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Al calor de la poesía

Siempre recurro a la poesía para vincularme con la vida. Son cosas propias de cualquier vocación, una necesidad de vivir el tiempo con un sentimiento de pertenencia, el deseo de observar el mundo y sus noticias con una mirada propia. Si me siento ajeno o en crisis con la realidad, acudo a la poesía para pedirle un puente entre mi calendario y mi experiencia. A veces busco la compañía de los nombres que han formado la tradición, el río que me hizo. Y en otras ocasiones acudo a los jóvenes. Conocer lo que escriben los jóvenes poetas, sus inquietudes y sus intemperies, me ayuda a reconocer la sociedad en la que habito.

Por eso me alegró que la editorial Rial me invitase a participar en el acto de anuncio de su premio Adonáis. Una voz telefónica me comunicó hace 40 años que me habían concedido ese premio. Recordar la emoción que yo sentí me ayudó a comprender el momento que vivió Nuria Ortega Riba cuando anunciaron que su libro Las infancias sonoras era el elegido. Publicar en la colección, pisar la misma orilla que algunas de las voces más queridas de la lírica contemporánea, supone el reto de comenzar una navegación propia.

La editorial me mandó después el libro y me pidió que participara en la presentación, organizada en el Ateneo de Madrid. En 1983 había presentado allí mi libro. De manera muy generosa Rafael Alberti, Aurora de Albornoz y Fanny Rubio hablaron de El jardín extranjero. Así que se produjo un nuevo cambio de papeles. Con sinceridad expliqué las razones por las que me había conmovido la lectura del libro de Nuria, una joven nacida en Almería, en 1996. La poeta vuelve a su infancia y mira hacia el Cabo de Gata hasta llevarse el mar en sus ojos para pensar, desde la inocencia primera de la vida, en el amor, la intemperie, la pérdida, la familia, el trabajo, el lenguaje, los cambios de ciudad y las contradicciones de la memoria. Una sencilla profundidad nos captura cuando las palabras penetran en el interior de un ser humano, buscando una arena que está al otro lado de lo previsible.

Una sencilla profundidad nos captura cuando las palabras penetran en el interior de un ser humano, buscando una arena que está al otro lado de lo previsible

Después de oírme, recordó Nuria Ortega que hacía algunos años había asistido a una lectura mía. Me llevó un libro para que se lo dedicara. Por lo visto no me equivoqué al escribirle que ella guardaba la luz del mar de Almería en sus ojos. Al terminar la presentación de Las infancias sonoras, le di su libro para que me lo dedicara. Ella recordó mi dedicatoria en su dedicatoria y nos despedimos con un abrazo.

Volví caminando a casa, pero hice una parada en la Plaza del Dos de Mayo para tomarme una copa bajo el anochecer madrileño. Las soledades domésticas hacen más amables los entretenimientos callejeros. Iba cargado de carpetas y libros, por lo que me vino bien un descanso en la terraza del café Pepe Botella. Al día siguiente, cuando revisé las carpetas y los libros, vi que me faltaba la libreta en la que anoto tareas, direcciones, resúmenes de reuniones y borradores de poemas. Me faltaba también el libro de Nuria. ¿Se me habrían quedado en la mesa del café? ¡Vaya cabeza!

Al mediodía, en cuanto salí del trabajo, me acerqué al café Pepe Botella para preguntar. Una mujer buscó y me dijo que sí, que allí, en el cajón de los objetos perdidos, había una libreta negra, llena de anotaciones. Era la mía. Pero faltaba el libro. Volví por la noche, pregunté y un camarero joven me dijo con sinceridad que sí, que se lo había llevado al verlo perdido, porque era lector de poesía. Se ofreció a devolvérmelo al día siguiente, pero le dije que no me corría prisa, que lo leyera. No podía regalárselo porque estaba dedicado. Quedé en volver a la semana siguiente. Y volví, y me dio el libro de Nuria, que le había gustado, poemas sencillos, pero profundos, dijo, y yo le regalé agradecido un libro mío.

La poesía me vincula con la vida. ¿De qué estoy hablando? Pues de lealtad, de respeto, de diálogo entre generaciones, del compromiso con el futuro que supone la herencia del pasado, de costumbres en las que caben las pérdidas, pero no los robos, de ilusiones en las que tiene peso aquello que se quiere conservar, de sinceridad, de confianza, de sentimientos que tienden puentes entre seres humanos, del abrazo y del cambio de papeles que significa la lectura.  

A más de uno o de una le convendría leer un poco de poesía.

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