Sospechas y evidencias: acusa que algo queda Marta Jaenes
Feijóo: ruido, traición y decencia
El PP conoce mejor que nadie la enfermedad que padece. Su radical enfrentamiento con las fuerzas nacionalistas va en contra de su tradición pactista y generosa con partidos como CiU y PNV a los que Aznar entregó todo lo que le pidieron a cambio de su apoyo para formar gobierno en 1996. Sin embargo, el auge de Vox como reacción a la crisis provocada por el procés en Cataluña llevó a los populares con Rajoy, Casado, Ayuso, Moreno Bonilla, etc. a radicalizar su posición para evitar que la ultraderecha les comiera terreno.
Siempre quedará en el aire la respuesta a qué hubiera ocurrido si el PP hubiera decidido confrontar con la ultraderecha desde el primer momento evitando contribuir a una creciente ola de radicalismo que, a estas alturas, ha tenido como consecuencia su derrota en las urnas frente a una mayoría que reúne a la izquierda con los partidos nacionalistas de Cataluña y Euskadi.
La nueva minoría
El discurso de la derecha se fundamenta en esta etapa en defender la idea de que es inadmisible que partidos independentistas radicales impongan al PSOE el rumbo que debe seguir. Consideran que no es legítimo que partidos minoritarios marquen el destino de nuestro país. El gran problema del PP es no reconocer que, seguramente, la crisis de nuestro modelo democrático no depende de ese factor. Ese condicionante existe desde hace décadas en España, como bien saben González, Aznar, Zapatero y Rajoy.
La novedad de nuestro modelo político es que nunca había existido en la derecha española una dependencia tan grande del Partido Popular respecto a la minoría de ultraderecha que le ha obligado a radicalizar su posicionamiento político. Esto es indiscutible. Y el resultado electoral de esa estrategia también. Quizá, deberían recapacitar de cara al futuro. Lo bueno es que tienen cuatro años en la oposición para darle vueltas al asunto.
Un claro resultado electoral
Las elecciones del 23 de julio mostraron un resultado mucho más claro de lo que parece si escuchamos a Feijóo interpretar lo que ocurrió. El mapa electoral salido de las urnas muestra dos bloques a derecha (PP+Vox) y a izquierda (PSOE+Sumar) que alcanzan un práctico empate en torno a los 11 millones de votos, con una ligera ventaja del PP sobre el PSOE (8,1M vs 7,8M). Vox y Sumar, en realidad, se compensan porque ambas formaciones cuentan con 3 millones de votantes.
El fiel de la balanza lo va a inclinar, una vez más en nuestro país, esa Tercera España que conforman los partidos nacionalistas e independentistas de Euskadi y Cataluña (PNV, Bildu, ERC y Junts)*. Suman 1,5 millones de votos. Desnivelan nítidamente la igualdad existente entre los bloques de derecha e izquierda a nivel nacional. En esta ocasión, la diferencia radica en que es necesario el apoyo de los cuatro partidos para conformar una mayoría.
No cabría mayor ignominia y vergüenza que Feijóo llegara a gobernar gracias a haber sobornado a cuatro funcionarios públicos
Al PP le toca pensar
Feijóo ha podido constatar estas semanas que no tiene posibilidad de apoyarse en esta Tercera España. Mientras el PP vaya con Vox como compañero de viaje, ningún partido nacionalista aceptará estar en la foto de un abrazo final de acuerdo con ellos, tal y como lo ha expresado con claridad, por ejemplo, el PNV. El discurso encendido de PP y Vox en estos últimos años en contra de una visión plural y abierta del Estado español les ha provocado dos factores antagónicos que no hay manera de compatibilizar.
Parece evidente que el discurso españolista y reaccionario de la derecha contra cualquier identidad nacionalista le ha dado buenos resultados en importantes comunidades, desde el punto de vista cuantitativo, como Madrid y Andalucía. En Madrid, la derecha obtiene el 54% de los votos. En Andalucía el 52%. El problema surge en los territorios con los que ha buscado el antagonismo para crecer en el resto de España. En Euskadi, el bloque PP+Vox no llega al 15% de los votos. En Cataluña, apenas alcanza el 20%. De tanto golpear un muro, se les ha acabado por caer encima y sepultarles.
Feijóo, ganador
Esta semana, el Parlamento empieza a debatir si el candidato Alberto Núñez Feijóo tiene o no respaldo suficiente para ser democráticamente elegido presidente del Gobierno. A priori, según lo manifestado por los diferentes partidos representados en la cámara baja, no lo va a conseguir a no ser que haya al menos cuatro diputados de izquierdas o independentistas que decidan apoyarle, en contra de la posición marcada por sus propias formaciones.
Feijóo mantiene que ha ganado las elecciones igual que hicieron Aznar y Rajoy. ¿Por qué Aznar y Rajoy gobernaron y él no va a poder? Feijóo afirma que ha ganado las elecciones y que legítimamente le corresponde gobernar. ¿Por qué necesita entonces a diputados del PSOE que le voten y traicionen a su partido y a sus votantes?
Ruido y traición
Nos espera una semana en la que todo lo que propone el candidato a ser presidente del Gobierno es ruido y traición. Ruido sobre los posibles pactos que se puedan alcanzar una vez que fracase su investidura. Lo mismo de siempre: ¡España se rompe! ¡Sánchez, mentiroso! ¡Independentistas a prisión! La novedad es la elevación de la rutinaria hipérbole característica de la derecha política y mediática a costa de que el Congreso de los Diputados pudiera llegar a aprobar por mayoría parlamentaria una ley de amnistía que pusiera fin a los litigios judiciales abiertos como consecuencia del procés.
La otra base del discurso de Feijóo para defender su investidura es la de animar a que cuatro diputados traicionen a sus partidos y a sus votantes para hacerle a él presidente. No cabría mayor ignominia y vergüenza que Feijóo llegara a gobernar gracias a haber sobornado a cuatro funcionarios públicos. Queda por ver el nivel de decencia de nuestros representantes políticos en el Parlamento. El nivel de indecencia de quienes alientan el transfuguismo ya está definido pase lo que pase esta semana.
*Sólo quedaría por considerar los votos a los pequeños partidos que únicamente obtienen un diputado. Para facilitar el análisis podemos considerar que los más de 150.000 votos que recibe el BNG se compensan con los 160.000 que suman UPN y CC y no alteran la composición final del mapa.
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