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Almodóvar también es nuestra memoria histórica

¿Y tienen algún recuerdo de él? ¡¡Sí!! —responden con firmeza, con palabras y con los ojos—, pero nosotras no lo conocimos. Nos lo han contado mi madre y mi abuela

La escena se repite un par de veces en Madres paralelas, la última y muy recomendable película de Pedro Almodóvar (ver aquí nuestra entrevista)con una Penélope Cruz otra vez en estado de gracia. Las palabras aparecen cuando el forense al que interpreta Israel Elejalde investiga a los posibles inquilinos de una fosa común en un pequeño pueblo de España que podría ser cualquiera.

Así es. La memoria no es (sólo) un relato oficial, una explicación más o menos consensuada del pasado de un país, una narración ajena incorporada a los rituales de la vida pública. Es una llama ardiente incluso para las generaciones que viven otras vidas, que parecen habitar otros mundos, muchas décadas después. Cuando la hierba ha crecido ya y lo ha tapado todo. ¿Cómo es posible si no recordar (y reivindicarlo sin atisbo de duda) algo que no has podido vivir? ¿Qué infunde esa seguridad tan íntima sobre algo constantemente disputado, reinterpretado, víctima de mil y un relatos? Probablemente, el dolor. O la injusticia. 

Pedro Almodóvar es nuestra memoria histórica. Lo es también, con muchos otros y de un modo muy especial. Sus películas dan prueba de su compromiso constante. Porque se ha acercado a la fragilidad de los olvidados y les ha dado un sitio en la alfombra roja, ya sean mujeres, hombres homosexuales, personas trans, prostitutas, asesinos, enfermos, curas o monjas, artistas o personas aparentemente exitosas. Hasta a él mismo. Sabe hacer, con humor, de lo normal algo extraordinario. De lo extraordinario, algo normal. Y siempre regresa a las entrañas de España, lejos de los focos de Hollywood, a estar en casa y trabajar en familia. 

No tengo edad para haber visto en su día las películas que hizo en los 80, en esa España que dejaba atrás al franquismo sin nombrarlo tras un pacto de no agresión que no incluía en ninguna cláusula un borrado del pasado. Sí recuerdo bien cómo siendo un adolescente vi Todo sobre mi madre. Fue por televisión y desde el pueblo de Lugo en el que me crié.De repente, empecé a recordar cosas que no había vivido nunca. Sobre mí mismo, sobre el mundo en el que vivía sin saberlo, sobre el respeto, la libertad y la verdad. "En ser auténtica no hay que ser rácana, porque una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma", que diría la Agrado al describir sus operaciones de cirugía estética. Recuerdo cómo, de repente, empezaron a encajar piezas que no podía más que presentir como se intuye un sonido en un mar agitado. La película que tanto me marcó es, junto a tantas otras de Almodóvar, parte de la banda sonora de un país que se ha negado a sí mismo demasiadas veces. 

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Las dos películas comparten no pocos elementos, por cierto. Momentos duros y trascendentales en el hospital. Maternidades complejas y tipos de familia infinitos. El homenaje al teatro, a los actores y a los creadores, siempre en medio de atmósferas de un gusto exquisito e intelectual y, a la vez, cercanas como el patio de vecinos. La solidaridad entre mujeres y su papel como protagonistas de la Historia a través de las distintas generaciones.

Janis, el personaje que interpreta Penélope Cruz, sólo puede mirar al futuro una vez vence sus traumas y sus miedos digiriendo y aceptando la verdad. Porque la verdad existe. Lo que es válido para ella es válido para cualquier sociedad democrática. Lo es para España, un país en el que (para algunos, demasiados) pedir que se entierre a los muertos es reabrir heridas; que no se honre a sus asesinos, partidismo; y recordar, ganas de meter cizaña. 

Decía Saramago que "hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia". De no hacerlo, podemos llegar a "olvidarnos de nosotros mismos", aseguró el Nobel de Literatura en 2005, antes de la aprobación de la primera ley en la materia. Ya podrían aprender otros laureados afincados en España o, al menos, ver Madres paralelas. Gracias al reconocimiento internacional de Almodóvar (el mismo prestigio que algunos se empeñan en seguir negándole en España), llegará a todos los rincones del mundo. Ojalá también a los corazones de aquellos que, en España, siguen empeñados en no recordar y en olvidarse de sí mismos. 

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