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desde la tramoya

Rajoy, el líder que no puede ser

“No dejes pasar la oportunidad de una buena crisis”, dijo Hillary Clinton en el Parlamento Europeo en marzo de 2009. Los republicanos se le lanzaron a la yugular, acusándola de frívola, pero la entonces secretaria de Estado tan solo expresaba algo que sabemos de antiguo. Es en las situaciones de crisis en las que surge la oportunidad para cambiar las cosas y demostrar la fuerza transformadora del liderazgo político.

Por lo que sabemos de Mariano Rajoy, no hará mucho por aplicarse el consejo. Lo intuimos por su biografía (un aplicado pero acomodado registrador de la propiedad mientras España hervía en la Transición), por sus aficiones (buenos puros, lectura de periódicos deportivos, descanso familiar y poco más), por sus frases (“la segunda ya tal…”, “tranquilidad es lo único que no se puede perder”) y por esa constante apelación al “sentido común” y a la evitación de “los líos”. Hemos sido testigos también de su particular carácter a lo largo de su historia política: un rosario de ministerios en los que no dejó huella, una candidatura a la presidencia del Gobierno heredada sin esfuerzo de su jefe, ocho años de oposición sin capítulos destacados, y la llegada a Moncloa por efecto de la brutal crisis económica global y por demérito de su antecesor, más que por mérito propio.

Por si quedaban dudas, estamos asistiendo a una constatación reciente de su falta de liderazgo en las últimas semanas. Mientras España hace el ridículo mundial dando la impresión de que su presidente es indolente ante la corrupción de su partido, Rajoy prefiere callar. Incluso cuando no tiene más remedio que contestar a dos preguntas, una de ellas prefiere dejársela al único medio que aún le apoya sin complejos, rompiendo el pacto no escrito entre los presidentes y los reporteros y el de éstos entre sí. Y mientras en el parlamento y en la calle es un clamor que tiene que dar explicaciones, él prefiere dejar que el asunto se pudra por puro aburrimiento, por cansancio, o por la llegada de las ricas vacaciones en la playa.

Llegados a este punto, cualquier líder con un poco de espíritu se haría entrevistar después del Telediario de las 9 en Televisión Española, y explicaría lo que pudiera. Seguro que no es poco. Por ejemplo: “Sí, los partidos tienen que ser más transparentes y limpios y yo voy a proponer un par de cosas para que sea así”; “sí, hubo irregularidades en mi partido pero cuando llegué a su dirección las tratamos de atajar”; “sí, tardé demasiado en darme cuenta de que Bárcenas no era limpio”, etc. Cualquier líder con un poco de cuajo reconocería lo obvio para pasar la página cuanto antes haciendo las reformas necesarias. Ese mismo líder, de existir, no esperaría, como nuestro presidente, a no tener más remedio que comparecer ante el Parlamento. Solicitaría una cuestión de confianza – que ganaría sin problema – y tomaría la iniciativa planteando reformas en la financiación y en la auditoría de los partidos políticos. Ya nos están lanzando señales de que algo así propondrán, pero, como siempre, con la parsimonia que ya es marca de la casa.

Rajoy volvería a ganar hoy las elecciones, muy probablemente, aunque con una mayoría escuálida, y es probable que las gane cuando las convoque a poco que la economía sonría un poco. Pero ha entrado ya en la microhistoria de la valoración de los líderes políticos españoles como quien en menor tiempo se convirtió en el presidente peor valorado de la democracia, con un 19 por ciento de aprobación (que hoy seguro ya no llega al 15). Mientras él se aferra al paso ineludible del tiempo que todo lo cura, axioma con el que ha logrado sentarse donde está, a algunos nos empieza a avergonzar nuestro gobierno cuando viajamos por ahí fuera. Es más que probable que Rajoy sobreviva a Bárcenas, pero será a fuerza de no hacer nada, de aguantar, de desprestigiar al país y de erosionar aún más la credibilidad de la política. Dicen que cada cual tiene el Gobierno que merece. Yo creo que España merece bastante más de lo que tiene.

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