¡La banca siempre gana! Helena Resano
Pues ya llevamos una semana de La familia de la tele.
Y, chica, honestamente, no entiendo el drama.
Quizá influya el hecho de que yo, personalmente, haya sido durante años redactor de televisión. Sé perfectamente lo duro que es arrancar un programa y también sé que asentarlo es un proceso lento. El lunes pasado con el desfile no vivimos lo que realmente sería cada tarde La familia de la tele. Pero es que probablemente el resto de días tampoco lo hiciéramos.
En esta primera semana no he visto algo muy diferente a lo que esperaba. De hecho, casi me ha sorprendido ver que, de forma generalizada, mantienen bastante bien la esencia de lo que a muchos nos enganchó durante meses a ese experimento que fue Ni que fuéramos shhh..., emitido en Ten y en streaming.
Lydia Lozano llorando a los (literalmente) tres minutos de programa. Un enfrentamiento en directo con Rosa Benito que de repente pone a toda la cadena en alerta (la que fuera cuñada de Rocío Jurado participará en MasterChef Celebrity). Víctor Sandoval disfrazado de burro. Kiko Matamoros arreglando una lámpara en mitad del programa. Paz Padilla corriendo por todo el Real de la Feria de Abril en traje de gitana mientras huye de una reportera y su cámara. El director del programa teniendo que convencer a María Patiño en directo de que vaya a conocer a Manuel Carrasco mientras esta, nerviosa, intenta fumarse un cigarro sin recordar que está en cámara.
Pues qué queréis que os diga, pero yo es a esto precisamente a lo que venía. A que me entretengan. Si además se hace metiendo por aquí y por allá unos mensajes de solidaridad, de inclusión, de conciencia social, pues mira, fantástico, que tampoco está mal exigirnos cierta responsabilidad cuando te están viendo miles de personas. Pero recordemos que el entretenimiento, el puro y mero espectáculo televisivo destinado sencillamente a acompañarnos y a hacernos soltar alguna que otra carcajada, también es un servicio público.
Yo es a esto precisamente a lo que venía. A que me entretengan. Si además se hace metiendo por aquí y por allá unos mensajes de solidaridad, de inclusión, de conciencia social, pues mira, fantástico
En cuanto a Inés y Aitor, claro que tienen que adaptarse. Como todos los demás. Pero no los veo en absoluto lejos de ello. Aportan, además, una visión que a menudo se queda fuera de los medios tradicionales: la de las jóvenes. No de todas las jóvenes, claro, pero sí de las jóvenes que más abundamos: las hijas de la precariedad, a las que nos dijeron que si estudiábamos una carrera tendríamos la vida solucionada y nos hemos encontrado con un panorama muy diferente. A las obreras con conciencia feminista, diversa. A las que tenemos otra forma de comunicar, de expresar, de crear lazos, de trabajar. A las que nos tomamos en serio lo que hacemos por las otras, pero no tanto a nosotras mismas.
A veces siento que Inés y Aitor confunden un poco con sus comentarios y opiniones a muchos de los colaboradores del programa. Y me parece algo positivo. El mundo Sálvame de 2009 no era el mismo que en 2021 se encargó de producir y comentar Rocío, contar la verdad para seguir viva. La familia de la tele tampoco puede tratar los temas de la misma manera, con la misma visión y con las mismas voces ahora que como lo hacía en 2021. El mundo cambia, la sociedad cambia, nosotras cambiamos. No viene mal de vez en cuando recordarnos eso.
En cuanto a los cabos sueltos, lo que queda por pulir, la sensación de estructura y organización fijas que aún no llegamos a tener... Pues, a ver, claro. Llevan una semana. Mi primer trabajo en televisión fue en un programa que llevaba unos 15 años en emisión. Una de mis coordinadoras me decía: “No te acostumbres mucho, porque esto no es lo normal. Cualquier programa de televisión, durante mínimo sus primeros meses, es un caos en el que nadie sabe muy bien qué está haciendo. Hasta que se va encontrando lo que funciona, el ritmo, el orden”. Qué razón tenía, porque después de aquel, ya no volví a tener un trabajo relativamente tranquilo en televisión hasta día de hoy. Y en La familia, a juzgar por los cambios realizados en la distribución del plató entre otras cosas desde el primer día hasta el último, parece que ya han empezado a tomarse en serio lo de dar con la tecla. Y lo de la audiencia, pues qué deciros. El diario de Jorge, en Telecinco, empezó igual. Meses después, hoy casi duplica los que fueron sus peores datos. Paciencia, que Roma no se hizo en un día.
Es comprensible que se ponga la lupa con especial inquina cuando la financiación de un programa está saliendo de nuestros bolsillos. También pienso que mucha de la crítica viene azuzada por parte de quienes han decidido emprender una contienda contra todo organismo o institución que tenga una financiación pública. Que se lo digan a la pobre Lalachus, que al pasar a hacer su trabajo como cómica en RTVE, ha tenido que soportar acoso, insultos y hasta ser denunciada ante la Justicia por una estampita.
Pero por mucho que entienda la responsabilidad exigida a un programa con financiación pública, lo cierto es que en toda esta primera semana no he llegado a ver nada que me haya preocupado especialmente en cuanto a mensajes, valores a transmitir o falta de un contenido que pueda acabar atrapando a la audiencia. Y, al mismo tiempo, tampoco creo que vayan a revolucionar la televisión tal y como la conocemos y a convertirse en un fenómeno de masas que tenga a toda España pendiente del motivo por el que llora Lydia Lozano tarde tras tarde.
Tampoco me hace falta.
Y yo, con estar entretenido, pues ya estaría.
Y qué más voy a deciros. Que a las familias, las que te tocan y las elegidas, hay que darles vueltas, ver qué funciona en ellas y qué no, y tener paciencia.
El tiempo dirá.
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