Comenzar a parar por fin

Hace ya varios días que conocimos que RTVE despedirá el 2025 con unos presentadores inesperados. Chenoa y el dúo Estopa sustituirán en un par de días a Andreu Buenafuente y Silvia Abril en la misión de acompañarnos en la bienvenida al 2026 en la televisión pública.

El motivo: el parón anunciado por el presentador catalán hace unas semanas, que contó que había sufrido “un episodio de estrés no muy agradable”. “Hubo un momento en que ya no pude, me desaliñé y mi cuerpo dijo: tienes que parar”, decía. 

Abril, por su parte, parecía celebrar esta pausa (y la comprensión y apoyo del ente público y la audiencia) con un mensaje en su perfil de Instagram: “Comenzar a parar por fin”. El texto acompañaba una foto en la que la actriz sonreía. Parecía bastante feliz. Pensé: “¿Y ya está? ¿Se puede hacer eso? ¿Tan fácil era?”

Ojalá. 

Necesitamos parar pero no podemos. La mayoría, al menos. Muchos lo llevan necesitando años. Y no lo hacen. No se lo pueden permitir. Igual podrían permitírselo, pero temen las consecuencias. Nos han enseñado a temerlas desde el momento en el que ponemos un pie por primera vez en nuestras oficinas, redacciones, tiendas, fábricas… 

Hay una anécdota “graciosa” de mi vida laboral que a veces me gusta contar. En uno de mis primeros trabajos, siendo yo el más joven (con diferencia) de la redacción, llegué a ir a trabajar tan, tan enfermo, que llegó un momento en el que casi me desmayo y tuvo que llevarme una compañera al centro de salud en la furgoneta de producción. Mis directores, de buenas, se reían de mí. Normal, también te digo. 

Pero, claro, ¿qué iba a hacer, teniendo en cuenta todo lo que ya había visto en mi corta experiencia como trabajador? Empresas en las que a todos los empleados nos hacían contratos renovables de tres meses y, si no dábamos suficientemente el callo para su gusto, no tenían más que dejar de renovarnos. Compañeros a los que, después de pillarse una baja por ansiedad o por depresión, por corta que fuera, no se les volvía a renovar, no sea que la empresa tenga que cargar con una persona enferma. En aquel momento cobraba menos de mil euros al mes. ¿De dónde se suponía que tenía que ahorrar para tener una forma de pagar el alquiler de mi habitación al mes siguiente si, de repente, dejaban de renovarme? Aunque, en realidad, ¿de dónde se supone que tengo que ahorrar ahora, diez años después, cobrando solo quinientos euros más, pero pagando el triple de alquiler que en aquel entonces? 

Estoy harto de que nos intenten convencer de que, quienes no hemos nacido con una cuchara de plata en la boca, no hemos nacido para vivir de verdad

Todavía tenemos que aguantar a los señores muy empresarios salir en podcasts (¿esta gente sabe que puedes tener dinero y ser anónimo?) a decir que ahora tienen un problema con la cultura laboral porque antes una persona tenía que estar “muy enferma” para no ir al trabajo y “ahora con fiebre no van”, como dijo el CEO del Grupo La Mafia recientemente. O a Garamendi decir que vaya “ocurrencia” tener un permiso de 10 días en el trabajo si se te muere tu padre, o tu marido, o tu hija. O a periodistas queriendo unirse al club de los enfants terribles rebeldes y políticamente incorrectos decir que los jubilados se pegan “la vida cañón” después de tan solo 40 años de nada partiéndose el lomo. 

¿Qué queréis que os diga? Yo estoy harto. Harto de que sea el trabajo lo que nos define. Harto de las jornadas laborales interminables. Harto de pertenecer a la generación más pluriempleada de la historia de nuestra democracia según los datos oficiales. Harto de que mi cuerpo me diga que no puede más, que lleva tiempo en el límite, y que ni siquiera cuando me da órdenes de parar poniéndose enfermo yo pueda descansar porque en mis trabajos como autónomo si no trabajo, no cobro, si no cobro, no pago las facturas. Harto del sentimiento de culpa cuando un domingo por la noche saco un rato para mirar el techo. Harto de sentir que no paso suficiente tiempo, ni de lejos, con personas a las que quiero y que no sé cuánto más estarán en este mundo. Harto de soñar con todas las aficiones que podría tener, los deportes que podría practicar, los instrumentos que podría tocar, los platos que podría aprender a cocinar, los lugares que podría visitar, las personas increíbles a las que podría conocer. 

Yo estoy harto de que nos intenten convencer de que, quienes no hemos nacido con una cuchara de plata en la boca, no hemos nacido para vivir de verdad. Que hemos nacido para doblar el lomo y ahorrar trabajo a quienes ya tienen el dinero y el poder en un sistema económico que no premia el esfuerzo, sino la propiedad. 

Creo que estoy en el mundo para hacer muchísimas cosas. Por desgracia, en la que –con diferencia– invierto más tiempo no es una de ellas. 

Mientras tanto, no puedo más que envidiar y celebrar a las personas que pueden parar. En su mayoría, personas que han alcanzado un estado, eso sí, en el que pueden permitírselo. No es ni de lejos lo habitual. Pero sueño con que, al menos, visibilizar lo de parar nos haga romper con ese aprendizaje impuesto de que es trabajar lo que nos identifica y dignifica. 

Hace ya varios días que conocimos que RTVE despedirá el 2025 con unos presentadores inesperados. Chenoa y el dúo Estopa sustituirán en un par de días a Andreu Buenafuente y Silvia Abril en la misión de acompañarnos en la bienvenida al 2026 en la televisión pública.

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