“Confesiones” de un rey Clara Ramas San Miguel
Si España se hunde y Cataluña es el agujero en el barco, ¿por qué no lo quieren reparar?
Permítanme poner un ejemplo: corean cincuenta mil personas en la plaza del Pilar el Canto a la libertad de José Antonio Labordeta y la cosa tiene su ironía si recordamos que el penúltimo ayuntamiento de Zaragoza, del Partido Popular y Ciudadanos, lo primero que hizo al llegar al poder, por imposición de la ultraderecha, fue retirarle el apoyo económico que el consistorio aportaba a la Fundación Labordeta, con la intención evidente de silenciarla o limitar sus actividades hasta reducirlas a la mínima expresión. Esa gente es así, prefiere quemar libros a leerlos, censurar a estudiar. Y, sobre todo, odian la cultura, el pensamiento crítico, todo aquello que no se someta a su talante autoritario y su escasez intelectual, patente en cada una de sus intervenciones. Pero, ¿qué hubiera pasado si la multitud que cantaba ahora hubiese hablado entonces? Tampoco se quiso en su día que esa obra del cantautor, tan querido indudablemente en su tierra, se convirtiese en el himno oficial de Aragón. ¿El problema está, entonces, en pasar de lo popular a lo oficial, de las plazas públicas a los despachos y de las pancartas a las banderas? ¿O es un castigo y una venganza contra el que pensó de forma diferente, el que se atrevió a ser de izquierdas, en este caso?
La Justicia, como base de la convivencia, legisla, protege y sanciona, pero también es un órgano esencial del poder, por eso las fuerzas políticas tratan de manejarla, de infiltrar en ella a los afines –¿cómo se explica que haya jueces que son definidos como miembros del bloque conservador o liberal en un terreno donde el primer mandamiento es la imparcialidad?– o, directamente, de bloquearla hasta que vuelvan a tener en la mano la vara de mando. En el asunto de Cataluña, que al final es el que condiciona a todo el país, están los partidarios de la mano dura y los del perdón, y la palabra amnistía levanta tales recelos que, al menos aparentemente, hace cambiar de opinión y de intención de voto a una parte significativa de la sociedad, que parece mayoritariamente encaminada a pensar que ni los líderes de aquel movimiento secesionista pueden quedar impunes como si no hubieran hecho nada, ni hay que encerrarlos en la última mazmorra de la peor cárcel de la nación. El problema está en encontrar ese punto intermedio.
Los mismos que sostienen que España se hunde y que Cataluña es el agujero en el barco, dicen que no hay que tapar la fuga sino sacar los cañones y hacer prisionera a la tripulación. Palo y más palo, nada de zanahorias
Es verdad que los mismos que sostienen que España se hunde y que Cataluña es el agujero en el barco, dicen que no hay que tapar la fuga sino sacar los cañones y hacer prisionera a la tripulación. Palo y más palo, nada de zanahorias. Pero si echamos la vista atrás, es obvio que en aquel desdichado procés la verdad es que perdieron y perdimos todos, pero sobre todo el independentismo de última hora de Puigdemont y los suyos, que son o han sido la derecha catalana de toda la vida que representaba Convergència i Unió, y el Gobierno de Mariano Rajoy, lastrado por los mil y un casos de corrupción que terminaron por desalojarlo de La Moncloa mediante una moción de censura, y que también fracasó estrepitosamente en el asunto catalán: recordemos una vez más que fue a su Gobierno al que le convocaron el referéndum ilegal, le ganaron la batalla dialéctica del “no habrá urnas” contra el “votarem” y se le escapó el ex president en el maletero de un coche. No parece que les saliera muy bien la estrategia, si es que realmente tenían alguna.
¿La tienen ahora? Hay que salir a las calles contra la amnistía, dice Isabel Díaz Ayuso, y allí que se va a Barcelona a manifestarse. Su discurso allí es más dudoso y también hace aguas. Por ejemplo, lo de que “en España todos somos iguales” debería tenerlo enmarcado en su despacho y aplicarlo a la Sanidad madrileña, incluidas las residencias, para que no se discrimine entre los que pueden pagarse un seguro privado y quienes no pueden o, en el territorio de la Educación, los que pueden pagar un colegio concertado o privado y quienes no pueden, porque esos sí que son derechos básicos que su mentalidad clasista no acepta ni va a proteger, sino todo lo contrario. Y no hay camino más recto a la desigualdad que las privatizaciones, ni doctrina más egoísta que el neoliberalismo que ella defiende a capa y espada. Pero la gente cantaba en la Plaza del Pilar y la votó a ella de forma incontestable en las últimas elecciones.
Nadie dice que el conflicto catalán sea fácil de resolver ni que hacer borrón y cuenta nueva con sus instigadores últimos lo resuelva sin saltarse a la torera más normas de las aceptables. Pero resultaría mucho más útil una oposición que aporte ideas y soluciones que esta que sólo se mueve en el ámbito de la negación, la culpa y el ruido, sin darse cuenta de que culpa al rival de ir a hacer cosas que no podría llevar a cabo, aunque quisiera, porque ni la Constitución ni el Código Penal lo permiten y nadie se las va a poder saltar ni con una pértiga. ¿Cómo repiten una y otra vez que se va a amnistiar a Puigdemont, por ejemplo, si aún no ha sido juzgado ni sentenciado? Los votos de este hacen falta, hasta hace dos días el mismo Partido Popular declaraba estar más que dispuesto a aceptarlos si eso llevaba a la investidura de su candidato. La cuestión es a qué precio los va a dejar. Si prefiere otras elecciones, igual no le va muy bien, a la luz de las más recientes, que en Cataluña ganó de manera clara el representante del PSC, Salvador Illa.
Necesitamos solucionar el problema de Cataluña, del que ya están hartos, más que nadie y como es lógico, los propios catalanes, y que somete el país entero a una tensión que nos perjudica a todos. No se sabe cómo pero sí de qué manera, porque es la única que hay: entre todos.
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