Tiempos Modernos

Pablo y los corintios

Hasta los catorce años fui a un colegio de curas. Y funcionó. Acabé ateo. Con secuelas, eso sí. Una de las más molestas es que me conozco nivel usuario alto la liturgia católica. No recuerdo nada de cómo se resolvía una ecuación de segundo grado pero tengo el misal memorizado a la perfección. Claro que el método pedagógico influye. Tal vez si me hubieran explicado cómo se despeja la x con una manzana y una serpiente que habla posiblemente lo recordaría.

Es normal que la Iglesia se aferre a los colegios. Sabe que su futuro está en la infancia. A partir de cierta edad nos hacemos menos permeables a lo mágico. Si en lugar de a los cinco años, te contaran a los quince la conversación entre Eva y la serpiente, en vez de una aversión eterna a los reptiles lo más que podría ocurrir es que le preguntaras al sacerdote el nombre de su camello.

Esta caprichosa memoria discrecional contra la que no puedes luchar es la culpable de que cuando tengo que acudir a alguna ceremonia religiosa asista a ella temeroso de que me traicione, hasta el punto de que en cuanto veo aparecer al oficiante me repito mentalmente: “Concéntrate. No eres creyente. Ya no. No caigas en su trampa, no le respondas”. Pero no es fácil no sucumbir a esa beatífica provocación. Es oír eso de “La gracia de nuestro señor Jesucristo, el amor de Dios Padre, y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos vosotros” y tener que apretar los puños para evitar el resorte atávico que me obliga a murmurar “Y con tu espíritu”. Me pasa sobre todo con esas frases cortas. Cuando has ido a un colegio religioso y te han metido misa en vena durante años, hay pasajes litúrgicos que tienen mayor poder de atracción que un estribillo de Shakira. Es enorme el esfuerzo de autocontrol que requiere escuchar eso de “por los siglos de los siglos” y no rematarlo con un “Amén”. Es como oír a James Brown gritar “¡Giropa!” y no contestarle “¡Gironup!”.

Entenderán así que si oigo juntas las palabras “Pablo” y “carta”, un reflejo pauloviano me lleve inmediatamente a pensar en los Corintios. La epístola del secretario general de Podemos tiene un cierto toque fraternalmente pío: “Cuidemos el debate, Íñigo, para que, con acuerdo o sin acuerdo, podamos siempre decirnos amigo, hermano, compañero”. Amigo, hermano, compañero… Errejón es la Santísima Trinidad de la izquierda.

Tengo a Iglesias por un amante irredento de la teatralidad, actitud presente en muchos otros políticos de todos los partidos, pero que en el secretario general de Podemos se ve acentuada por su vocación mediática: es, vocacionalmente, presentador de televisión, como demuestra semanalmente en La Tuerka. Las vocaciones nos suelen definir infinitamente mejor que las ocupaciones. Estoy convencido de que Pablo Iglesias sería enormemente feliz con un programa en prime time. Eso no resta validez ninguna a su condición de político pero es verdad que, en cierto modo, la condiciona, y –en una personalidad ya dada a la búsqueda incesante de posteridades- convierte su gestión pública en un permanente esfuerzo por conseguir minutos de oro que además de a él –debe ser duro ser Pablo Iglesias– puede llegar a agotar a muchos españoles.

Volviendo a la carta, tiene también ésta parte de esa arrogancia que el mismo Iglesias reconoce como uno de sus defectos, cuando afirma, sobre el gesto de responder a su número dos desde un periódico: “Creo que somos de los pocos que se pueden permitir algo así sonando creíbles y honestos”. ¿Entienden ahora por qué en Podemos no necesitan un Javier Lambán?

Nosotros y la posverdad

Por su parte, Íñigo Errejón ha respondido a Iglesias de manera más pudorosa –lo ha hecho en su cuenta de Facebook– aunque igualmente fraternal y cariñosa. Errejón se muestra firme en su defensa de lo que parece ser la punta del iceberg de su discrepancia: la fórmula de la votación en Vistalegre. Es, como digo, sólo la punta. Ni siquiera sabemos si debajo de esa divergencia hay un iceberg de verdad, porque la miel en la que flota no nos permite observarlo.

No sé cuánto hay en este intercambio epistolar de arrebato improvisado o de estrategia convenida. Tampoco soy capaz de adivinar si el buen rollo que transmiten es real o no y, si de serlo, será capaz de mantenerse intacto en las previsibles batallas que se avecinan. En todo caso, no estaría mal que Iglesias abriera Vistalegre II con las palabras del otro Pablo que en  Corintios 1 dice: “Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro señor Jesucristo, que todos habléis igualmente y no haya entre vosotros cisma, antes seáis concordantes en el mismo pensar y en el mismo sentir. Esto, hermanos, os lo digo porque he sabido por los de Cloe que hay entre vosotros discordias, y cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo”.

Para entender bien el párrafo es necesario el conocimiento previo de algunas claves bíblicas: Pablo es Pablo, Apolo es Errejón, Cefas los anticapitalistas, Cloe es PRISA y Cristo es Antonio Gramsci.

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