a cualquiera, nadie es perfecto ni acierta siempre. Eso sí, resulta muy difícil no recurrir, en este caso, al tópico de la justicia poética o divina, dependiendo de las creencias de cada uno.

Para conseguir su objetivo, el PP intentó lo que intenta siempre que no le queda otro recurso: la trampa, el engaño, la puñalada trapera. Pero estas cosas las hacía mejor Esperanza Aguirre

La teoría que jalea el supuesto comportamiento honorable de los dos protagonistas del intento de navarrazo, no se sostiene ni con palos. Es cierto que su apoyo era igual de oscuro que su rechazo, porque era a cambio de no recusar a su líder, sospechoso de conductas abusivas y poco claras, pero hubieran solucionado el asunto declarando sus intenciones, en lugar de entrar al Parlamento con la daga oculta en la manga. Su actitud no hay por donde cogerla, excepto si eres uno de esos especialistas en coger el rábano por las hojas que cada vez abundan más por estos lares. El resumen es que ni a ellos ni a quienes les compraban la voluntad parecía importarles mucho la reforma laboral y, desde luego, les traía al pairo el presente y el futuro de las y los trabajadores, y para demostrarlo, Casado y su socio de la extrema derecha ni siquiera estaban en el hemiciclo, se ausentaron del debate, lo cual lo explica todo. Por cierto, el diputado que se equivocó de tecla tampoco se encontraba allí porque adujo estar enfermo, pero luego se ve que mejoró mucho, porque se presentó en la carrera de San Jerónimo tratando de cambiar el voto; y luego entró, de hecho, y se sentó en su escaño, pese a que la portavoz del PP mintió diciendo que se le había impedido el paso. Un sainete, pero mal escrito.

Finalmente, está la actitud de ERC, que será difícil que entiendan muchos de sus votantes, si es que la primera sigla de su nombre sigue significando “izquierda.” Sin darse cuenta, han acabado formando parte de una pinza del PP y sus socios, y convirtiéndose en la tercera pata del banco destinado a romperle los cristales al proyecto de la vicepresidenta Yolanda Díaz. A ver si al final lo que han hecho es tirar piedras contra su propio tejado.

No es el diputado Casero, es todo: el PP no da con la tecla.

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