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La privatización del embarazo

En el fondo, siempre estamos hablando de lo mismo: el dinero, que es el objetivo final de toda clase de poder. Aunque sus defensores no lo puedan decir claramente, el ideal de las sociedades neoliberales, que son profundamente clasistas, es que cada cual tenga los derechos que se puedan comprar, y quien no tenga recursos los pierda o, como máximo, disfrute de unos servicios mínimos, low cost, lo justo para seguir produciendo. Eso es lo que hay bajo la tapadera de la palabra privatización, de los colegios concertados o de los seguros médicos: quien se los puede permitir tiene todas las ventajas. Y eso no sería algo tan preocupante si no fuera porque, para avivar sus negocios, antes tienen que desmantelar el sistema educativo o sanitario públicos: su fuego la hacen con las astillas de lo que destruyen. Para esta gente la democracia es un ajedrez, de forma que en su tablero hay reinas, reyes, alfiles, caballos, torres… y el resto son peones, es decir, piezas que, en caso necesario, no cuesta mucho sacrificar y cuya función es abrirle paso a las más importantes.

Ahora, al calor de la actualidad entre rosa y política, hablamos apasionadamente de la gestación subrogada, que es la manera fina de llamar a los vientres de alquiler, una definición que suena mucho peor aunque, tal y como están los precios de la vivienda, es uno de los alquileres más baratos que ofrece el mercado: a la madre de la nieta de Ana García Obregón se dice que le han pagado treinta y cinco mil euros; a la feliz abuela, cuentan que una revista le ha dado un millón de euros por la exclusiva; además, habrá un libro y es de prever que otras apariciones televisivas bien remuneradas. La clínica donde se ha producido el alumbramiento y se vigiló el proceso ha cobrado unos ciento treinta mil. Echen cuentas y verán quién se ha llevado el bocado del león.

En España, la gestación subrogada es ilegal, lo mismo que en Alemania, Francia o Italia, de manera que ir a otro país donde sí se permite y con eso sortear nuestro Código Penal es como irse a Estados Unidos, comprar un arma que allí se vende en cualquier parte, y pretender traértela y que te la dejen tener en Madrid porque te hiciste con ella en Dallas. En Gran Bretaña, y ahora en Portugal, se tolera siempre y cuando sea de forma altruista, y ahí está una de las claves de este asunto, porque si no es de manera desinteresada, entonces es una transacción comercial, un proceso de compra-venta y, por extensión, un atajo a la desigualdad: los pobres no pueden hacerlo, los ricos sí. Y ya se ve en el horizonte una derivación siniestra, que es la gestación subrogada por motivos estéticos: que la descendencia nos la tenga otra y nos ahorramos el embarazo y las complicaciones.

Si no es de manera desinteresada, entonces es una transacción comercial, un proceso de compra-venta y, por extensión, un atajo a la desigualdad: los pobres no pueden hacerlo, los ricos sí

Hay otro ángulo evidente, que es el ético. La pregunta, en ese territorio, es si no estamos hablando de otra forma de explotación, como tantas otras, de los humildes por parte de los privilegiados y también del cuerpo de la mujer, tantas veces profanado. Hay quien dice que la que lo hace es de manera voluntaria y tras llegar a un acuerdo. Claro, y las personas que hacen de mulas para los capos de la droga también se meten en los aviones por su propio pie, y eso no significa que su acción sea justificable ni que dejen de ser víctimas. Y, además, ¿es razonable recurrir a este método cuando en el mundo hay tantos niños y niñas que, esos sí, necesitan ser adoptados, porque no tienen familia, porque no tienen qué comer, porque no tienen absolutamente nada ni a nadie?

La historia que ahora protagoniza y vende García Obregón empezó en un drama, la pérdida trágica y prematura de su hijo, y hay que tener el corazón de piedra para no entender su dolor ante una pérdida que no tiene ni nombre, no existe en el diccionario una palabra que defina ese tipo de orfandad. Pero, en este territorio ¿un clavo saca otro clavo? No digo que no lo haga, al menos en parte, pero ¿tan importante es la sangre, que la niña en cuestión lleve la de su padre? Conozco a muchas parejas, algunas de ellas muy cercanas, que tienen hijas e hijos adoptados y los quieren exactamente igual que cualquiera a los suyos, no he percibido jamás la más mínima diferencia. Quizá aquí de lo que estamos hablando es de lo que necesita la abuela en cuestión, en cuyas primeras declaraciones había un titular inquietante: “Ahora ya nunca más volveré a estar sola.” Ella no, pero ¿y la niña? Porque ella es bióloga y sabrá que la vida tiene su ciclo, más o menos largo, pero claramente definido. Por eso la legislación española impone, en el caso de las adopciones, una diferencia máxima entre el menor y quien lo acoge de cuarenta y cinco años. En este caso, es de sesenta y ocho. ¿Quién se ocupará de la niña en unos años, ojalá que sea en los más posibles?

Para terminar, está el asunto de la felicidad. García Obregón hará feliz a esa niña, se argumenta, y se lo dará todo, no le faltará de nada. No lo dudo, pero eso también vale para quitarle hierro al robo de niños que llevaron a cabo muchas dictaduras, entre ellas la del funeralísimo aquí en España. Algunos de esos bebés, de hecho, no quisieron volver con sus familias verdaderas cuando estas los encontraron: para ellos, se trataba de unos desconocidos que, en algunos casos, formaban parte, por añadidura, de todo lo que sus progenitores falsos les habían enseñado a despreciar. Como se ve, al lanzar mensajes edulcorados sobre este tema, pisamos sobre hielo.

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