Si ellos son constitucionalistas, los ladrones de gallinas son zoólogos

La pregunta de moda es quién manda en el Partido Popular. No quién aparece como jefe, candidato y cara visible del partido, sino quién o quiénes le dan las órdenes. Todas las miradas se dirigen a Isabel Díaz Ayuso, porque es quien está delante y sale en las fotos, pero los análisis coinciden en que tras ella hay otros poderes, tanto políticos como económicos, que, básicamente, luchan por ejercer un control del país desde la sombra y, antes de nada, por salvaguardar sus privilegios. El ejemplo más al rojo vivo es el del Consejo General del Poder Judicial, bloqueado por la derecha con mil y una disculpas y por una sola razón: quieren que las causas por corrupción que les quedan por afrontar en los banquillos las juzguen magistrados afines. Con su secuestro de guante blanco están incumpliendo la ley y vulnerando la Constitución —que se llamen a sí mismos constitucionalistas es una broma equivalente a que un ladrón de gallinas se declarase zoólogo—, pero creen que la única manera de no quemarse es tener la sartén por el mango, y a cualquiera que trate de oponérseles, le cortan la cabeza, como le pasó a Pablo Casado y empieza a ocurrirle a Alberto Núñez Feijóo, desautorizado y ridiculizado por el ala ultra de su formación y obligado a echarse atrás en el pacto para la reforma del CGPJ. Se lo dijo claro un periodista adepto a la causa: que no se olvide de para qué se le ha traído.

A Feijóo le dieron el beso de la muerte a modo de bienvenida y ahora le han arrancado las estrellas del uniforme de manera humillante y en público, como aviso para navegantes. Él debe de haberle puesto una vela a la hermosa virgen de Nosa Señora do Corpiño para que a la presidenta de la Comunidad de Madrid le vaya mal en las próximas elecciones autonómicas, pero si esa es su gran esperanza blanca, que Dios le pille confesado: la esperanza, que si se lee de derecha a izquierda dice “aznar”, también es de derechas en la capital, donde desde hace más de tres décadas cualquier cosa vale para pasarse a los conservadores, como demuestra el triunfo que la propia Ayuso logró la última vez en el famoso cinturón antiguamente rojo de la región, donde se llevó el gato al agua en todas esas localidades que ahora ven recortados, entre otras cosas, sus servicios sanitarios, y donde las y los vecinos deben de sentirse igual que los taxistas que llevaban la foto de la lideresa en el parabrisas sin saber que ella es más de Uber y demás. Quién sabe cuántos de unos y otros volverán a votarla en mayo.

Tal vez es que aquí se padece una ceguera ideológica, propia de la bipolarización que han construido con todo el cuidado y los medios del mundo, y por lo tanto lo que importa no es qué se hace, sino quién lo hace

El asunto de la Sanidad los resume todos. Ya en época de Aguirre, su mentora, la obsesión por desmantelar los hospitales públicos y sustituirlos por otros privados, es decir, la campaña feroz contra el derecho número uno de las y los ciudadanos, que es recibir una atención médica solvente y digna, le costó sucesivas mareas y un desgaste que terminó por deteriorar la estatua de sí misma que ella se había encargado y que tanta gente adoraba como a un nuevo becerro de oro.  Su discípula y sucesora continúa por el mismo camino y, después de debilitar todo lo posible la atención primaria, despedir a miles de profesionales, construir el Zendal, hoy casi un edificio para los fantasmas y sin una plantilla que atienda en él, y elevar al infinito las listas de espera en las consultas y los quirófanos, ahora culpa a sus víctimas, asegurando que son saboteadores o que no quieren trabajar. Da escalofríos oírlo: ¿Que no quieren trabajar, cuando se dejaron la vida, literalmente en muchos casos, enfrentándose al covid-19 a cuerpo limpio, sin material de protección, sin trajes aislantes ni mascarillas de las que, por cierto, el hermano de Ayuso sacó petróleo con dos llamadas?

El oneroso cierre de las urgencias que llevó a cabo su Gobierno y contra el que las protestas crecían en los barrios, lo han intentado maquillar, tarde, mal y como siempre: intentando dar gato por liebre, porque era imposible que funcionaran los centros de asistencia veinticuatro horas cuando no se contrató, ni de lejos, a suficientes profesionales, se intentó tirar de “voluntarios”, sin duda para tratar de cargarles la responsabilidad del desastre que se avecinaba, con el mensaje de que se les ofreció el puesto y no lo quisieron, y al ver que esa martingala no les salía cara, avisaron a muchos ya de madrugada, sin tiempo para resolver el asunto. El resultado fue que el ochenta por ciento de los ambulatorios abrieron deprisa y corriendopero sin tener un médico. Repito la pregunta: ¿Cuántas enfermeras, celadores, doctoras o médicos de la Seguridad Social meterán la papeleta con su nombre en las urnas de mayo?

Ayuso y su equipo, cada vez más cerca de las tesis de la ultraderecha en la que se apoya como en uno de esos bastones que dentro ocultan una espada, se defiende con su estilo entre desenfadado y agresivo, segura de que lo que dicen sus correveidiles y asistentes es cierto: cuanto más se la critique, más subirá en las encuestas. Tal vez es que aquí se padece una ceguera ideológica, propia de la bipolarización que han construido con todo el cuidado y los medios del mundo, y por lo tanto lo que importa no es qué se hace, sino quién lo hace, si es de los propios o de los ajenos. Y a la Justicia, lamentablemente y como consecuencia de la militancia visible de sus miembros, le pasa igual. Que lo ocurrido en las residencias geriátricas tras la orden del Gobierno de Ayuso de no atender a las y los ancianos no conlleve ninguna investigación, lo explica todo: ni siete mil y pico muertos les parece una razón para actuar. Estarán ocupados persiguiendo raperos y eso. Mientras tanto, los familiares de las residencias privatizadas por el PP, como ella no los recibe, viajan a Bruselas para protestar por las condiciones en las que se tiene a sus mayores, sin atención adecuada, sin personal suficiente a su servicio y mal alimentados.

Y así va la cosa: sale Ayuso, critica con razón que el Gobierno de la nación se suba el sueldo un cuatro por ciento, se le olvida que ella, el alcalde Almeida o su correligionario Mañueco y el vicepresidente de extrema derecha de este en Castilla y León cobran bastante más que el presidente Sánchez, y la aplauden. Eso sí, a cualquier otra subida del sueldo mínimo o las pensiones, se oponen; a cualquier intento de recortar los vergonzosos beneficios, en esta época de crisis, de los bancos y compañías que se hacen de oro a costa del sufrimiento de la mayoría, y da igual si hablamos de entidades financieras, hipermercados o empresas energéticas, también se oponen. Y así hasta el infinito.

¿Quién manda en el PP? Está claro: quienes le han tenido que recordar por las malas a Feijóo para qué le han traído a Madrid.

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