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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Siempre fui muy crítico con la Transición, pero nunca la había echado tanto de menos

Cuanto más se abarata la política, más cara nos sale

Hay dos tipos de personas, las que buscan soluciones y las que buscan problemas, y una sociedad funciona mejor o peor dependiendo de si está en manos de las primeras o de las segundas. En nuestro país, desde que oímos aquello de “que España se hunda, que ya la levantaremos nosotros”, confirmamos las sospechas que teníamos: que para una parte de nuestra clase política lo que importa siempre importa menos que lo que interesa, porque para ellos el fin justifica los medios. A lo mejor el problema es ese, que sean una "clase" y que piensen que están un nivel por encima de los demás, por eso confunden tan a menudo sus cargos con ellos, piensan que son suyos, que el poder les corresponde y, en algunas ocasiones, hasta se saltan su papel institucional: por poner un ejemplo reciente y vergonzoso, que la presidenta de la Comunidad de Madrid y el alcalde no hicieran acto de presencia ni en el tanatorio ni en el entierro de un referente de la ciudad como era Almudena Grandes, además de describir su bajeza moral es un insulto al cargo que ocupan. Serán una clase, pero no tienen estilo, disparan siempre al bulto, viven de vender humo y dibujar la realidad a brochazos, y mientras cuele y haya quienes los sacan en procesión, ahí seguirán.

El problema de la mediocridad es que tira a matar a cualquiera que remonte el vuelo o asome la cabeza del pozo

El problema de la mediocridad es que tira a matar a cualquiera que remonte el vuelo o asome la cabeza del pozo. Una de las ruedas de molino que les dan de comulgar a sus fieles es eso que se llama disciplina de voto, que básicamente es un modo de convertir los grupos parlamentarios en rebaños y de evitar que nadie brille en medio de la oscuridad, ni saque los pies del tiesto. Y eso ocurre hasta en las mejores casas: sin ir mas lejos, ahora mismo en Unidas Podemos me parece detectar cierto aire de desconfianza hacia la vicepresidenta Yolanda Díaz, que ahora mismo es una de las grandes bazas de la izquierda y a la que, sin embargo, se le exige de puertas para adentro "implicación en la maquinaria interna antes de lanzar su proyecto de país" y se la recuerda que "un liderazgo se construye hacia fuera y hacia dentro". Ella deja caer, a modo de aviso para navegantes, que en estos momentos las formaciones políticas son percibidas por la gente como "un obstáculo". Las dos cosas, sin duda, tanto la advertencia como la contestación, resultan preocupantes y además son inoportunas y repetitivas: ¿se va a repetir otra vez la película de siempre, con el mismo guion? Es decir, ¿que cuando la derecha está en baja forma, en la izquierda se pegan entre ellos?

Porque ahora mismo, en la derechita cobarde, como la llaman sus socios ultras, se oye un gallinero y se dan picotazos todos a todos. Es un sálvese quien pueda donde Pablo Casado, que le tiene miedo a cualquiera de los suyos que despunte diez minutos en una encuesta, pide una comisión de investigación sobre lo ocurrido en las residencias geriátricas, fingiendo que lo hace contra la propia Yolanda Díaz, pero siendo evidente que es contra Isabel Díaz Ayuso, que tiene en ese terreno su talón de Aquiles. Y ella le devuelve el golpe vitoreando en las redes el descenso continuado del paro y, por extensión, a la ministra de Trabajo, es decir, una vez más a Yolanda Díaz. Cayetana Álvarez de Toledo viene a llamar acosador y totalitario a García Egea y su secretario general le monta un expediente… Y mientras tanto, sus compañeros de viaje de Vox se limitan a quedarse con lo que los otros tiran y a buscar un voto por aquí y otro por allá diciendo sandeces como que Federico García Lorca los votaría o Julio Anguita estaría orgulloso de ellos. Estos oyen campanas y no saben dónde, les han contado esa vieja historia de la supuesta amistad del poeta con José Antonio Primo de Rivera –hasta hubo quien los convirtió en amantes–, y se han olvidado de un detalle: ellos lo asesinaron. Y a tenor de sus, llamémosles, discursos, lo volverían a hacer.

El presidente Sánchez se interroga en un acto público por algo que no debería sorprenderle: ¿por qué los que tanto presumen de patriotas nunca se alegran de lo que va bien, sobre todo cuando los que van bien son asuntos tan esenciales como la vacunación contra la covid-19 o la mejora del empleo? Pues porque hay quien prefiere las malas noticias y los malos datos, que todo se derrumbe para que les pidan que lo reconstruyan. Es feo, es perjudicial y es un paso atrás de nuestra democracia, que ha empeorado según ha ido estando bajo el control de dirigentes sin altura de miras, ni sentido de Estado, ni verdadero amor por su país, digan lo que digan, porque citan mucho la Transición pero no se acuerdan de cómo en aquel tiempo había una ilusión común por sacar España adelante, cada uno desde su ideología pero dispuestos en conjunto a apoyar, ceder, empujar sin empujarse. Hasta los más críticos con algunos aspectos de esa época, hoy en día la echamos de menos.

Ese es otro de los puntos negros de nuestros días: la falta de matices, que siempre beneficia a los embaucadores. Antes podías censurar la impunidad de los jerarcas y correveidiles de la dictadura, sin que eso supusiera que negabas los evidentes logros de la Transición ni pusieras en tela de juicio al valor de lo entonces logrado, que fue mucho; y hoy deberías poder reconocer el papel de Juan Carlos I en ese proceso y denunciar sus delitos económicos, sin que una cosa invada la otra. Lo digo a modo de muestra, pero habría muchas otras a las que recurrir y todas ofrecen una misma lectura: aquí no importa la razón, sino tenerla, y todo lo que se pueda utilizar como arma contra el rival, se le tira a la cabeza. Y por supuesto, al enemigo ni agua.

Todo se ha abaratado, y la consecuencia es que cada vez nos sale más caro.

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